Por María Ibarra
El libro de la escritora Mariana Komiseroff propone una historia de familia entre Uruguay y Buenos Aires. De un lado o del otro, la disolución de vínculos, los padecimientos y la necesidad de sobrevivir, configuran nuevamente el núcleo para iniciar una nueva vida.
El lenguaje será un virus, como propuso el famoso escritor beatnik del siglo pasado, pero también es un juego. Dentro del gran juego del lenguaje, y siempre simulando que toda buena historia ya fue contada de otra manera, en la narrativa se juega con la esperanza de lo sorprendente,el milagro de un nuevo mundo.
Pero en este juego hay reglas tácitas y salirse de ellas es un riesgo que pone a prueba la fe de quienes participan. La verosimilitud que se espera de un mundo de ciencia ficción no es comparable a la requerida por una historia contemporánea. Contar el proceso post mortem del cuerpo de una persona sin recursos o la necesidad de una garrafa en un barrio carenciado, en ese sentido, puede resultar más difícil que fabricar formas de vida en otra galaxia o jugar con singularidades gravitacionales.
De este lado del charco, de Mariana Komiseroff (Editorial Conejos, 2015), es una novela breve pero una apuesta enorme, porque trata un tema mayúsculo: la lealtad entre personas de la misma sangre, en un contexto real y urgente, cuando las circunstancias que viven los personajes los empujan a disolver vínculos.
Esta novela plantea la ruptura de un grupo familiar por causa de la partida de un padre que, en medio de la pobreza decide viajar a Buenos Aires en busca de una mejor vida. Este abandono, que la narradora expone con crudeza pero sin juicios fáciles, da inicio a nuevos roles en una familia casi sin sustento económico, pero también a lazos más fuertes que permanecen inmutables de una generación a otra.
Mariana Komiseroff trabaja con personajes desamparados que luchan por escapar de olores que denuncian sus carencias. Personas reales que se acobardan y sienten vergüenza pero también protegen y aman con una desnudez y un coraje que producen estallidos mudos de emoción en las líneas finales de muchos de sus capítulos.
Y aunque la novela esté contada por un niño que con el correr de las páginas se hace hombre, son las mujeres las que más dicen, las que cargan con el peso completo de las ausencias y las nuevas vidas, y con la condena de otras mujeres. Una condena que es la verbalización del miedo más grande y genuino: no poder decidir sobre el propio cuerpo.
De este lado del charco es una historia bella sobre las necesidades más urgentes, con cuerpos que tienen su propia épica y sus himnos, como el caso de la canción de Hermética que canta el protagonista, esa que es derecho propio de los camioneros y que el algunas líneas condensa el transcurrir de millones de vidas en el mundo: “Perdiéndonos/ en el constante llevar y traer/ pesadas cargas, ganando el sustento”.
Igual que en la vida real, pero mejor, gracias a la voluntad de contarlo y a la inteligencia y la capacidad de belleza de Mariana Komiseroff.