Por Mariano Garrido.
El singular sonido de Maricel Ysasa. Un tiempo donde transcurren niños jugando, plazas del Conurbano, luna, lluvia o primavera. Un espacio donde se cruzan contrapuntos vocales, violines y diez dedos pulsando virtuosamente una guitarra.
La avenida está dividida al medio. De un lado, maquinarias ruidosas que remueven el asfalto, lo raspan, lo depositan en verederos donde es calentado y vuelto a arrojar para ser aplanado. Del otro lado, la avenida, que no necesitaba de ese procedimiento más cosmético que útil, pero recurrente en época de elecciones, es un hormiguero de autos tocando bocina. Es de noche. En la puerta del centro cultural que depende del Gobierno de la Ciudad, al ruido del tránsito y del fastidio al volante, y de las aplanadoras y rastrillos que raspan la calle, se le agrega el de una discusión. Un par de burócratas a cargo del centro cultural, con la impronta de la gestión amarilla, discuten con los músicos que tienen que empezar su concierto. Unos pretenden empezar la función y otros todo lo contrario. La excusa de turno remite a la cantidad de público que se congrega en la sala, que ciertamente es exigua. Los funcionarios buscan argumentos en algún reglamento no escrito para cancelar la función y acostarse dos horas más temprano. Pero no lo logran.
Afuera, el pavimento electoral humea reciclado en medio de estridencias. Adentro, una muchacha algo menuda se sube a un escenario que parece más grande ante el espacio que sobra en él y en el resto de la sala. Se sienta. Se acomoda con su guitarra. Entre el público parece imponerse cierto tedio, solidario con el clima que se filtra desde la calle.
Hasta que empieza a sonar la música.
Uno, que estaba bostezando, se incorpora de pronto en su silla de plástico. Otro, que estaba charlando con la compañera de asiento, interrumpe la conversación. Varios miran bien, si efectivamente, hay un cuarteto de guitarras, como el oído parece indicar, o es, en efecto, como sugiere la vista, esa sola chica la que está pulsando esa sola guitarra. Contra el fastidio y el ruido porteños de una noche cualquiera, Maricel toca y canta. Y por un rato, parecería que todo lo otro queda de la puerta para afuera.
Desde el cercano Oeste
Maricel Ysasa nació en 1984 en Atalaya, de la bonaerense Isidro Casanova. Con dos discos en su haber, compone, canta y toca la guitarra, además de incursionar en otros instrumentos como el clarinete. Su música es difícil de clasificar. Para pensar en algunas coordenadas, puede señalarse el predominio de lo acústico, las melodías complejas y refinadas en una ejecución virtuosa de la guitarra, que nunca deja de ser accesible para cualquier oído, incluido el que no está acostumbrado a lo virtuoso y lo refinado. Si se le pregunta por sus raíces musicales, responde simple y sin misterios: “Influencias, hay muchas. De muchos géneros musicales y también de muchos artistas. Uno de ellos es Spinetta. No solo por su música, sino por el estilo personal que desarrolló. Su primera época es tal vez la que más me interesa: Almendra, Pescado Rabioso, Invisible. También me parecen muy singulares Tanguito, Miguel Abuelo, todos los que formaron parte de ese movimiento cultural. Es algo que en mí está muy vigente, junto a otros artistas internacionales contemporáneos a estos, como The Beatles, Sid Barret, Nico, The Incredible String Band, etcétera. En general, independientemente de su estilo, me gustan los artistas que logran imprimir un sello personal en su obra”. Menciona también como otra gran influencia al múltiple y diverso Eduardo Mateo. Tampoco quedan fuera el folklore, con Violeta Parra o Atahualpa Yupanqui. Y además, la llamada música académica, que viene incluido en su educación artística desde edad temprana. Ysasa se formó en la Escuela de Arte Leopoldo Marechal, en La Matanza. Luego en el Conservatorio de Música Alberto Ginastera, en Morón. “Los dos espacios tienen una orientación hacia la música clásica, y eso forma parte de mi influencia, en particular en cuanto a la técnica guitarrística. Durante muchos años estudié sistemáticamente obras clásicas, y también de músicos contemporáneos. Y eso aparece aunque uno no quiera. No es que no lo busque, tampoco. Está ahí.” En las melodías que Maricel y sus dedos van tejiendo y anudando, caben ecos de lo popular y lo sencillo, trenzándose con lo complejo y pulido. Las letras, que pueden remitir a temas vinculados con la naturaleza y sus manifestaciones (el agua, el mar, la luna o la lluvia) se combinan con formas musicales elaboradas con una gran minuciosidad.
Música que recrea paisajes
A través del sello con el cual editó su primer disco, Noseso Records, el documentalista y cineasta Vincent Moon se contactó con ella y su arte. Este joven director francés, divulgador y difusor de jóvenes músicos como los chilenos Pascuala Ilabaca o Chinoy, pero también de otros consagrados, como Lhasa de Sela o la banda Beirut, hace que una diversidad de sonidos, lugares y ritmos coexistan en su colección de cortos “Petites Planètes”. Se caracterizan por sus tomas con un sonido crudo, sus filmaciones realizadas muchas veces en una sola toma, un trasfondo donde lo meticulosamente cuidado de la música se fusiona con lo espontáneo de las presentaciones de los artistas en vivo, a veces tocando en lugares públicos o directamente en la calle, a veces filmando un video en la cocina de un departamento. “Una vez me fue a ver a un concierto. Yo ya estaba tocando composiciones nuevas. Ya había terminado de grabar el primer disco, Nacerán las hojas, hacía un tiempo. Me propuso si quería hacer un mini documental. Me pareció muy interesante y acepté. Estuvimos trabajando y filmando en la plaza de mi barrio en Isidro Casanova; también un poco en Capital, en Parque Centenario”, describió. Fueron dos días sin ningún tipo de producción, solamente con una cámara y con un trabajo creativo muy importante. En el inicio del corto, se entremezclan armónicamente el sonido de las cuerdas de la guitarra de Maricel, el ruido del carro de un vendedor ambulante, los pibes que juegan en una plaza. Luego, suavemente, su voz. ¿Qué une sus dos discos, disímiles pero conectados? ¿Qué hizo que este cazador de talentos francés se adentre en el primer cordón bonaerense a escucharla tocar y a filmarla? Como definición, también espontánea de su música, en un momento Maricel esboza una posible respuesta a esas preguntas nunca formuladas como parte de la entrevista. “Se trata de capturar los instantes”, dice ella.
Su último trabajo, “Paisaje intraestelar”, está compuesto por 16 tracks. Allí, entre una instrumentación que incluye protagónicamente su guitarra criolla y su voz, pero también incorpora violín, cello y clarinete, se desarrollan algunas ideas que aparecen recurrentemente en varios temas. La naturaleza, sonidos urbanos como despertadores o timbres, distintos instrumentos y melodías por momentos contrapuestos y por momentos en paralelo en distintos niveles, se combinan armónicamente. “La idea es buscar una representación visual a través de los sonidos; una búsqueda por representar imágenes con la música. Por eso juego mucho con los planos sonoros, donde se busca trabajar sobre la idea de superposición de esos planos, de cierto juego sonoro de contrapunto, como si esos paisajes formaran parte de otra dimensión, en otro tiempo y espacio, surcando lo fantástico. Y trabajo además sobre la idea del viaje por esos diversos lugares. Creo que esa idea, que también está presente en Nacerán las hojas (que puede escucharse en Bandcamp), tal vez en este disco esté más lograda. Tal vez en Paisaje haya una elaboración un poco más estética”, consideró.
Así, con el “esfuerzo” que implica afrontar el desafío de un disco nuevo donde “todo lo tiene que hacer una”, ella se para desde la orilla contraria a aquella que promueve una melodías prefabricadas, enlatadas y predigeridas, ideadas entre el márketing y la ingeniería comercial de los grandes sellos, la música de Maricel reinventa paisajes. O mejor, recrea mundos.