Por Gabriel Casas
Polémico, el cronista pide encarecidamente que hinchas y periodistas dejen de pedir por la dupla más mentada del fútbol argentino. ¿El motivo? La falta de feeling en el campo de juego. En las líneas que siguen, sus palabras y sus razones.
No insistamos más, por favor. No hay feeling futbolístico entre La Pulga y El Apache. Hasta el propio Martino, juntándolos y con sus declaraciones, se sumó a eso de que se intenta forzar la conexión entre ambos desde afuera, y que eso influye –él lo vio positivo, yo negativo– en los protagonistas para buscarse en jugadas y que éstas deberían terminar en goles o en chances claras de convertir.
La Selección Argentina depende de Messi. Y eso no está mal, encima es inevitable, cuando se trata de uno de los mejores futbolistas de la historia. Así le ocurrió también en la era Maradona. No jodamos, entonces. Ayer, ante México todo lo importante en ataque durante todo el encuentro surgió de los pies de Messi. Y él empató un partido casi perdido, después de una gran asistencia de Agüero.
A ver, espero que los Tevistas no se enojen. El 9 de Argentina debe ser Agüero claramente. Messi tiene feeling con el Kun afuera, pero lo que debería ser más importante, también adentro de la cancha. Se conocen desde pibitos –compartieron el juvenil campeón del mundo en 2005–, se hicieron amigos y comparten la habitación en las concentraciones y giras de la Selección. Juegan de memoria. Además de eso, por el gran nivel de ambos con la albiceleste, salvo en citas puntuales y dolorosas.
No busquemos más roña entre Tévez y Messi. Se llevan bien como compañeros. No tienen feeling futbolero, aunque lo intentan –de hecho, ante México se buscaron seguido–. Tévez no siente –creo que no lo hizo nunca– eso de ser 9 de área. El Apache se siente cómodo cuando arranca de atrás con la pelota. No es como Agüero, que si bien le encanta el balón y ahora hasta asiste, no se desespera si no le llega y aguarda su oportunidad.
Si de algo sirven los amistosos, es para probar sociedades, consolidar los sistemas tácticos, ver cómo responden algunos en otros puestos, y también analizar el peso de la camiseta en ciertos jugadores nóveles. Obvio que no hay que quedarse con un partido para dar una determinación, pero la sociedad anhelada por el pueblo futbolero –esa entre Messi y Tévez– no rinde sus frutos.
Está muy cerca la hora de la nueva verdad, o sea, las eliminatorias. Messi jugó como casi siempre y también habló como casi nunca. Se quejó de las críticas desmedidas después de perder dos finales en dos años –ya que lo ve meritorio como lo es en realidad–, pero lo más importante es que mostró una vez más su sed competitiva de triunfos. Remarcó que no ganó nada con la Selección Argentina, olvidándose de los Juegos Olímpicos de Beijing y del torneo mundial juvenil en Holanda. Claro que para nuestra identidad futbolera son títulos menores. Y Messi también mamó eso. ¿O todavía se creen ese verso de que es catalán?
Aclaró, por si hacía falta, que siempre que el técnico lo llame, vendrá a la Selección y lo hace, pese a las decepciones. Algo de lo que no se pueden jactar ni Batistuta, ni Crespo, ni Verón (recuerden una Copa América con Bielsa en Paraguay), ni el mismo Tévez, por nombrar a otros grandes jugadores.
Roberto Galán tenía su programa emblemático que se llamaba: Yo me quiero casar, ¿y usted? Ahora pareciera que muchos argentinos quisiéramos hacer casar a Messi con Tévez. Hasta Martino adoptó ese runrun anoche contra México. El Tata no es tonto, no lo hizo cuando las papas queman, ni siquiera cuando empiezan a tostarse.
Y cómo sucedía en lo de Galán, si entre los dos involucrados no hay acuerdo, no se producía el hecho. Dejemos de lado nuestras almas de celestinas, sobre todo el periodismo deportivo. Eso liberará de cierta presión a los protagonistas. Y se podrá conseguir el mejor equipo, por encima de las invidualidades –en este caso Tévez– que se ponen de titulares por su nivel o hasta por presiones externas. Martino no chocará con la misma piedra que estroló al Checho Batista.