Por Natalia M. Tangona.
Un recorrido por la Ex Petinari, en la que los trabajadores resisten para no perder sus fuentes de trabajo. Mientras, este jueves 27 de agosto a partir de las 15 hs convocan a una asamblea abierta en la puerta de la fábrica de Merlo.
Sábado 16 de agosto. Se levantan las persianas de los galpones. El polvo acumulado se sacude. El sol radiante ayuda a los trabajadores a despertar la fábrica. Allí están las herramientas, los laburos a medio hacer, los pedidos terminados con el sello Petinari de clientes que no pudieron retirar tanto la mercadería como los camiones, una pizarra con la palabra “quincena” escrita, un aire frío de vacío, de ausencia. A barrer. A limpiar. A encender las máquinas. A volver al puesto.
“Éste es mi sector, el de reparación”, me dice Walter, mientras me lleva a hacer un recorrido por las instalaciones. Es de él, sí. Todo aquí es de todos ellos. Cada metro cuadrado. Cada máquina sobre la cual me explica con minucioso y familiar detalle su funcionamiento. Cada tornillo es de ellos, con total legitimidad.
“Salió un pedido de 2 cajas. Un laburito chico, pero para arrancar nos viene bien. Para que tengamos un ingreso de plata después de tanto tiempo parados”, me cuenta humilde Walter, como si ni él ni los compañeros que van apareciendo de distintos sectores a medida que avanzamos todavía cayeran en el hecho de que están reactivando a la primera fábrica recuperada de la zona. Es que la épica queda a un lado cuando hay tanta necesidad de trabajar. Los tinglados son enormes, larguísimos, se conectan unos con otros y ellos, los muchachos, van saliendo de cualquier rincón como hormigas ansiosas. Llevan, traen, revisan, encienden. Trabajan. Me acuerdo de Luis con los ojos mojados la vez anterior: “Yo no estoy acá por una indemnización.”
–Hay trabajos terminados con la firma Petinari. Ustedes no pueden comercializarlos, ¿verdad?
–“No, no podemos tocar nada de eso. Si viene un cliente con una orden firmada para retirar la mercadería nosotros la entregamos.”
La seguridad privada contratada por la patronal todavía custodia las instalaciones, su función es vigilar el predio. Pasean cargando itakas entre obreros que en estos 6 meses no han ocasionado ni un daño. No forzaron ni una puerta. No rompieron ni lastimaron. Bien podrían haberse dejado llevar por la rabia luego de años de ser basureados, entregados por su sindicato, marcados e increpados por sus explotadores. Pero se quedaron custodiando la fuente de trabajo. Conformando la Cooperativa Acoplados del Oeste ya con matrícula provincial y a la espera de la nacional, consiguiendo media sanción a la ley de expropiación.
Cada una de esas manos callosas y estropeadas, de esas miradas cansadas y muchas veces tristes, dicen claramente: No me saques mi trabajo. Yo no valgo un número. Quiero trabajar. De acá no me voy. Cosa rara debe ser haber nacido patrón a costas de aquellos a los que ahora tildan de “vagos” y “usurpadores”, y no tener la más mínima noción de algo llamado dignidad.
Walter nos acompaña a mi hija y a mí hasta el portón. Nos despedimos. Mi chiquita, de 6 años, me pregunta: “Mami, ¿siempre podemos venir de nuevo a visitarlos a su fábrica?”
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18 de agosto. Uno de los guardias privados les avisa a los muchachos que lo despidieron. A su hermano, también de seguridad, lo echaron la semana pasada. Les advierte que puede que vengan a desalojar. Toda la noche es una espera latente. A las 10 de la mañana del 19 llegaron dos fiscales de las UFI n° 5 y n°8 de Morón junto con 50 efectivos de la Infantería y de la Bonaerense. No se opusieron. Salieron pacíficamente como lo habían acordado de antemano, evitando golpizas innecesarias. Adentro quedaron las 2 cajas encargadas y un remolque. Y a la vereda, al refugio del toldo, volvieron los trabajadores.
“¿Por qué fué la policía? ¿Por qué no puede haber un final feliz, mami? ¿Están otra vez en la cabañita de la vereda? ¿Por qué no los dejan trabajar?” Creo que ni siquiera los fiscales sabrían responder a las preguntas de mi hija.
Mientras se efectuaba el desalojo, Luis vió en una estación de servicio cercana a Silvana Petinari arriba de un auto.
Una mañana de patrones, fiscales y policías.
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“Acá estamos, de nuevo afuera”, me dice Walter seguido del “Hola” y continúa: “Cuando llegué y los vi otra vez en la vereda se me cayó el alma al piso. Ya estábamos laburando y ahora otra vez a la calle. Habían hecho un guiso para almorzar, me preguntaron si quería comer pero les dije que no, se me cerró el estómago.” La olla grande vuelve a calentarse cada vez que llega un compañero.
Hernán me saluda y cuenta: “Sabíamos que esto podía pasar, ya lo habíamos hablado con los compañeros. El desalojo siempre fue una posibilidad. Pero bueno, vamos a volver a entrar. De acá no nos vamos. Estamos esperando que vengan nuestros abogados con novedades, están en los tribunales de Morón ahora. Vamos a esperar un poco pero la decisión es entrar de nuevo.”
Llegan compañeros sumando apoyo, buscando testimonios, sacando fotos. Todos comentan la heroica gesta de Negro, el perro de los obreros en lucha, compañero callejero de la toma, que le mordió la mano a un policía durante el desalojo esta mañana. Conciencia de clase le dicen.
Que la familia acompaña. Que mi señora entiende pero se preocupa. Que la mía no está de acuerdo y me dice que busque otro laburo. Que discutimos. Que la madre de mi mujer tiene cáncer, estamos complicados. Que mis hijos me ayudan para que yo pueda estar acá. Que sufro del corazón y no puedo comprarme las pastillas. Que mi hija tiene diabetes y estamos sin obra social, en el hospital no hay insumos porque Othacehé perdió las PASO. Que estábamos contentos con el laburo que había salido y ahora otra vez… Las voces se cruzan y a la vez son una sola.
El sol se va apagando, refresca. Se arrima un neumático más a los restos de alambre quemado de las gomas que precedieron a la nueva fogata.
“El fuego es hipnótico”, me dice mi compañero.
El abogado Luis Coronado trae noticias. Actualmente la UFI n°5 de Morón tiene a cargo una denuncia de clientes de la empresa contra Petinari por los vehículos que quedaron adentro de la fábrica para la realización de trabajos. Durante el desalojo retiraron un camión. Por su parte, la UFI n°8 envió a la fiscal Adriana Suarez Corripio con una orden firmada por el juez de garantías de Morón Ricardo Fraga a fines de desalojar a los ocupantes y restituir el predio a la firma Pedro Petinati e Hijos. Maniobra que fácilmente despierta suspicacias teniendo en cuenta que hay una ley de expropiación con media sanción en el Congreso bonaerense. El abogado de los trabajadores está solicitando en la Fiscalía General que se unifiquen todas las denuncias acumuladas en un sólo fiscal.
Según relató Coronado a MU, cuando se reunieron en la Fiscalía los funcionarios judiciales se enteraron que los trabajadores no cobran hace meses. Además se garantizaron dos cosas: que los camiones de los clientes están intactos y que los obreros están cuidando su propio trabajo. Y agregó: “(…) pudimos conseguir un contrato de compra y venta, donde figura que las autoridades de la empresa estaban vendiendo toda la parte inmobiliaria a otra sociedad anónima. Pero la situación parece ficticia: tanto en una u otra la mayoría de los accionistas son los mismos.” Para frenar esto los trabajadores presentaron una medida cautelar y pidieron la quiebra. Los dueños, por su parte, presentaron un concurso preventivo en Capital Federal que no avanzó por improcedente.
Cae la tarde. El fuego prende rápido en los neumáticos, pienso. Se agita, da ganas de tocarlo, no da miedo, es puro color. Alrededor hay tipos cuarentones, toscos, haciéndose chistes, riendo, no pensando ni por un momento en irse. Chisporrotean como el fuego.
“Sí, el fuego es hipnótico”, le respondo a mi compañero.
Y escucho otra vez a Walter que hace un rato me dijo: “No hay nada que sea imposible. Hasta lo que creés más imposible es posible. Hay que tirar para el mismo lado y nunca bajar los brazos.” Y pienso en los fueguitos de Galeano. Y en que el fuego acompaña todas las luchas porque proyecta el interior de los que la llevan a cabo. “Adentro o afuera, de acá no nos vamos”, asevera Hernán.
Se va esta jornada. Se está yendo agosto. Hacia otra toma, hacia una asamblea popular y hacia un festival obrero.
La primera recuperada de Merlo está trayendo nuevos aires a estos pagos del oeste.