Por Laura Salomé Canteros y Camila Parodi
En un encuentro que fue más que una entrevista y en la que relatamos más que una crónica, Reina Maraz por Marcha. Su actualidad luego de haber sido condenada a perpetua y una invitación a la reflexión y a pensar qué tipo de sociedad tenemos, que criminaliza por una determinada identidad.
En las mujeres con conciencia de clase, de resistencia y de lucha, en las migrantes con los ojos igual de tristes que de alegres y los pies cansados, en las desterradas sin destino y en las heroicas sobrevivientes de violencias machistas y opresiones, Reina Maraz vive y configura su historia que es la de todas.
Sin embargo, un sonido ensordecedor interpela rompiendo la cotidianeidad frívola y noticiosa obligando a pensar no en todas las mujeres, no en todas las migrantes, no en todas las desterradas ni sobrevivientes, sino en algunas, quizá pocas, aquellas con las que la sociedad se ensaña ejerciendo su control y discriminación en el brazo de un poder judicial que violenta institucionalmente y revictimiza al no escuchar. Y en una: Reina Maraz Bejarano.
Luego de que la Comisión Provincial por la Memoria y la Campaña contra las Violencias hacia las Mujeres entre otras organizaciones de Derechos Humanos presentaran un amicus curiae a Casación Penal en favor de la revisión de la sentencia que la condena a prisión perpetua en el juicio en que se la acusó por el asesinato de su marido, Limber, Marcha visitó a Reina Maraz en el domicilio en el que cumple la pena privativa de su libertad desde diciembre del año pasado.
Su situación actual, el acompañamiento de sus nuevas y sororas amigas y la identidad como eje de una situación que la tiene como protagonista de una clara vulneración de sus derechos a la identidad y a la legítima defensa.
Que mi identidad no sea tu excusa para la criminalización y el encierro
En una bolsita, con su hermosa niña de pelo negro brillante en brazos, Reina Maraz nos muestra, entre las fotos de sus niños que están en Bolivia y a los que extraña con fuerza de imaginarse en los campos de Avichuca con ellos, las cédulas de identidad que las antojadizas fronteras emiten, de Tarija, del Estado Plurinacional de Bolivia, donde dice que tiene apenas 26 años.
“Llegué a Liniers con pollera todavía. No conocía el pantalón”, nos cuenta Reina. “Una se siente libre con pollera”, dice y su amiga Jilma, a la vez que nos recomunica, nos resume, “ella dice que tiene derecho a seguir hablando quechua y que tiene que ser respetada por su identidad”, y reflexiona, “a nosotras nos discriminan por ser de pollera como por hablar quechua porque son cosas de indios”.
“Estamos en una etapa de orgullo chola con Reina”, nos relató Eugenia Lara en la previa a la visita que hicimos a Reina y en la que nos conocimos con quienes serían nuestras intérpretes del quechua al castellano, “con todo lo que pasó tuvo un momento de negación de su identidad de origen”. Relata que fue a visitarla Relmu, “una compañera mapuche”, y que eso generó en Reina “un encuentro muy disparador”, al verla con su ropa originaria, episodio que la hizo “volver a pensarse desde lo indígena”.
Reina nos muestra su pollera de mil pliegues, cintura estrecha y color rosa viejo. Una de sus amigas se la prueba, tira unos pasos y a la par nos cuenta los relatos que traen y llevan junto a sus compañeras de la Asamblea de Lugano, que “cuando las mujeres bolivianas se ponen la pollera es una fiesta y se celebra”. No encontramos símbolo más suave y nostálgico que su prenda adorada en un encuentro que aumentaba en empatía y contagio de las emociones.
Para llegar a la casa donde Reina se encuentra en domiciliaria, hay que hacer largo recorrido, el que hacen sus vecinas y vecinos diariamente para garantizarse la vida. El barrio, donde vive con su hermana, se caracteriza por ser un asentamiento de la comunidad boliviana con calles y construcciones similares a las del Alto. Sin embargo, cual barriada nueva del conurbano, está desprovista de servicios y políticas públicas. Algo recurrente en la historia de Reina: el Estado solo está presente convirtiendo a su territorio en una cárcel a cielo abierto.
La violencia institucional y el dolor de Reina como madre
El poder moral y real que las instituciones y sus funcionarios/as detentan se mostró en su peor forma, implacable, con Reina y sus niños y niña, que nació en cautiverio. Privada de su libertad y sin sentencia firme, como la mayoría de las mujeres y personas migrantes que habitan las unidades penitenciarias de nuestro país, fue condenada sin derecho a expresarse por falta de una intérprete que la tradujera del quechua. Y así llegó al juicio oral, con un fiscal que la acusó y un tribunal que la culpó.
“La violencia más grande que vivió con la institución policial y carcelaria fue que se la llevaron sin entender, estuvo dos años presa sin saber por qué, por el simple hecho de asentir con la cabeza cuando le leen el acta que la inculpaba con el homicidio de su marido”, relató Eugenia Lara, en la previa a nuestro encuentro con Reina.
El saber que estuvo encerrada sin poder expresar que estaba embarazada y que cuando volvió de parir le hicieron limpiar los pisos nos impulsaba a querer conocer otros detalles de su historia, aquellos que la reconectaran con la recuperación de su salud, que es endeble, y con la esperanza de la libertad para sus hijos.
“No te vayas a preocupar, mamá, porque estamos bien con la mamita, la abuelita”, dice uno de sus niños desde Bolivia en un video que le enviaron a través de un celular y que nos muestra orgullosa. “Gracias mamita por la mochila nueva”, le dicen alegres mientras se vestían y acomodaban bajo sus gorras los arremolinados pelos en rutina matinal de escuela. “A mis hijos los dejé chiquititos”, dice Reina, “el mayorcito tenía casi 5 y el chico 3”. Hoy el más grande tiene 10 y casi no pudo hablar de la tristeza que le generaba tener que saludar a su madre a la distancia. Y es ahí donde la emotividad transformó nuestros ojos grandes en lágrimas que desconocieron pasados y fronteras.
Trenes y colectivos nos separan de su historia, y mientras viajamos, no dejamos de pensar cómo hubiera sido un juicio en el que el sistema heteropatriarcal, capitalista y colonial no hiciera relucir sus armas. Nos alejamos, pero sabemos dónde está, que no está sola y ansiamos volver a visitarla. Apenas compartimos un almuerzo con Reina, pero fue suficiente para sentir que el Estado argentino y la sociedad toda le debe a ella y a su familia la restitución de su libertad y de sus derechos.
Cuando le preguntamos cómo está desde que la visitan quienes comparten la misma lengua, al traducirle en quechua ella escucha y nos responde, primero con gestos de agradecimiento y serenidad, luego en su natal dice, “desde que vinieron ustedes a visitarme ya no me siento sola”. “Cuando me dicen tal día van a venir ya las espero”, dice, “como una fiesta” agrega Jilma su nueva amiga, y entendemos, porque de esa manera “puede hablar en su idioma y tiene confianza”, nos dicen. Y la otra nos cuenta, “a veces reímos recordando lo que hacíamos en el campo y comparando nuestros pueblos o cómo llegamos acá, y eso le hace bien”.
Volvemos, nosotras también con los pies cansados, ávidas de escribir pero con miles de interrogantes en las cabezas. Las voces de los niños que aguardan por su madre serán fuerza para la lucha de muchas. Las lágrimas de jóvenes como Reina, la independencia, la libertad y la emancipación de las mujeres todas, banderas al aire para muchas otras.
Munani justiciata. Libertad para Reina Maraz.