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    Buscando la crisis (primera parte)

    16 agosto, 20125 Mins Read
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    Buscando la crisis (primera parte)

    Por Federico Larsen. Un recorrido por algunas calles de uno de los países supuestamente más golpeados por la crisis. La política italiana en las vidrieras atiborradas que ahuyentan el default.

    Una escritora italiana publicó hace pocos días en las páginas del diario Il Fatto Quotidiano un artículo intitulado ‘Bailando en la cubierta del Titanic’, donde describía la sensación que le había causado volver a su país luego de meses en el extranjero. Efectivamente, la impresión que dan las calles de muchas ciudades de Italia son de fiesta en medio de una suerte de apocalipsis anunciado. Al caminar por las estrechas vías de los centros citadinos, parece que las tremendas previsiones que economistas y periodistas hacen a través de los medios -en las que me toca incluirme, desde las páginas de Marcha-, son fruto de las indicaciones de un oráculo impreciso y poco serio. Restaurantes llenos, negocios en pleno frenesí veraniego y turistas por doquier parecen atestiguar la falacia de los argumentos esgrimidos por analistas que sin duda deben vivir muy lejos de aquí. O, por lo menos, esa es la primera impresión que todo viajero puede comprobar con sólo dar una vuelta por los pintorescos pueblos del Bel Paese.

    Sin embargo, con solo salir un poquito de la vidriera del consumo en época de crisis, en un par de cuadras es posible encontrarse con fotografías que bien podrían ser usadas de postal de una lenta decadencia económica y social. Sucede en Milan, en Taranto, en Val di Susa, en Emilia Romagna y en todas las esquinas donde las notas de la orquesta del Titanic siguen prefigurando el claro destino del enorme y pesado barco del sur Europeo.

    Pobres contra pobres

    Una de las imágenes más paradigmáticas de la Italia moderna, si bien aparentemente desligada de la situación continental, es la de la fundición Ilva, en la sureña ciudad de Taranto. Luego de 15 años de denuncias por contaminación la justicia ordenó el secuestro de la planta, argumentando que “quienes gestionan y gestionaron Ilva continuaron la actividad contaminante concientemente y con voluntad por la lógica de las ganancias, pisoteando las más elementales reglas de seguridad”. En el barrio Tamburi, donde se encuentra la fábrica, se constataron unas 390 muertes en 13 años a causa de los tumores provocados por el humo rojo que emana de las chimeneas de la planta y tiñe las barriadas de los alrededores. Un ‘desastre ecológico’, como le dicen las autoridades. Pero también un desastre social. Los 5000 obreros que allí trabajan mantuvieron las rutas de acceso a la ciudad cortadas, con piquetes por tiempo indeterminado y paro total de las actividades, ante la inminente pérdida de sus lugares de trabajo. Trabajadores, habitantes de los barrios y policía se trenzaron en los últimos días en una guerra entre pobres que sigue ocupando la primera plana de todos los medios nacionales.

    Pero, ¿qué tiene que ver esto con la crisis? La situación de Taranto, esto queda claro, es simplemente la explosión de un irracional manejo de ciertos aspectos de la producción industrial italiana, posibilitada por un estado amildonado y elefantiásico. La “lógica de la ganancia” a la que hace referencia el fallo judicial es la misma que dio un cheque en blanco a los empresarios durante los últimos 20 años para avanzar por sobre el trabajo a cambio de un inmenso sistema de promociones del consumo. Los italianos pasaron de lavar su ropa a mano a poder permitirse tirar lavarropas, heladera y televisores sin ni siquiera revisar porqué no andan más. Vivieron quizás por encima de sus posibilidades y hoy esas contradicciones se hacen carne. La desocupación en Italia ronda el 9%, la ‘inactividad’ el 26 y uno de cada tres jóvenes por debajo de los 30 años está sin trabajo. ¿Qué posibilidad tendrán los obreros de Ilva hoy de conseguir otro empleo, cuando las chimeneas contaminantes dejen de matar al barrio?

    A dislocar

    La economía italiana estuvo basada durante muchos años en un intricadísimo sistema de PyMES que llegaron a producir la mayor parte de su PBI. Recorriendo las cortas distancias que separan antiguos pueblos del norte italiano es muy fácil encontrarse con centenares de galpones grises con placas de colores con los nombres más fantasiosos. Se trata de la principales colmenas productivas que tuvo el país en las últimas décadas, muchas de las cuales, hoy, se encuentran vacías. Sin embargo no dejaron de producir. La palabra clave de los últimos años para esta columna vertebral de la producción ‘made in Italy’ es dislocación. Esto es, levantar la empresa de su lugar y llevarla a otro país, preferentemente el este europeo o China, donde la mano de obra es más barata. “Si el estado me hiciera pagar menos impuestos, yo no me llevaría la producción a otro lado”, es una de las frases célebres del administrador delegado de FIAT, Sergio Marchionne, recuperada como emblema de ciertos sectores conservadores empresariales en todo el país. Dislocar significa reducir el empleo en el lugar de origen y remitir dividendos tras una complicada ingeniería financiera basada en la misma lógica de la ganancia que condena a los obreros y vecinos de Ilva. Pero también desvincularse del pesadísimo sistema impositivo italiano -mucho más progresivo que el argentino por cierto-, que sustenta en parte los amortiguadores sociales capaces de reducir el impacto de la crisis en las calles. El periodo berlusconiano no hizo más que proteger y esconder estas prácticas mientras se acrecentaba la deuda pública, principalmente interna, hasta llegar a la situación de ‘caja vacía’ que se vive hoy. Y si la producción se disloca, también debe hacerlo el trabajo. Esto significa flexibilizar hasta la médula los nuevos contratos laborales, precarizar sus condiciones y limitar sus reivindicaciones. Si las PyMES cierran, sus empleados deberán reubicarse con contratos a tiempo determinado en alguna otra que se abre para luego cerrar. El círculo sigue, aún precario, el trabajo está. Todo, siempre dictado por la misma lógica. La de las ganancias.

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