Por Ana Paula Marangoni.
El modo de votar ha cambiado sustancialmente en los últimos años. En parte, a partir de la vigencia de las PASO desde el año 2009. Aunque también las empresas de encuestas han adquirido paulatinamente un espacio central en la opinión, al punto de ser entendidas prácticamente como una antesala de la elección en sí misma. ¿Pero, son un cálculo preciso o un acto de delegación que influye -peligrosamente- en la conformación de una tendencia?
Las encuestas resultan un pronóstico meteorológico que con mayor o menor acierto, no anunciará 30 grados el día de la peor de las tempestades. ¿Hasta qué punto esto es así? ¿Son las encuestas un cálculo aproximado, o estamos delegando en ellas una contundente influencia previa al voto?
El sistema de las PASO contiene en su interior muchas aristas. Por ejemplo, el ciudadano puede votar en una primera vuelta sin estar completamente seguro de su voto, para luego concentrarse en la opción más competitiva, en el apoyo definitivo al candidato favorito (en caso de que haya atravesado la línea de fuego), en el voto del “mal menor” o en el fortalecimiento del voto “en contra” (votar al que puede ganar a quien no se quiere que gane). En definitiva, las PASO aumentan la dimensión especulativa del voto, otorgando al ciudadano una encuesta verosímil, real y contundente de las tendencias en cada distrito antes de las elecciones definitivas. Se obtiene la radiografía antes de la foto, y nos permite hacer los cambios necesarios para llegar del mejor modo posible a la imagen final.
Esta dimensión especulativa aumenta de algún modo la capacidad de juego de la población. Es prácticamente, un bautismo en la táctica política para el ciudadano común, quien, quiera o no, ya está en la cancha. Su voto cuenta y más allá del interés real o pasajero por la política, la idea de influir en las decisiones en general entusiasma. Esto se refuerza aún más con la apertura de la interna, que deja de ser una discusión puertas adentro de las distintas fuerzas para estar en boca de todo el padrón. La posibilidad de elegir un candidato en la interna contribuye a la creciente politización de la población, a la vez que permite visibilizar las disputas y diferencias al interior de los frentes, los partidos o las coaliciones.
Este último aspecto ha sido vivido intensamente durante la campaña presidencial de este año, en la que se acentuó la confrontación virulenta entre candidatos de la propia interna.
En el frente Cambiemos, los candidatos de algún modo admiten que su alianza es principalmente estratégica y tiene muy poco de ideológica. En el FPV a nivel nacional, la elección que hizo Cristina Fernández del vicepresidente para la fórmula de Daniel Scioli, Carlos Zannini, le costó el destierro político a Florencio Randazzo. El ministro de Transporte había apostado fuerte a descalificar a Scioli y a quien finalmente se le dio vuelta por completo su fuerza. Aunque la mayor virulencia se vive en la interna del FPV para las candidaturas por la Provincia de Buenos Aires. La lista de Aníbal Fernández-Martín Sabbatella se atrevió a denunciar “robo de boletas” por parte de sus contrincantes, Domínguez-Espinoza. Incluso se los acusó de haber favorecido la denuncia-bomba por el tráfico de Efedrina del programa de Lanata, el archienemigo mediático del gobierno. Por otra parte, el FIT también vivió una interna intensa entre el legendario Jorge Altamira y Nicolás del Caño, bordeando cornisas de desacuerdos. Estuvieron cerca de llegar a la ruptura y enfrentar una fragmentación que los hubiese llevado a perder el caudal de votos que vienen consolidado, lenta pero progresivamente, en los últimos años.
Cuesta definir si las PASO han mejorado la calidad electoral, mientras que es evidente que cambiaron sustancialmente el modo de votar. Más politizados, con mayor apertura de las líneas internas de las fuerzas en pugna, pero con una menor espontaneidad. Aunque nada está completamente asegurado, cantar victoria en las PASO y en las elecciones definitivas, no necesariamente implica ganar el ballotage.
El otro aspecto que modificó el modo de votar, e incluso de hacer campaña, es la medición de encuestas. Mientras que circula poca información sobre el modo de obtención de las encuestas y su grado de representatividad, sus pronósticos ganan las tapas de los diarios, produciendo un impacto directo por sus resultados más que por el proceso mediado.
Revisar el interés de cada consultora requeriría un estudio de los asociados de cada compañía, así como un exhaustivo conocimiento de los métodos empleados, en los que predomina la encuesta telefónica.
La encuesta y la intención de voto fortalecen un tecnicismo electoral que parece lidiar con lo impredecible. Los datos marean y abruman cuando quien va a votar oye que un porcentaje determinado del padrón vota al que gana, sea quien sea, otro porcentaje se define el último día o en el momento mismo de votar, y así sucesivamente, hasta convencernos de que innumerables factores van por delante de la decisión. Los datos técnicos revierten nuestro lugar de sujetos históricos y nos transforman en meros objetos de la circunstancia.
El domingo pasado, casi como un anuncio formal, circularon los resultados de un amplio caudal de encuestadoras por los distintos medios, posicionando, a pesar de variables de porcentaje, a Daniel Scioli como el primero indiscutido, a Mauricio Macri en un más o menos reñido segundo lugar, y a Sergio Massa en un relegado tercer puesto. Las encuestas otorgan una suerte de predictibilidad de los resultados que acaso contribuyan a perfilar una realidad aún inconclusa. ¿Cómo podemos analizar estas encuestas? ¿Acaso las corporaciones ya sacaron sus boletos de preferencias?
El oráculo de este tipo de mediciones no siempre es tan preciso como aparenta. El ballotage de la ciudad de Buenos Aires es una muestra de lo impredecible del voto, a pesar de todo. Macri casi pierde su bastión de gobierno (más allá de que su oponente se perfilaba como una opción similar a la del PRO) y nadie pudo prever eso. A posteriori, hubo desgarramientos de vestiduras y acusaciones abiertas, por supuesto, envalentonadas con el diario del lunes sobre la mesa.
Mientras tanto, queda escondido ese lugar de duda sobre las elecciones, si acaso cada voto hubiera sido realmente inescrutable, o si la radio, los diarios o la televisión no nos hubiesen abrumado con tendencias y pronósticos, los resultados hubieran sido de otro modo. Que nos pasaría como sociedad si esa fuerza secreta del voto dejara de ser interpretada como un resultado predecible y se viera como lo que realmente es, un ejercicio de poder. Pero es imposible saberlo. Solo queda votar y esperar.