Por Pablo Solana. En el último año aumentó la cantidad de piquetes de protesta en el conurbano. En el último mes, personas de civil dispararon en dos ocasiones contra los manifestantes ante la complicidad policial. Un muerto y 4 heridos de bala.
El barrio no tiene nombre propio. Apenas se lo identifica por la distancia que lo separa de la Capital Federal: barrio Kilómetro 26, en Florencio Varela, sur del conurbano bonaerense. Allí, en la esquina de las calles El Aljibe y Pulpería, el viernes 3 de agosto dejó de funcionar un transformador de Edesur. Cinco días después, el martes de esta semana, la corriente eléctrica no aparecía, la Empresa no aparecía, las autoridades municipales no aparecían. Entonces los vecinos, sin luz ni heladera ni calefacción, se organizaron para protestar. Con un piquete en el barrio, que instalaron en el cruce de Diagonal Los Tilos y La Pulpería. Ahí nomás están las vías del tren, pero la idea no era molestar, sino llamar la atención para que las autoridades resuelvan en problema. Aún así, el conductor de una camioneta Peugeot 504 increpó con el vehículo a los manifestantes, y ante la primera discusión sacó un arma y abrió fuego. Según los vecinos, hizo al menos 6 disparos. Recibieron las balas tres jóvenes de 19, 23 y 25 años: uno en el pecho, otro en una pierna, y el tercero, más grave, en la ingle: en el día de ayer fue trasladado del hospital Mi Pueblo al hospital de El Cruce, de mayor complejidad.
Un mes antes, el sábado 7 de julio, otro ataque armado a una protesta en el barrio Tres de Junio de Berazategui dejó un saldo mortal. Después de varios días sin luz, ante la indiferencia empresarial y municipal, los vecinos se volcaron al piquete. También allí la dificultad de tránsito fue ínfima: la protesta se instaló en el cruce de las calles Mitre y 45. Aún así, un motociclista se acercó a los manifestantes y disparó a matar. Padre e hijo, vecinos sin luz, recibieron los impactos de bala. Julio Cáceres, el padre, murió al día siguiente en el Hospital Evita Pueblo. Lucas, su hijo de 20, pudo recuperarse.
Más piquetes
A diferencia de aquellos años de auge piquetero en el conurbano una década atrás, hoy los movimientos barriales encausan los principales reclamos contra la desocupación a través de enmarañadas gestiones ministeriales por planes de obra y conformación de cooperativas. Por medio de políticas sociales más activas, en gran medida tributarias del clientelismo y aún insuficientes, el gobierno logró en estos años que la situación ya no sea desesperante para los excluidos de las barriadas populares. Pero la pobreza estructural no desapareció. La necesidad colma la paciencia de vecinos que se quejan por las condiciones precarias de vida, y vuelven a protestar. La reiterada falta de servicio eléctrico se encuentra entre los principales motivos de estas nuevas protestas vecinales, airadas, contundentes, pero que aún así pasan desapercibidas para los grandes medios de comunicación cuando quienes las protagonizan son los pobres alejados de la Capital. Entre los vecinos hay experiencia acumulada. Un referente barrial de Florencio Varela declaró al diario zonal “Varela al día”: “Nosotros no queremos ir a Edesur a protestar porque tiene toda la gendarmería en la puerta. Esto nosotros no lo buscamos. Si queremos enfrentamiento vamos y le prendemos fuego a Edesur y se terminó el problema. El tema pasa por otro lado. Queremos soluciones con una protesta en el barrio. Que vengan a reparar el transformador y no nos dejen así, como estamos, tirados y sin luz”.
Inundaciones, falta de respuesta ante necesidades sociales, abandono ante las consecuencias de un temporal: esas son las nuevas situaciones límite que llevan a los vecinos a cortar rutas o calles, quemar neumáticos y desafiar a la represión para hacerse oír. A principios de abril, todas esas razones confluyeron tras la tormenta que dejó 17 muertos, alrededor de 100 viviendas sin luz, árboles y techos volados por miles y una veintena de municipios bonaerenses en estado de Emergencia. En ese entonces los piquetes se extendieron por toda la geografía durante días y semanas, estimándose en más de 300 los focos de conflicto en el conurbano. En la zona oeste hubo represión, y varios intendentes desempolvaron sus discursos contra la protesta social. Raúl Otacehé, intendente de uno de los municipios más castigados y con mayor focos de protesta vecinal tras el temporal, repitió su discurso clásico: “Algunos piqueteros no son la protesta social, eso no es el pueblo: no quieren soluciones, quieren lío”. Pero otros intendentes de perfil más moderado también comenzaron a atacar la protesta. Darío Giustozzi, de Almirante Brown, declaró que los piquetes “generan un marco de violencia desmedida que toma inviable la resolución de los conflictos por vía de una negociación pacífica”.
La misma lógica que hace 10 años desembocó en represión
Entre el 20 de diciembre de 2001 el 26 de junio de 2002, sólo en el conurbano bonaerense se dieron varios hechos de violencia armada contra la protesta social, con características idénticas a los dos hechos que dejaron un muerto y 4 heridos de bala en el último mes. Hoy la situación social y política es bien otra, pero llama la atención la similitud de los ataques perpetrados en uno y otro contexto, como si se tratara de un accionar premeditado. De la misma forma que el conductor de una camioneta increpó días atrás un piquete en Florencio Varela y disparó, sin bajar del vehículo, contra los tres jóvenes que recibieron los disparos, un puntero político de Esteban Echeverría hizo lo propio el 6 de febrero de 2002 en un piquete en el barrio El Jaguel, asesinando a Javier Barrionuevo. La complicidad policial fue total. El 15 de abril del mismo año, un motociclista arremetió contra otra protesta en Lanús. La crónica del diario Clarín al día siguente describió: “Una moto aparece en medio de la avenida Pavón, inusitadamente desierta. Piqueteros que le gritan que se detenga. La moto que acelera y luego, los tiros. Un hombre, un piquetero desocupado, termina con el pecho atravesado por una bala 9 milímetros”. Después se supo que el “motociclista” era agente del servicio penitenciario. Pero esas no son las únicas coincidencias entre aquellos hechos y éstos. Como ahora, en aquel entonces los ataques fueron precedidos por discursos encendidos de los jefes comunales demonizando la protesta social. El viejo caudillo de la derecha peronista, Manolo Quindimil antes, el joven intendente del Frente para la Victoria Darío Giustozzi, ahora. Y tras las declaraciones hostiles, el accionar armado de punteros o agentes policiales de civil, con total impunidad.
“Los milicos liberaron la zona para que pase esto”
La cámara de video que había colocado la municipalidad de Florencio Varela en la esquina donde ocurrió el piquete y la balacera del martes pasado, está enfocada a vigilar un asentamiento de familias sin techo en Luján y Villa Argentina. Y aunque los vecinos aseguran que la escena de los disparos, con la identificación de la camioneta y del autor, tienen que haber quedado registradas, el Secretario de Gobierno municipal Andrés Watson declaró que “la cámara de monitoreo no captó el momento de la agresión”. En la comisaría segunda, donde se inició una causa por “abuso de arma de fuego y lesiones”, dicen no saber nada. Pero los vecinos señalan que la policía liberó la zona: “Una hora antes de que balearan a los muchachos aparecieron dos autos con armas amenazando a la gente. Los milicos vinieron a decir que liberemos esto. Les pedimos que se queden acá, que vengan. No lo hicieron. Ellos mismos liberaron la zona para que pase esto”, según dijo el vocero de la protesta vecinal al diario “Varela al día”.
A su vez, el asesino de la motocicleta del mes pasado en Berazategui tampoco fue identificado. Dicen no saber nada de él ni el personal de la comisaría cuarta, donde se inició la causa por “homicidio y lesiones”, ni la fiscal María de los Ángeles Attarian Mena, titular de la UFI 2.
Mientras policías y matones armados que responden a los discursos amenazantes del poder político bonaerense sigan actuando con tal nivel de impunidad, será difícil convencernos que los fantasmas del pasado no vayan a convertirse en amenazas del presente para quienes, en el conurbano profundo, se atrevan a protestar.