Por Lucila Zambianchi / Foto por Natalia Polito
La denuncia sobre el modelo de trabajo esclavo asociado a los talleres clandestinos vio la luz con la muerte de dos niños en un taller de Floresta. Un informe de La Revancha, que da cuenta de la ausencia del Estado Nacional en los controles y en los debates sobre qué economía instalan y cuáles son las salidas.
Los talleres clandestinos son denunciados por sus condiciones de explotación laboral y precariedad edilicia. El caso que resonó en nuestra sociedad fue el ocurrido el último 27 de abril, donde un incendio en un taller ubicado en la calle Páez en el barrio de Floresta, terminó con la vida de dos niños y dejó como saldo tres heridos. Este episodio fue uno más de la secuencia inaugurada por otro siniestro en 2006, ocurrido en un taller ubicado en la calle Luis Viale. Esta semana nuevamente el barrio de Floresta, zona geográfica donde se concentran los talleres textiles por su cercanía al polo comercial de la Av. Avellaneda, estuvo en el centro de la escena con un incendio a pocas cuadras del lugar donde fallecieron los niños.
Estas instalaciones “clandestinas” tienen como rasgo común la presencia de trabajadores y trabajadoras en condiciones de “esclavitud”, la precariedad edilicia, el hacinamiento tanto laboral como social (ya que muchos viven con sus familias parte de la semana) y las escasas condiciones de higiene y sanidad.
Para profundizar sobre que significa hablar hoy de “esclavos” y la relación de esta actividad económica con el Estado y las grandes marcas de ropa, el programa radial La Revancha dialogó con referentes sociales y con el diputado e integrante de la fundación La Alameda, Gustavo Vera.
Me dicen el clandestino
El taller textil de Páez fue denunciado por La Alameda ante la Procuraduría de Trata y Explotación de Personas, que intimó a la Subsecretaría de Trabajo de la Nación para que lo inspeccione. En cuatro oportunidades, la Subsecretaría informó que no se había hecho ninguna inspección, la última vez fue diez días antes del trágico incendio.
Vera, aseguró que aproximadamente 300 mil personas trabajan en talleres clandestinos en condiciones de extremas explotación. Según la Unión Industrial Argentina (UIA), en el 2013 el 78 por ciento de la ropa que se producía en el país se hacía a través de circuitos ilegales.
Verónica Gago, miembro del Colectivo Situaciones, remarcó que “no se trata de economías marginales sino que son economías que están en el centro de cadenas de valor, que empiezan en el taller textil y terminan en las grandes marcas, pero también en lugares de consumo masivo popular como La Salada”. El consumo en ferias populares, sustentado por este tipo de relaciones laborales, tiene una centralidad fundamental al momento de combatir la inflación y muchos sectores no podrían consumir de otro modo. Sin embargo, para Ezequiel Conde, miembro de la Cooperativa SOHO y de la fundación La Alameda se pueden “armar mercados en la calle y mercados populares con la cadena blanqueda. La Salada puede blanquear todo poniendo a todos los costureros en blanco y aun así cobrar el 40 por ciento más barato que en un shopping”.
En torno a problematizar la separación entre economía formal y economía informal, la autora de La Razón Neoliberal, dice que “el ensamblaje entre partes de la economía en negro con la economía en blanco, de las grandes marcas con los talleres textiles clandestinos, es lo que arma una trama que garantiza la explotación y la rentabilidad extraordinarias”. A esto, Juan Grabois, de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) agrega que “existe un núcleo duro de injusticia que son aquellos talleres que producen para grandes marcar en una situación de fraude laboral y de explotación que llega hasta la esclavitud”.
Yo no uso Adidas, Adidas me usa
Cuando el Estado interviene, advirtió Gago, criminaliza los “ilegalismos populares”, los eslabones más débiles de la cadena de valor. La Ley 12.713, de trabajo a domicilio, es la herramienta legal que podría utilizarse para comprometer a la marca con los costureros. Esta ley involucra al empresario de la marca y a todos los intermediarios tanto en la cuestión laboral como en la cuestión penal. El problema es que la condena penal nunca recae sobre los dueños de las grandes marcas ya que se desligan del trato directo con los costureros. Además, desde la Dirección de Protección del Trabajo, se notifica a los empresarios cuando se reciben denuncias, abriendo una brecha para que la marca reacomode su situación.
“Hay una cantidad equis de talleres protegidos donde se produce para las grandes marcas que no se van a tocar, porque parten del mismo interés de los familiares de, por ejemplo, Macri. Esas marcas, como Cheeky, se hacen en esos talleres que están protegidos, que no se va ni siquiera a inspeccionar. Sin embargo, lo que están haciendo ahora es inspeccionar los que no están en ese circuito, sino, todos los que producen para La Salada” explicó Juan Vázquez, del Colectivo Simbiosis Cultural.
Distintas organizaciones sociales vienen interviniendo en la problemática a través de diferentes modos de acción que van desde la sindicalización del trabajador y su ingreso a una fábrica registrada, pasando por la creación de cooperativas y la problematización de la categoría de “esclavo” que engloba a costureros y costureras.
Las cooperativas, según Ezequiel Conde, tienen que ser una opción en última instancia; en cambio, considera que lo ideal es que el costurero entre a la fábrica registrada, bajo convenio y con un sindicato que lo defienda. En las circunstancias actuales “lo que hay que generar principalmente son dos cuestiones: ya que no podes intimar a la marca a que los ponga a todos en blanco en su fábrica, que es lo que tendrían que hacer, entonces por lo menos fomentar la creación de distintos polos textiles, como el polo textil de Barracas”. La propuesta reside en garantizarle al trabajador y trabajadora “una continuidad y una intervención fuerte del Estado para que esas cooperativas no se terminen transformando en fraude laboral”.
Gago analizó cómo sería una organización que tenga en cuenta cómo es este tipo de trabajo, a pesar de que no hay una identidad vinculada al trabajo a desarrollar, existe una lucha concreta centrada en cómo mejorar las condiciones de trabajo y en cómo hacer que los proyectos de los costureros y las costureras puedan salir adelante.
Pero que implica pensar este tipo de experiencias en el tiempo. Según Juan Vázquez, es muy difícil que esas personas tengan continuidad “por lo dificultoso de los procesos cooperativos y porque no se contemplan en él. Entonces vuelven a los talleres, en peores condiciones incluso y con menos ganas de denunciarlo, con menos ganas de discutirlos, porque lo que viviste fue un proceso traumático”.
La economía informal se sustenta principalmente con trabajadores y trabajadoras migrantes, se produce así, una explotación extra de la situación de migración. Cuando trabajadores se encuentran con un escenario distinto al que imaginaron y en un país que no conocen, se refugian en una red que los devuelve a esa “bolivianeidad” que dejaron atrás. Tras el incendio del taller en la calle Páez, varias organizaciones, entre ellas Simbiosis Cultural, convocaron a una asamblea textil para discutir el modo de abordar la problemática del trabajo esclavo. Se la aborda como “una categoría exterior a los propios trabajadores, donde otros son los que denominan a los trabajadores migrantes, en su mayoría provenientes de Bolivia, como esclavos”.
En este sentido, Vázquez argumentó por último que son los medios los que simplifican el problema y los colocan en el lugar de víctimas. Así, le quitan voz a los costureros y costureras en una estrategia de estigmatización. Esto genera que la organización resulte ajena a la experiencia de los propios trabajadores, que deben ser “rescatados”. La espectacularización del hecho provoca además una extrañeza que convierte al problema en algo exótico: cada incendio es una excepción.
De este modo, el centro del debate es que no se trata de trabajo ni de explotación sino de otra cosa: esclavitud y clandestinidad, algo que la humanidad superó y que emerge como lo extraño, obturando la pregunta acerca de las condiciones que sostienen y promueven esta organización del trabajo.