Por Nicolás Fernández (desde Santiago de Chile)
El cronista se dio una vuelta por la Chile de la Copa América y el fútbol terminó siendo un detalle dentro de la realidad cotidiana de un país con conflictos de corrupción, educativos y laborales. A todo eso, le sumó una final con los dos mejores equipos del certamen.
El cálido sol que ilumina de lleno la tarde santiagueña sobre el Palacio de La Moneda –oficina administrativa del gobierno y devenido también hoy en paseo turístico y centro cultural– es reflejo contradictorio de los acontecimientos que se viven actualmente en el país trasandino. Y decir cálido por estos días en la capital chilena no es poco; la nube de contaminación que envuelve la ciudad desde la época colonial, pero que se ha vuelto endémica en los últimos cincuenta años, tiene a la población atenta al “estado de emergencia” que cambia a diario en forma aleatoria. No son tanto las consecuencias que pudiera tener sobre la salud de los habitantes lo que los mantiene atentos, sino el hecho de que del análisis diario de las partículas del aire se determina el estado como: alerta, pre-emergencia o emergencia, según el cual se regula la restricción vehicular que rige al siguiente día sobre la ciudad. En el primer caso son dos las terminaciones de patentes a particulares que se restringen. Sin embargo, en los días de mayor polución llegan hasta seis los dígitos de los dominios afectados por la medida.
La redes de metro y buses –reformado íntegramente hace unos años bajo el nombre de “Transantiago”– tampoco ofrece las mejores soluciones al tránsito de la población. El sistema resulta caro y se congestiona fácilmente, sobre todo los días de gran restricción; aunque el metro funciona también de forma interurbana, conectando con las zonas más periféricas de la ciudad.
Pero esto se ha convertido en moneda corriente en la joven democracia chilena que por estos días vive muchos acontecimientos que la mantienen en vela. La gente está obnubilada por los colores de la Copa América. Pan y circo para el pueblo, dice el antiguo proverbio griego. El pan se vende en cada local que uno se cruza y el certamen continental parece el circo perfecto para tapar los conflictos internos que atraviesa el gobierno de la Concertación, presidido por Michelle Bachelet. A principios de junio había renunciado el secretario de la presidencia Jorge Inzunsa, debido a un escándalo de corrupción, y había sido destituido el ministro del Interior Rodrigo Peñailillo. Pero el pasado sábado también se dio salida al ministro de Educación Nicolás Eizaguirre, quien estaba abocado a implementar una profunda reforma educativa, principal blanco de las fuertes protestas sociales que reclaman mejores estándares de educación pública a nivel primario, secundario y universitario, y que ya alcanza toma de colegios y un mes de paro docente, desde la gran ciudad sureña de Concepción a los altos valles del río Elqui, en la región de La Serena. Incluso, en una medida que sería insólita, el gobierno central apoya la propuesta de adelantar parte de las vacaciones de verano para recuperar los días perdidos de clase.
Cuando la pelotita rueda
Ahora que Chile fue campeón, por primera vez en su historia, el caso Vidal fue sepultado y la sanción a Gonzalo Jara por la agresión a Cavani, que intentó vengar por “mano” propia las mezquindades del equipo uruguayo en el torneo, quedaron en el olvido. Su entrenador, el argentino Jorge Sampaoli, planteó con éxito un partido muy difícil. Colocó una presión bien arriba para evitar la salida desde el arco, una práctica que es muy difícil de sostener durante noventa o ciento veinte minutos, sobre todo por parte de los delanteros, no muy acostumbrados a cumplir funciones defensivas. Chile no especuló, fue ofensivo. Pudo perder el partido, ante el número uno del ranking mundial, como pudo haberlo ganado. La defensa estuvo compacta y el equipo fue sólido en todas las líneas. De hecho, finalizó el encuentro más entero físicamente. El análisis de los penales suele exceder toda lógica. Chile fue, simplemente, más efectivo.
Argentina fue de menor a mayor. Comenzó con algunos imprevistos por lesión en el once titular y el nivel un poco bajo de algunas de sus estrellas, debido a la falta de descanso tras las intensas temporadas en sus clubes, sumado a las rigurosas estrategias defensivas llevadas adelante por sus rivales. Sin embargo, con algunos cambios de nombre y la motivación de las instancias finales, Gerardo Martino terminó de confeccionar el equipo que le dio el mayor equilibrio defensivo sin sacrificar variantes en ataque. Demichelis volvió a ganarse un lugar en el equipo con el torneo avanzado (esta vez por Garay, durante el Mundial fue por Fernández) y Pastore se convirtió en el nexo entre el tránsito defensivo y ofensivo. Messi, que no fue muy querido durante el desarrollo del torneo debido un poco al miedo de que el sábado se despertara y aguase la fiesta, y otro poco a la desilusión por no haber visto demasiados goles de su parte, fue el blanco de todas las críticas por las exitistas exigencias que le demandan un título con la selección.
Por lo demás, el certamen fue entretenido y colorido, pero defraudó demasiado en muchos aspectos del juego e inherentes a la organización por parte de la CONMEBOL, ahora envuelta en escándalos financieros que pusieron en riesgo el cierre del torneo. Los arbitrajes fueron desastrosos; nunca priorizaron la continuidad ni castigaron el sistemático juego brusco llevado al extremo por algunas selecciones. Colombia no supo capitalizar su gran paso por el pasado mundial, Uruguay sigue practicando un juego mezquino y falto de ideas en todos los aspectos y Brasil se enfrenta a una seria crisis futbolística como nunca se ha visto. Sólo el Perú dirigido por Ricardo Gareca ha significado una sorpresa positiva en el inicio de un ciclo que intentará elevar el nivel de ese país camino al próximo mundial.
Chile y Argentina fueron, con distintos recursos, regularidad y efectividad, los equipos que más buscaron, que mejor jugaron y que, por eso, estuvieron en la final. Para ponerle el moño al certamen que durante tres semanas mantuvo a la sociedad chilena con la vista en otro sitio, lejos de la realidad compleja que atraviesa, y con la que a partir del lunes, tuvo que volver a lidiar.