Por Gonzalo Reartes.
Los medios como un vehículo de control. Su vínculo con corporaciones, dominio político y restricción de libertades democráticas, en un agudo análisis del pensamiento de Noam Chomsky.
¿Cómo funciona el mecanismo a través del cual las grandes corporaciones utilizan los medios de comunicación masivos para imponer sus ideas en el imaginario social colectivo? Esta pregunta, por cierto compleja, nos sirve como disparador para introducirnos en la teoría de Noam Chomsky, uno de los pensadores más importantes e influyentes del Siglo XXI.
¿Cómo se conforma el sentido común? ¿Cómo los intereses de un grupo concentrado pasan a ser defendidos masivamente por las mayorías populares? No es de sorprender que al referirse a los engranajes de este proceso, Chomsky utilice una y otra vez palabras como “ilusiones” y “fantasías”. Adentrémonos, pues, en los conceptos chomskyanos respecto de estas temáticas.
Las formalidades introductorias nos obligan a decir que Chomsky es mundialmente conocido por su labor en dos áreas específicas: la lingüística y la política. Desertor escolar, siempre fue muy celoso de la exposición de su vida privada: “Estoy en contra de la idea de gestar personalidades públicas, de que algunos individuos se conviertan en estrellas, y todo eso”. Es que estas personalidades absorben la atención de las masas y les quitan la posibilidad de centrar sus ojos en los temas estructurales que tienen un efecto directo en sus vidas cotidianas, como la acción del gobierno.
Chomsky dirá que los medios de comunicación, controlados por las relaciones entre el gobierno y los grandes grupos empresarios, tienen por objetivo primordial controlar el pensamiento de la sociedad. La “democracia” occidental vende términos como “libertad” e “igualdad” que lejos están de la práctica real. Chomsky adopta la filosofía de Descartes: duda de todo. Cuestiona todo. Comienza desde el principio. Se hace la pregunta más básica de todas: ¿Qué significado tiene el término “democracia”?
La democracia exige el libre acceso a la información. Chomsky recurre a una definición de William Powell, Juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos, para darle forma a este pensamiento. Así, todos los individuos “deben contar con la oportunidad de informarse, participar en la indagación y debate así como en la elaboración de las políticas públicas y proponer sus programas mediante la acción política.” Esto es el ideal de cómo debería funcionar el acceso a la información pública y la consiguiente acción política en una democracia, pero Chomsky demostrará una y otra vez cómo este escenario ideal está lejos de cumplirse.
En su libro “Ilusiones necesarias” cita el pensamiento de varios autores que están más cerca de la práctica real en cuanto a los acuerdos establecidos por el orden social, económico y político. James Mill (cita Chomsky) dirá: “El papel de los medios consiste en adiestrar la mente de la población para que manifieste una sana virtuosa adhesión su gobierno”. De esta manera, la democracia sólo existe para servir a una élite. Esto va de la mano del sistema económico que reina sobre la democracia: el capitalismo. Por lo tanto, la política se convierte en un intercambio entre grupos de inversores que compiten entre sí por el control del Estado.
Sin dudas, la gran conquista de estos grupos económicos ha sido la de, en términos “democráticos”, intervenir en la construcción del consenso con vistas a objetivos socialmente constructivos. O, en clave gramsciana, la construcción de la hegemonía ahora se realiza desde los medios de comunicación y no a través de la acción directa gubernamental. En la actualidad, los dueños de los grupos económicos que imponen sus intereses a la sociedad, lo hacen desde la oscuridad, ocultando sus identidades y sus rostros. Esta es la verdadera batalla en términos hegemonía-contrahegemonía que se da en el plano social. La élite gobernante y sus socios del ámbito privado imponen su voluntad a través de la propaganda y ante la mirada distraída de los organismos de control.
Volvamos por un instante a Gramsci. La hegemonía es ejercida por un grupo social sobre una serie de grupos subordinados. Aquí surge el concepto del poder. ¿Qué es el poder? En Gramsci no es un conjunto de instituciones a tomar, sino una compleja trama de relaciones sociales a modificar radicalmente. Ahora bien, lo que a Chomsky le interesa es: ¿Cómo ejercen indirectamente el poder las grandes corporaciones que se esconden tras una marca registrada? Y la respuesta que encuentra es: a través de los medios de comunicación hegemónicos. Así imponen intereses particulares a la población que pasa a defenderlos como propios, dejando de lado cualquier proceso de conciencia de clase. O de otra manera, ¿Cómo puede explicarse que Macri se imponga en los barrios más humildes de la Capital Federal sino a través de una compleja red de relaciones entre los medios oligopólicos y la estructura punteril y ejecutiva del PRO?
Para profundizar sus definiciones acerca de la “fabricación del consenso”, Chomsky parte de lo que ocurre en su propio país, los Estados Unidos, donde hay una fuerte tradición de derechos humanos que impide el libre ejercicio de la fuerza por parte del gobierno, por lo cual se suelen utilizar técnicas menos obvias o, si se quiere, más sutiles: la fabricación del consenso y la manipulación de la opinión pública mediante las “ilusiones necesarias” encubren actividades que el ámbito político público y los medios de comunicación ignoran hasta que cobran una difusión pública tal que no pueden seguir barriéndose bajo la alfombra. Entonces, se los trata como episodios escandalosos y aislados que surgen hasta que abandonan la escena para dar paso a un próximo episodio.
En “La fabricación del consenso”, Chomsky esboza un “modelo de la propaganda”, donde describe cuáles son las fuerzas invisibles capaces de asegurar que los medios cumplan con su papel de propagandistas, transmitan información tendenciosa y obedezcan las órdenes de sus amos. El núcleo de este modelo está compuesto por los “filtros de las noticias”. Éstos son cinco y van suprimiendo uno por vez todos los aspectos “indeseables” de las noticias para que no lleguen a los hogares de las masas. El primer filtro es el dinero. La enorme riqueza de los dueños de medios de comunicación y la concentración de su propiedad en pocas empresas gigantescas que sólo existen para hacer ganancias. El segundo filtro es la publicidad (como principal fuente de ingresos). El tercer filtro es la dependencia de la información (las fuentes son pocas: el gobierno, las empresas y expertos del área privada). El cuarto filtro es la censura en sí, como forma de disciplinar a los medios. Por último, el quinto filtro (ya desaparecido con la caída del sistema soviético), es el anticomunismo como religión nacional a lo largo de varias décadas en los Estados Unidos.
A modo de conclusión, podemos afirmar que estos filtros tienen como fin que sólo lleguen al común de la población las ideas convencionales, ya que una idea que la gente conoce de memoria no necesita ser fundamentada. Los filtros sirven como disciplinamiento social y mantienen la estructura capitalista en aguas tranquilas: concentración de riqueza en pocas manos, exclusión popular y estigmatización/criminalización de la pobreza y una hegemonía clara y contundente expresada a través de los grandes medios de comunicación (manejados por escasos grupos, o corporaciones, económicos, sumamente poderosos).
Queda en el tintero la deuda de que la comunicación popular y los medios alternativos logren un mayor alcance en sus receptores. Sabemos que no es una batalla fácil, que demanda sacrificios enormes y grandes obstáculos, pero también tenemos plena conciencia de que la construcción de un espacio de convergencia desde el cual proyectar colectivamente una clara postura anticapitalista, antiimperialista y de emancipación social es una herramienta poderosa para impulsar otra manera de hacer comunicación y otra manera de hacer política. Es la gran enseñanza que nos deja Chomsky: la autodefensa intelectual. “Lo más importante es adiestra la mente para no ser engañados, practicar el pensamiento crítico y formular preguntas. La aceptación pasiva es un hábito muy peligroso”. Para no hacerle el juego a los dueños del poder es necesario prestar atención a lo que realmente se dice y, sobre todo, quién lo dice. En palabras de Chomsky, es necesario cuestionarlo todo.