Maximiliano Duquelsky, un investigador de la UBA que estudia la relación entre comunicación y educación, conversó con Marcha acerca de uno de los programas más ambiciosos del Estado nacional..
– ¿Cómo analizás el programa “Conectar Igualdad”? ¿Se lo puede caracterizar como una política educativa, una política social o una política cultural? ¿O es una mezcla de las tres?
Comienzo por afirmar mi acuerdo con que se distribuyan netbooks entre la población que no puede acceder a esta tecnología por motivos económicos, pero resaltar continuamente esta acción como el aspecto principal de una política educativa ya es otra cuestión.
Si tuviera que definir el programa Conectar Igualdad (CI) con una fórmula, diría que tiene mucho más de política social y cultural, que de política educativa. No es la primera vez que se intenta en Argentina o en Latinoamérica encarar la solución de problemáticas educativas, sociales o culturales mediante acciones de modernización tecnológica. Diría entonces que CI posee varias características de una política social tendiente a disminuir el impacto de las desigualdades económicas en el ejercicio de un derecho. Me refiero al acceso a las nuevas tecnologías y al mundo virtual y digital, mediante una acción del Estado.
Por supuesto, no es posible llevar adelante una política educativa en este terreno sin una infraestructura acorde. Pero cuando uno ingresa al portal del programa puede comprobar inmediatamente que el discurso está claramente sostenido sobre las cifras de netbooks entregadas, como si fueran cantidades de calles asfaltadas o casas con cloacas. Esto genera, en el corto plazo, un enorme impacto positivo para el Gobierno y el Estado en el plano simbólico como consecuencia del imaginario tecnológico que atraviesa nuestra era y hace que veamos la modernización como positiva en sí misma, dificultando reflexionar sobre cuestiones efectivamente educativas.
Estos elementos y objetivos son propios de una política cultural. Si a estas características le sumamos que los jóvenes deben contar con las competencias necesarias para aprovechar esta “facilidad” en el acceso a un aparato cultural de dimensiones nunca antes visto en la historia, podemos afirmar que esta democratización en el acceso se topa con el mismo obstáculo que cualquier política cultural separada de lo educativo: la necesidad de formar a los sujetos en las competencias necesarias para aprovechar los bienes culturales -la netbook es una bien cultural también- que se difunden gratuitamente.
Todas estas acciones de parte de un gobierno pueden ser comprensibles y hasta esperables. Pero como estamos analizando este programa en tanto política educativa, podemos señalar que o no es una política educativa, o es una con muchas deficiencias. Una política educativa debería haber comenzado, por ejemplo, por entregarle las netbooks a los docentes, diseñado un plan de capacitación en servicio que los preparara para utilizar estas herramientas de manera correcta y cuando lo consideraran necesario.
En cambio, empezaron por los alumnos -o a lo sumo por ambos al mismo tiempo-, quienes seguramente continuaron utilizándolas como lo venían haciendo o como veían que las usaban los que sí tenían computadora, reforzando usos socialmente consagrados; y luego las llevaron a la escuela, con esos usos reforzados, cuando todavía el docente no sabía bien qué hacer con ellas.
– ¿Cuáles son las principales mejoras y las principales dificultades de los docentes para llevar a cabo la enseñanza de distintas materias a través del uso de esta nueva herramienta?
Los testimonios de los docentes, por lo menos los que yo recojo en mi práctica educativa, son elocuentes. Hacen referencia a la necesidad de capacitarse, a que les han agregado una dificultad más ya que los alumnos tenían las netbooks pero ellos no sabían muy bien para qué y cómo había que usarlas; también suelen señalar los usos que los estudiantes realizan de las máquinas en el aula.
Vinculado con esto, hay un aspecto que pocas veces se aborda. Me refiero a la necesidad de precisar de qué competencias estamos hablando cuando decimos que los niños y los jóvenes están mejor preparados para este mundo digital, o que la escuela debe adaptarse a los nuevos tiempos; tampoco qué debe hacer la escuela con esas competencias.¿Debe reproducirlas, promoverlas o modificarlas? Hay competencias que pueden ser favorables para aprender aquello que la escuela cree necesario enseñar. Pero también hay competencias digitales que pueden obturar ese aprendizaje.
Bajo la excusa de que estaríamos atravesando una revolución cultural, y por temor a quedar atrapados en discursos supuestamente anacrónicos, la interrogación sobre las competencias que se adquieren mediante el uso doméstico de las nuevas tecnologías y su relación con las competencias que debe brindar la escuela, queda fuera del “orden del día”, cuando en realidad creo que se trata de una pregunta central de todo proyecto educativo.
En cuanto a las mejoras, la gran cantidad de información disponible y la facilidad para acceder a ella es algo innegable. Igual que las posibilidades que permiten la digitalización de la producción cultural de los estudiantes. Que eso se traduzca en mejoras en el aprendizaje es algo muy distinto. O que todos los contenidos deban ser enseñados utilizando las nuevas tecnologías.
– ¿Se puede hablar de una revolución en el terreno educativo-cultural a partir del impulso y desarrollo del programa? Si es así, ¿por qué?
Cada vez que apareció una nueva tecnología con posibilidades de aplicación educativa surgió la pregunta de si estábamos ante la posibilidad de una revolución en la enseñanza escolar, como parte de una revolución en el plano cultural. En caso de poder darse una revolución educativo-cultural por fuera de una transformación social, incluso en ese caso, sería muy cauto en afirmar algo semejante acerca de éste o de cualquier programa similar. Las tecnologías por sí mismas no generan un cambio social o cultural.
Detrás de un planteo atractivo, como es hablar de “una revolución educativo-cultural” en ciernes, puede esconderse una política totalmente opuesta. Recordemos que la Ley Federal de Educación levantaba las banderas de la descentralización, cuyo objetivo, supuestamente, era democratizar el sistema educativo argentino respetando las particularidades de cada región, por ejemplo. El resultado concreto fue la destrucción del sistema educativo argentino.
Entonces, en principio, dudo que estemos en presencia de una revolución educativo-cultural progresiva. Creo sí que estamos ante un discurso que pretende legitimarse detrás de un proceso de cambio cultural, pero que en realidad tiene por objetivo subordinar la escuela pública a la lógica cultural que hoy impulsan las grandes corporaciones tecnológicas, que son privadas.
– ¿Argentina podría aprender de la experiencia de otros países o los otros países deberían aprender de la experiencia argentina?
Acabo de estar en Uruguay dando una charla organizada por el Plan Ceibal. Este programa tiene unos cuantos años más de implementación que CI. Los docentes que concurrieron expresaron las mismas preocupaciones y dudas que tienen nuestros docentes sobre la integración de las nuevas tecnologías en la educación. El problema de estos programas radica en que están condicionados por las necesidades políticas de los gobiernos de turno. Los estudios realizados hasta ahora no muestran resultados pedagógicos relevantes. Un resultado pedagógico relevante sería comprobar que los alumnos aprenden mejor utilizando nuevas tecnologías. No más rápido, no de forma más divertida o entretenida.