Por Ricardo Frascara.
El 6-1 frente a Paraguay sonó como la campana de largada para el seleccionado de Martino y Messi, que ahora enfrenta, con todas sus armas cargadas, a Chile en su tierra, impulsado por un país entero en busca de su primera corona sudamericana.
¿Se puede hablar del nuevo seleccionado argentino después de la media docena a Paraguay? ¿Ha llegado el Tata Martino a lograr la formación y el juego que él prefiere, y nosotros también? ¿O es una vez más un espejismo, un escenario armado en nuestra mente? En el desierto del fútbol actual pusimos toda nuestra pasión para construir el partido ideal: la víctima fue el equipo de Ramón, le tocó simplemente enfrentar la explosión más importante que ha producido el equipo de todos los argentinos en los últimos años. ¿Por qué no habrán guardado un poco para la final?, se preguntan algunos. “A Chile le vamos a dar igual”, arriesga mi hijo primero. Yo le contesto: “Mirá que el fútbol es irrepetible, no se anda sobre caminos trazados”. Entonces me dice: “No seás intelectual. ¡Goleamos otra vez y basta!”. No se puede dialogar con estos tipos.
La última vez que la Argentina le “dio a Chile igual” fue en la Copa América de 1959, en partido jugado en la cancha de Ríver: 6-1 fue el resultado. Pero eso ya no cuenta, como tampoco cuenta un hecho histórico: el seleccionado chileno jugó el primer partido oficial ante un combinado argentino, el 27 de mayo de 1910, como parte de los preparativos para festejar el Centenario. Ganó Argentina 3-1 en el Belgrano Athletic Club, dando comienzo a una paternidad que se extiende hasta hoy. Y que en su desarrollo cuenta con un hito: la única final que han jugado Chile-Argentina fue en Santiago, hace exactamente 60 años. Triunfó, es claro, la banquiceleste, con gol anotado por Rodolfo Micheli (Independiente). Las estadísticas existen, pero son lo que son. Hoy Chile llega dispuesto a ocultar ese pasado, a quebrar una sequía que lo tiene condenado a no ganar la Copa América; fue finalista en 1955, 1956, 1979 y 1987, pero el título se le escurre entre los dedos. Los vecinos trasandinos, con un equipo inspirado sobre trazos delineados por el maestro Marcelo Bielsa, y dirigido ahora por otro DT argentino, Jorge Sampaoli, demostraron en estas semanas que ocupan con derecho una plaza en la final. Van a apostar todo a los pies de Arturo Vidal, de Jorge Valdivia, de Alexis Sánchez (goleador máximo en actividad entre los jugadores del seleccionado, con 27 goles en 85 partidos. El máximo goleador histórico de la Roja es nuestro conocido Marcelo Salas, con 37 goles en 70 partidos). Detrás de ellos ruge un pueblo ilusionado.
Pero para que Chile pueda concretar su hazaña, tendrá que superar a una Argentina que acaba de despojarse de sus sombras. Voy a recordar solamente una jugada del partido con Paraguay, porque reunió todo el significado del fútbol encarado con las luces encendidas, con la alegría de jugar, con el sello de aquel potrero de nuestras raíces. En el segundo gol de los que anotó el Fideo Di María, llegaron al área a todo trapo cinco jugadores argentinos y liquidaron a dos paraguayos. Fue emocionante ver ese lanzamiento “a la carga Barracas”, como jugábamos de chicos, cuando no importaban los puestos, si no las ganas. Ese abanico blanquiceleste es lo más alentador que veo para calificar a este equipo administrado por el Tata Martino y comandado por la Pulga Messi. Un equipo total, dedicado a la hermosa empresa de ganar goleando. Quedaron en el cajón los miedos y las dudas. Pero somos hinchas, somos exaltados y así seguimos esperando, seguimos exigiendo, queremos más. Uno siempre tiene lugar en el alma para una goleada más.