Por Ana Paula Marangoni
La definición de las candidaturas del FpV tuvo varias lecturas. Como se construye el discurso del kirchnerismo en la arena de la política.
“Es allí, en esas posiciones ideológicas absurdas y reaccionarias, donde está el mal y donde radica nuestra debilidad. (…) Y cuanto más imprecisa, más indefinida, más ambigua sea la caracterización del Peronismo, más podrán cobijarse bajo su bandera y utilizar su nombre para cometer las más repugnantes estafas a la buena fe común.”
J. W. Cooke
La política siempre ha acarreado consigo discusiones acerca del lenguaje. No sólo porque éste es el instrumento por excelencia del cual se sirve, sino también por la acción fundante que la política tiene sobre él. Entre otras operaciones lingüísticas, la política crea a través del lenguaje nuevas ideas y junto a éstas, nuevos modos de entender la realidad. No entraremos en debates filosóficos que se remontan a la escolástica o a la antigüedad griega, sin embargo, insertaremos la sospecha de que al crear conceptos, también se crea a la cosa. Es decir que la política, a través del lenguaje, construye realidad y pone en evidencia mediante el acto de decir, una cantidad de elementos que producen sentido.
Tal vez un análisis del período llamado kirchnerista o (haciendo caso del poder nominalista de la acción política) del kirchnerismo, pueda o requiera revisar aquellas condensaciones que el lenguaje ha cristalizado en estos años. Esto probablemente requiera en primera instancia, revisar a qué se llamó kirchnerismo y con qué marcas simbólicas se invistió. Claro que la acción política no cuenta con Rae propia. Y en muchos casos, tampoco con plan teórico previo. El dinamismo propio del lenguaje adquiere en la matriz política un ritmo aún más vertiginoso. Las palabras o las frases emergen producidas como estrategia propagandística desde arriba, como cantito de las bases adherentes o como latiguillo de la oposición. Y su sentido deviene otro permanentemente. Los significados son implícitos y volátiles, son acuerdos tácitos que en muchos casos, comienzan a romperse poco después de haberse acordado. Al igual que la sociedad, el lenguaje también se politizó en estos años. Y a su vez, asumió una capacidad creativa que nos permitió comprender sobre la marcha las transformaciones sociales que comenzamos a experimentar.
Siguiendo esta línea, los dos gobiernos de la actual presidenta, Cristina Fernández, han sido prolíficos en discursos. La palabra se convirtió en una vía fundamental de acción política y el discurso político supo llegar a un nivel de refinamiento poco usual que recorrió, desde la memoria inconmensurable de la estadística hasta el diálogo culto con la historia. Muestra de esto fue la incorporación de acontecimientos que marcaron la historia del país y de algunos próceres reivindicados al mainstream de Paka-Paka, y un cine argentino devenido pochoclero en las películas que rescataron las figuras de Belgrano, San Martín y Rosas.
El pasado me traiciona
Pero comencemos este recorrido dando por sentado que este giro lingüístico actual, pone en contradicción algunas de las convicciones más virulentas del ayer. Si el kirchnerismo siempre intentó ser una nueva expresión del peronismo, en todo caso fue una reivindicación del peronismo clásico como renovación de la justicia social, de la equidad y del relanzamiento de oportunidades para quienes menos tienen, sin que esto significara un abandono de las ganancias empresariales. Si en este sentido, rescató su mejor cepa para distanciarse de la tragedia neoliberal que dejó la fiesta menemista y a esto sumó la posibilidad de gestar nuevas experiencias políticas, cabe preguntarse qué significa la denominación reciente de kirchnerismo más peronismo en la definición de sus fórmulas, tanto para las presidenciales como para la provincia de Buenos Aires, inmensa metonimia del mapa nacional.
En primer lugar, lo sorpresivo de esta fórmula es que esta vez, no se propone al kirchnerismo como superación del peronismo (incluyendo lo mejor en su historia y metamorfoseándolo en una nueva expresión) sino que se lo delimita haciendo una fractura, al menos simbólica, entre ambos.
La segunda operación consiste en integrar al peronismo a quienes anteriormente, se mostró en las antípodas de esta tradición. Es así que la alianza estratégica queda al desnudo y no hay reparos en explicitarla.
La candidatura presidencial Scioli – Zannini pone en juego al funcionario que rebotó durante todos estos años el control del pingüinismo junto al componente “puro” que ocupa el lugar de segundón. También aplican estas operaciones en su contradicción peronismo – kirchnerismo a las fórmulas de Domínguez- Espinosa y Aníbal Fernández – Sabbatella. En todas pareciera habilitado decir que va a la par “uno bueno con uno malo” o “uno nuestro con uno de afuera”. Peronistas malos pero necesarios con kirchneristas buenos pero incapaces de sostenerse por sí solos. Los Zanninis, los Sabbatellas y los Domínguez, aprendieron de maravilla la lección del ministro del Interior y Transporte, Florencio Randazzo: los chicos buenos no pueden ir solos, los tiempos cambiaron y ya no se trata de enfrentarse sino de saber acompañarse.
Nos encontramos en un año electoral que debe traccionar su maquinaria con éxitos, decepciones y balances a medio hacer y que incorpora torpemente todo eso en la búsqueda de tender continuidades y victorias. Los resultados no siempre son prolijos y fue necesario desarmar de un plumazo un sentido común kirchnerista construido durante todos estos años, en el que había candidatos más ideologizados con “lo nuevo” y otros a los que era necesario desplazar; pero fundamentalmente, debió refrendarse un acuerdo implícito que concebiría a las PASO como una ampliación de derechos y una instancia de discusión más amplia para medir una relación de fuerzas. Esto nos hubiera permitido finalmente, saber cuánto había construido el kirchnerismo entre sus tendencias internas por encima de las viejas estructuras recluidas en el Partido Justicialista.
La unción de Scioli como único candidato y el destierro de la promesa de Randazzo a la vergüenza coronaron un violento episodio de verticalismo que solo puede ser aceptado, entre otros factores, mediante un despliegue de justificaciones que implican la necesaria creación de nuevas significaciones.
Mientras tanto, reflota la palabra peronismo y no en alusión a Perón y Evita, por si cabe alguna duda, sino para identificar a estas figuras de siempre como los Espinosa, los Scioli o los Othacehé, entre tantos otros, que resultan fieles al oportunismo de turno en cualquiera de las caras del tríptico justicialista: Menem-Duhalde-Kirchner.
Para reforzar posiciones, dos campos semánticos impregnan la palabra de periodistas y funcionarios: el futbolístico y el bélico. El futbolístico plantea la idea de que hay un técnico (en este caso, CFK) y de que todos los demás son jugadores que deben colocarse en la posición que se les asigna sin chistar (y mucho menos elaborar cartas de despedida). El bélico, coloca la coyuntura en semejanza a un escenario de guerra: táctica, estrategia, correlación de fuerzas, repliegue, etc. Ambos mantienen, a pesar de sus diferencias, una cantidad de nociones comunes: verticalismo, obediencia sin cuestionamientos, hacer lo que sea necesario con el fin de ganar, necesidad de acción e imposibilidad de contar con un tiempo extra de reflexiones, lo que devendría en perder la guerra, la vida o el partido, en el más ameno de los paralelismos.
En estos últimos días reapareció una frase muy conocida de John W. Cooke, militante y pensador de la resistencia peronista, en la que denomina al peronismo como gigante invertebrado. Lo curioso es que Cooke lo enunciaba a modo de denuncia, sobre los problemas que vislumbraba el peronismo y con los que debía lidiar una facción de izquierda y revolucionaria como a la que él pertenecía. En cambio, las nuevas alusiones parecen, felizmente y hasta con orgullo, querer reivindicar aquel grave peligro al cual Cooke intentaba por todos los medios combatir.
Algunos ejemplos de estas incomodidades a mi entender, aparecieron en otro de los grandes espacios constructores de discursos que anclan sentido sobre lo político y son los medios masivos, en este caso, cercanos al oficialismo. Mientras Hernán Brienza asegura en Infonews que “lejos de ser miope –parafraseando a John William Cooke-, el peronismo como gigante invertebrado ha dialogado siempre con la sociedad y con la etapa histórica que lo atravesaba”; Roberto Caballero hace lo propio en Radio Nacional cuando afirma que “el cargo que ella se ha preservado es el de jefa absoluta del gigante invertebrado llamado peronismo que recorre de arriba a abajo la Argentina y que es un sistema político en sí mismo”. Todo parece acomodarse en el logro de victorias electorales. Mientras, los debates ideológicos quedarán, si es que quedan ganas, estómago o espacio para la discusión, para más prósperas oportunidades.