Por Érica Ferreyra.
A escenario repleto en el Planetario, Coleman y compañía homenajearon a Gustavo Cerati. Hicieron sonar parte de su carrera solista como cierre del festival Ciudad Emergente.
Parte de la ciudad emerge. Nunca es emergente todo, algo queda por debajo, algo susurra en los suburbios o queda escondido en el olvido. Sin embargo, hoy, algo emerge como recuerdo y homenaje, Gustavo Cerati otra vez como uno entre mil.
La propuesta es el cierre del festival Ciudad Emergente que la ciudad de Buenos Aires organiza año a año (una ciudad que efectivamente nunca está a la altura de vaya a saber uno qué, emerge, emerge y vuelve a emerger) y de un recital a beneficio del recuerdo, en palabras de Coleman: “Este es un cierre a una gira que no pudo terminar”. El lugar es el Planetario, el escenario pura luz, reflectores gigantes, un lugar con parlantes. Olvidemos por un rato entre tanto recuerdo quién y porqué puso tanta carne sobre el asador, olvidemos por un rato los intereses (políticos) que se tejen en este homenaje a todo trapo. “Si no olvido, moriré”. Olvidemos obviedades en el plan – etario.
Calma de homenaje, casi misa que hace aparecer una y otra vez a la ausencia, a la voz vacante. Mientras me acerco parece que Cerati está allá, cada vez más acá y una vez ahí quienes están son otros, varios que quiebran su voz en las mismas vocales, con una calidez tan parecida que parece imitarlo. Una voz para cada canción y una canción (y otra y otra) por vos. Quien más está es el ausente. No podía ser de otro modo. Por eso todos sus temas suenan iguales pero apagados aunque estén impecablemente tocados. Hay una vuelta al pasado más lejano, el deseo de escuchar una de Soda aunque sepamos que ya no es stereo. Estando presente aparecen las ganas de escuchar lo pasado. Y sin embargo “cuando lo crea oportuno, abrir un hueco en el futuro”. También hay de eso, bandas emergentes si se quiere: Alejandro Álvarez de Barco y Banda de turistas. En cada escucha quedará la respuesta a la pregunta ¿el futuro ya llegó? Pregunta que me hago en esta oda al recuerdo. Un paseo inmoral por lo que quedó después del ventarrón, retazos de letras: “Yo no te suelto más, este es un rapto de inconciencia, nena, no te suelto más”; “Sacar belleza de este caos es virtud”; “Hoy hagamos la excepción de romper las reglas”. Y mientras Coleman se pega un palo por exceso de emoción y entusiasmo, nosotros, acá abajo, vamos entendiendo que Gustavo se tomó el palo. Dejó eso que suena bien, jueguitos de armonías, bestiales acordes de guitarra. Y dejó algo que no se puede reponer ni reemplazar, la voz.
El “se va a acabando”, el amague de recital, el “la última (nunca última) y nos vamos” no fue. La última fue la última… y “Gracias por venir”. Y se desarma la muchedumbre, me quedo un poquito más, como esperando las luces otra vez, la distorsión de la guitarra y otra más. De golpe “Música ligera” en un cassette, un cd Grandes éxitos Soda Stereo de la revista Gente que en el discman fue mejor refugio que cualquier casa. Puente de tiempos por un rato, lago en el cielo y en la tierra. Aparecen los patos del laguito citadino escondidos hasta la desconcentración. Y el resto es artificio barato de lo más caro, los mensajes proyectados en la cúpula del Planetario, un dron volando por ahí, pelotas amarillas con la inscripción Rock BA que caían sobre nosotros al son de “Si un amor cayó del cielo, no pregunto más”. Se acabó el rato, volvemos a lo que olvidamos silbando bajito…“Poder decir adios, es crecer uhhh uhh uhhh”.
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