Por Ricardo Frascara.
La Copa ingresa en su fase final y nuestros corazones laten más fuerte. Argentina y Colombia juegan una final, como lo será cada uno de estos partidos que se aproximan. ¿Explotarán al fin los sentimientos goleadores de un grupo de los mejores jugadores del mundo? ¿O prolongarán su insólita siesta? Para tratar de explicar el parentesco argentino-colombiano y restablecer valores olvidados, van estas líneas que siguen.
Porque Argentina y Colombia son primos hermanos. Eso crea mayor expectativa para el partido de hoy. Argentina creció primero. Era una potencia futbolística en la década de los 40 del siglo pasado: los años de oro de La Máquina riverplatense, los xeneises de la Boca, los Santos de Boedo, y los de allende el Riachuelo, la Academia racinguista y el Diablo Rojo. Fútbol excelso, malabarismo con la pelota, goles a cagarse. Eso era la Argentina dominguera.
Pero en medio de la euforia popular el sindicalismo cobró vida, y el reacomodo social que trajo el gremialismo llegó al fútbol: los jugadores de primera división, liderados por dos famosos campeones, Oscar Basso –una mente clara de San Lorenzo– y Adolfo Pedernera –el gran maestro de River– hicieron el primer planteamiento por mejoras a la AFA. Los dirigentes minimizaron el pedido, y hacia los finales del campeonato de 1948 paró el fútbol. No hubo paños tibios, los jugadores dijeron “el fútbol somos nosotros” y convocaron a la Huelga, una palabra prácticamente nueva en el léxico popular. Tan terminante fue la posición, que repercutió en toda Sudamérica. Allí nacieron al fútbol grande nuestros primos colombianos, primos por la sangre que fueron trasvasando de estas tierras rioplatenses a las caribeñas. El éxodo se produjo fácilmente: Colombia aún no estaba en las redes de la FIFA, y así absorbió a un importante grupo de los jugadores parados. Se calzaron las nuevas camisetas Pedernera, René Pontoni, Alfredo Di Stefano, Néstor Rossi, Héctor Rial, Julio Cozzi, Mario Fernández y decenas más. Y el fútbol colombiano comenzó a desarrollar una parábola a partir de aquella siembra. Hoy somos iguales, mañana… mañana veremos.
En las últimas décadas se registró también una corriente inversa. Necesitado el fútbol argentino de sangre nueva, para disimular la continua sangría de futbolistas hacia Europa, abrazó a varios jugadores de Colombia. El trío más mentado vistió la gloriosa camiseta de Boca y dio un brillo especial a la azul y oro entre 1997 y 2001: inolvidables son para los boquenses Jorge Bermúdez, El Patrón (41), que se afincó aquí y es comentarista en la TV; el arquero internacional Oscar Córdoba (45), designado segundo arquero del mundo en 2001, detrás del astro alemán Oliver Kahn, y el popular Mauricio Chicho Serna (47), un colombiano de sangre azul… y amarilla. En el otro extremo de la cultura popular, River Plate, lució, en pleno crecimiento, el inolvidable Radamel Falcao (29), incorporado a las inferiores de la Banda Roja en 2001 e imprescindible en el equipo de primera entre 2005 y 2009, lapso en el que marcó 42 goles. En 2012, ya jugando en Europa, el superlativo Pep Guardiola dijo de él: “En este momento es el mejor jugador de área del mundo”. Con los mismos colores del club de Núñez, Teo Gutiérrez (30), que antes había pasado por Racing y Lanús, es una de las luminarias del ataque que maneja el Muñeco Gallardo. ¿Quieren agregar uno más? En 2009 jugó en el Banfield campeón del Apertura un jovencito James Rodríguez, figura en el Mundial Brasil 2014 y pieza importante del actual Real Madrid.
Y ahora, ante la Copa América que inicia su recorrido decisivo, donde ganar es vital, argentinos y colombianos muestran que son consanguíneos: lucen en sus formaciones los dos ataques más prestigiosos y prometedores del continente en este momento: Messi, Agüero (Higuain-Tévez), Di María o Falcao, Teo Gutiérrez y James, significan lo mismo. Están en el primer nivel del mundo, son, en sus respectivos equipos, figuras notables. En grupo, como aparecen en los seleccionados que disputan la primacía sudamericana ante un Brasil decaído y un Chile brotado, resultan invalorables, no tienen cotización en los mercados.
Y pese a todos los lauros y las loas, los dólares y los euros, les cuesta marcar un gol como a cualquier vecino del barrio. ¿Dónde está el secreto de la fama? Precisamente en lo que a nosotros no nos muestran. Las banderas argentinas y colombianas se agitarán en las tribunas movidas por el ansia de gloria de los pueblos futboleros. ¿Es posible que ellos, los grandes, los ídolos, sigan siendo espectadores? Temo que sea posible. Es posible que ni siquiera reconozcan su historia.