Por Laura Cabrera/ Fotos por Nadia Sur
Antes de subirse al escenario de la jornada político cultural a 13 años de la “Masacre de Avellaneda”, el cantante de la banda de rock Besadores Enjaulados, Juan Rey, dialogó con Marcha sobre el vínculo entre arte y militancia y el compromiso social que los llevó a formar parte de este encuentro que se repite año tras año.
26 de junio. 13 años. Junio sigue ardiendo rojo. Pero no están solos. Desde aquel día Darío y Maxi se multiplicaron por miles que año tras año se acercan a la que ahora todos llaman Estación Darío y Maxi. El arte, el trabajo, la infancia, la lucha popular, algunos de los sectores de donde llega esa gente que no olvida. Entre ellos, los músicos como Juan Rey, cantante de la banda Besadores Enjaulados, que tocará esta tarde/noche en el escenario principal, ubicado en frente de la estación de tren.
Antes de la presentación en donde la banda integrada por Darío Cimino (piano, sintetizador y coros), Pablo Pedrozo (guitarras) y Gastón Amor (batería), tocará temas de su disco “Relatos en Ciudad Domos”, Juan (que además es co-autor de “Darío Santillán, el militante que puso el cuerpo”) dialogó con Marcha acerca de las figuras de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, su legado y el arte como arma de combate.
– ¿Qué los motivó a participar del Festival a 13 años de la masacre de Avellaneda?
-De manera personal estuvimos en cada aniversario cada 26 de junio en Avellaneda, acompañando esta lucha. En este caso, la invitación para tocar en el festival del 25 llegó por intermedio de los compañeros de Cultura del Frente Popular Darío Santillán y de Alberto Santillán (padre de Darío), lo que nos enorgullece enormemente por el cariño y el respeto que le tenemos, y por lo que representa Alberto, porque si -como dice el compañero Vicente Zito Lema- Darío Santillán es la figura máxima de una época, Alberto, su padre, también lo es: creo que se convierte en eso a partir de su pelea incansable por justicia, por la dignidad con la que la lleva adelante, por su coherencia ética. Es un símbolo de las luchas contra la impunidad en estos años de democracia.
-¿Es distinto para ustedes tocar en un Festival con estas características que en una fecha que no esté vinculada con temáticas de este estilo?, ¿por qué?
-Sí, definitivamente es distinto. No lo tomamos como cualquier fecha porque no es cualquier fecha, tiene una importancia enorme, y contar con la posibilidad de hacer nuestro pequeño aporte ahí nos resulta conmovedor. Ahí, en ese lugar que mostró aquel junio lo mejor del pueblo argentino, reflejado en esos miles de trabajadores y trabajadoras que salieron a la calle a pelear por un país más justo, y sobre todo condensado en ese último acto solidario de Darío, en el que enseña la vida, el que lo lleva a la muerte; y también lo peor, en esa represión cobarde, asesina, ordenada por el gobierno de Duhalde.
-¿Cómo consideran que influye el arte en las luchas populares?
-No interesa, desde Besadores Enjaulados pensamos el arte disputando con las ideas hegemónicas, con las ideas del poder, construyendo sentido, aportando a la construcción de contrahegemonía. Porque el cambio, tan urgente en un mundo de barbarie capitalista que nos degrada cotidianamente de distintas formas, tiene indefectiblemente que ver con la pelea contracultural. Nosotros elegimos para hacerlo este marco estético, quizá también ético, que es el rock. Desde ahí hablamos, como dice John Berger, del dolor de vivir en el mundo actual. Nuestro disco, “Relatos en Ciudad Domos”, gira en torno al paradigma de control, de vigilancia permanente, pro policial, en el que estamos entrando sin demasiada problematización y que, creemos, tiene consecuencias sociales, culturales y políticas graves, muy graves.
– ¿Cómo ven hoy las figuras de Darío y Maxi, a 13 años de lo sucedido y con una estación que lleva su nombre?
-Darío y Maxi siguen y seguirán siendo un ejemplo, definitivamente. Un ejemplo multiplicado por todo un espacio militante que levanta sus banderas con una dignidad intachable. El poder político las ha querido institucionalizar, las ha disputado, pero no ha podido; siguen ahí, en los que luchan desde abajo. El cambio de nombre de la estación, que hoy se llama “Darío y Maxi”, es un ejemplo para que los más desprevenidos no se olviden nunca de lo que pasó allí el 26 de junio de 2002, con esas dos vidas tan bellas y apasionadas, arrebatadas por decisión del Estado. También han logrado, entre otras cosas, las condenas a los autores materiales de los asesinatos. Y el reclamo que aún persiste, el cual acompañamos, es precisamente por el juzgamiento de las responsabilidades políticas en la masacre; para que se condene a los que la ordenaron, que todavía gozan de impunidad, que todavía se candidatean para seguir gobernándonos.