Por Micaela Mandel
Martín Maduri es el primer privado de libertad que se recibe de sociólogo en el Centro Universitario de San Martín (CUSAM). Ingresó a la cárcel a los 18 años cuando sólo había alcanzado la educación primaria y en noviembre, con 39 años, saldrá con el título de licenciado.
“Estaba escrito que yo tenía que morir joven en la calle o en la cárcel”, dice Martín. Pero la educación cambió su vida: “Yo fui transformado por la sociología, porque me permitió deconstruirme como sujeto para volver a construirme”.
“Al principio lo hacía para matar el tiempo”, admite. Pero luego esa excusa fue mutando hasta apropiarse de un espacio en el que logró la restitución de un derecho básico que le había sido negado: la educación.
Hijo de los noventa, carga con una pesada historia en su espalda: “Siempre escuché que a mis viejos los había matado la policía y que también me podían agarrar a mí. Cuando terminé la primaria empecé a estar en la calle y a los 14 empecé a delinquir”. Por ello afirma que su logro se trata de una “revolución colectiva”, junto a quienes, desde la Universidad de San Martín, “creyeron que valía la pena meterse en la cárcel a enseñar esta carrera”.
Sin berretines…
“Sin berretines. Sociabilidad y movilidad intramuros. Una mirada etnográfica al interior de la prisión”, es el título de la tesis de grado por la que obtuvo un 10 de calificación. En el trabajo, Maduri realiza un estudio etnográfico cuya riqueza yace en su doble condición de investigador y objeto de estudio: “Hay muchos teóricos que escribieron y trabajaron sobre la cárcel; y todo bien, pero es otra mirada. Porque para ser miembro irreprochable de un rebaño, primero hay que ser oveja. Y la cárcel empieza cuando se apaga la luz”.
La sociología le permitió repensarse como sujeto y hacer de ella una herramienta crítica. Desde ahí se planta para denunciar el sistema carcelario: “Nosotros aprendemos y estudiamos, pero sobre todo lo que hacemos es tratar de salir de la lucha de valores que funda la cárcel, que son los que priman en el mundo del delito. Romper esa lógica para generar la oportunidad de que surja otra. La cárcel está muy lejos de ser ese `sistema re-adaptativo´ por cuyo fin la criminología positivista la sigue sosteniendo. Y la falla de este tratamiento vulnera a la persona que se va: el 78% de las personas privadas de su libertad son reincidentes”.
A pesar de haber encontrado una salida en medio del encierro, Maduri no pierde la mirada crítica y cuenta cómo es la vida en el contexto de encierro: “Al que delinque, al que está fuera de las normas, la sociología lo considera como un amoral y para eso se lo encierra, para tratarlo y sacarle toda esa amoralidad. Pero la cárcel es una carrera amoral porque adentro se jerarquiza conforme al delito: el que robó un banco está por encima del que robó un auto y el que andaba ‘de metra’ es superior al que andaba con una 22”.
Llevar la universidad a la cárcel
En el marco de una institución que vulnera los derechos humanos de quienes están privados de la libertad, los centros universitarios irrumpen en las cárceles para disputar ese espacio. El caso de torturas a Brian Núñez, histórico por haberse logrado la primera condena al Servicio Penitenciario Federal, atestigua un hecho cotidiano que viven las y los presos en los pabellones.
El Centro Universitario de San Martín (CUSAM) se instaló en la unidad penal de José León Suárez en 2008. Sociología fue la primera carrera dictada, iniciativa que surgió de los propios internos del penal. Hoy, son 140 los estudiantes en contexto de encierro, de los cuales más de la mitad cursa sociología. Se estima que este año se recibirán cinco sociólogos más.
Los centros universitarios que funcionan dentro de los penales son instituciones autónomas, por lo cual los miembros del Servicio Penitenciario Federal no tienen acceso en tanto fuerza de seguridad. En el CUSAM pueden cursar alguna carrera, pero sin gorras ni garrotes. Funciona en un contexto de encierro, donde se pretende abrir una puerta y establecer un contacto con el afuera. Allí radica su potencia, tanto para quienes son estudiantes como para los docentes.
El Centro Universitario Devoto (CUD) es pionero de estas experiencias de educación en cárceles. Desde 1986, en el marco del programa UBA XXII, la Universidad de Buenos inició este espacio con el fin de restituir un derecho básico como es la educación. Tanto en el CUSAM como en el CUD se trata de personas que van a estudiar y de personas que van enseñar, no de presos, ni guardias, ni libres. Esto no borra las historias de vida de cada uno, las marcas quedan en el cuerpo. Pero se trata de humanizar, de dejar momentáneamente los prejuicios, de conocer a la persona detrás del preso. Por ello, el aprendizaje es mutuo.
La importancia de que existan tales espacios en la universidad se retrata también en los números. Según un estudio realizado en 2013 por la Procuración Penitenciaria de la Nación, 8 de cada 10 egresados de los programas de educación en cárceles no han vuelto a ser condenados.