Por Luka Morello / Foto por FCF
El domingo pasado, el Frente Ciudad Futura, un espacio político conformado por movimientos sociales (Mov Giros y M26/FPDS) rosarinos, consiguió tres lugares en el concejo municipal de Rosario, y se transformó así en el primer gran resultado en el país de una izquierda que se identifica con las nuevas corrientes militantes, hijas del chavismo.
Los paradigmas en la Historia no son transitables o transpolables de un tiempo a otro, pero las coincidencias son la muestra visible de que todo proceso –en mayor o menor medida– es hijo de la continuidad, parte de un pasado que muchas veces se reescribe para que pueda dialogar con el presente.
En 1956, luego de la llegada de una pequeña embarcación que daría inicio a una de las revoluciones más trascendentes, y que modificó el curso de la historia en América, harían su ingreso en la historia y memoria revolucionaria los conocidos barbudos de Sierra Maestra, que tras liderar el proceso de liberación cubano dieron un quiebre en la añejada y frágil vidriera de la ortodoxia de izquierda, e hicieron que el socialismo se pintara de mestizo latino.
Los paradigmas en la historia no son construcciones espasmódicas; son resoluciones que presentan principios o fines tangiblemente indefinidos; son, más bien, baños de influencia que empapan de nuevos aires a todo lo que sucede en su posteridad. Aquella influencia libertaria, latinoamericanista y socialista cubana fue lo que empapó de entusiasmo emancipatorio a la mayoría de los procesos populares que en Nuestra América tuvieron lugar durante las décadas de 1960 y 1970. La revolución cubana revivió los términos socialistas y comunistas aprisionados en el letargo belicista e institucionalista soviético.
Ya casi a finales del largo siglo XX, luego de la derrota que significo para América y el mundo la consolidación de la hegemonía capitalista tras la caída del muro de Berlín y la instauración del modelo neoliberal, cuando el ser revolucionario era sinónimo de ser un alma encerrada eternamente en la nostalgia, un 1º de Enero de 1994 el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) –encabezado por el Sub Comandante Marco– irrumpe en la sosegada realidad globalizante. Esa irrupción no solo implicó la aparición de un nuevo movimiento de liberación nacional en el continente; el rodar y el cantar de la parábola zapatista significó, a su vez, el volver a asociar palabras como humanismo, democracia, antipatriarcado, horizontalismo, acción directa con la palabra revolución. Los pueblos y sus resistencias a la barbarie neoliberal siguieron haciendo suya la historia, y cuando parecía que las proclamas zapatistas iban a caer nuevamente en el saco roto de los soñadores y nostálgicos, Chávez y el pueblo venezolano (esa unidad indivisible entre un pueblo y su líder, y un líder y su pueblo) les dieron la cuota de realidad, de poder, que los sueños necesitan para pasar a ser despertares.
La bancarrota neoliberal y la crisis institucional de los gobiernos entreguistas dieron el cauce para que, desde la legalidad burguesa, nuevos procesos populares se abrieran camino, con nuevos desafíos, nuevas contradicciones y nuevas invitaciones al ingenio que sólo el porvenir y el protagonismo popular pueden despertar. Y de repente, se escucharon ecos de aquel nuevo grito en la Grecia vapuleada por la voracidad liberal europea, y también dijeron presente los dignos indignados en tierras españolas, que dieron un golpe de timón en un Estado copado por el derrotero conservador.
Lo nuevo sólo merece llamarse como tal cuando es capaz de condensar los saberes que superen los letargos del pasado, o las derrotas acarreadas, en función de parir nuevos paradigmas. El contagio es la expresión mas viva de la experiencia de los pueblos, sin recetas, y con la convicción de un joven que inicia sus primeros pasos, las nuevas izquierdas, hijas ilegítimas del neoliberalismo y de la eterna ortodoxia, se van abriendo camino en el siglo que nos va tocando transitar.
Así como aquellos barbudos cargaron de simbolismo y de experiencia a aquellos aires revolucionarios en los años sesenta y setenta, las barbas de nuestro siglo se van abriendo paso: la institucionalidad como la antesala a una real democracia popular, un pie en las instituciones y miles en las calles, el protagonismo popular como única certeza inamovible, la creación constante y heroica, el tránsito de lo social a lo político, la democracia desde abajo, la vocación de transformación; son algunas de las banderas de estas y estos nuevos barbudos que retoman la histórica tarea de la unidad y la emancipación de Nuestra América.
Cuando parecía que la rebeldía inspiradora de aquel 2001 había quedado como un mal recuerdo superado por la oficialidad, en una pequeña gran ciudad argentina, en la eterna Rosario, surgió hace ya varios años un pequeño anhelo, un proyecto denominado Ciudad Futura. Con referencias como Evita, el Subcomandante Marco o Chávez como antesala de un proyecto que se plantee generar un nuevo movimiento político, desde nuevos valores militantes y revolucionarios, desde el protagonismo de la organización social como expresión política; comenzó su camino electoral en 2013. De aquellos primeros puntos que alcanzaron para pasar humildemente las proscriptivas PASO, esta experiencia se consolidó en las últimas elecciones a concejales como tercera fuerza con más de un 15% de los votos, y alcanzó así tres representaciones en el Concejo Municipal.
El triunfo del Frente Ciudad Futura, un triunfo histórico para los grupos de izquierda autónoma o izquierda independiente, nos recuerda que el camino sostenido es la principal certeza para tener la tranquilidad de que, de a poco, lo viejo va muriendo para ir dando paso a lo nuevo. Bienvenida entonces esta pequeña gran victoria en tierra argenta de las y los nuevos barbudos de nuestro siglo.