Por Leandro Frígoli.
En Cartas de un seductor, la escritora Hilda Hilst expone historias trágicas y obscenas en clave humorística, y expone cómo en la sociedad se naturalizan hechos violentos vinculados al machismo, la religión y el sometimiento.
Hilda Hilst nació en San Pablo, Brasil, en 1939. Se destacó inicialmente como poeta, narradora y pornógrafa. Es considerada por la crítica como una escritora de culto de la literatura brasileña. En una conferencia de prensa reconoció: “Pongo en mi obra todas las máscaras posibles: lo sórdido, lo inmundo, lo terrible. Y por eso no conozco la censura”. La mayoría de los personajes que transitan en todos los relatos de Cartas de un seductor son una manifestación presente de las perversiones, de los deseos, de las lujurias, en síntesis, un verdadero manual de obscenidades sexuales que plantea una mirada sobre temas sociales y políticos, en especial, sobre el machismo, sexismo y discriminación sexual en la sociedad brasileña.
Hace unos días escuché en la radio a un periodista especializado en literatura contemporánea, quien comentó que los libros de cuentos, a diferencia de las novelas, se caracterizan más por lo que infieren que por lo que está escrito. En Cartas de un seductor se pueden indicar huellas, llamados e interpelaciones que no aparecen escritas pero que certifican una opinión desde el silencio, lo cual, propicia momentos de alto vuelo estético y artístico.
En principio, en los relatos aparecen referencias literarias que se visualizan en escenas de lujuria, como también a la mención directa de nombres de escritores, de títulos de libros y por último, de la comprensión que hacen los lectores de estos libros, como por ejemplo el pasaje que dice: “¿Y te conté que Franz se sabe Genet de memoria? ¿Cómo pudo confundir piojos con ladillas? ¿Y ya te dije que incluso leyó La Muerte de Ivan Illich? Los alemanes me sorprenden todos los días.”
Hay lugar además para un guiño hacia los amantes joyceanos: “Delgadita, pelirroja, nieta de ingleses (¿por qué no “Little”?), recibió de su bisabuelo la primera edición del famoso libro de Joyce, el Ulises. Hace años que lo tiene guardado en una caja de laca, y ni siquiera lo ha hojeado. Tiene miedo del monólogo de Molly, dice que no le gusta excitarse con este tipo de lectura cuando no tiene a nadie a mano. Me ofrecí a meterle la poronga mientras lee. Le causó mucha gracia”.
Hilda Hilst le da cuerpo y voz a las referencias literarias, los involucra en el texto, las hace partícipe del diálogo, las ubica como referencia y legado pero sin tributarlos ni idealizarlos, por el contrario, lo hace cómplices y/o colaboradores en la secuencia del relato.
También se infieren huellas en relación a cómo la religión controla el deseo de libertad sexual en virtud de una doble lógica. La culpa y el castigo, bajo el dogma de San Agustín según el cual el cuerpo es la cárcel del alma, como si todo lo vivo, lo sexual debiera ser controlado por la moral cristiana. Un ejemplo se da en relatos antropófagos, número VI, que dice: “Antes de empezar a chupársela hice la señal de la cruz, le pedí a Dios salir airoso de aquella, mi primera prueba. Fui aprobado. Gozó muchas veces y en su éxtasis repetía ay Jesús, ay Jesús. Éramos decididamente católicos”. Aunque con frescura, humor y sarcasmo, el manual de perversidades refleja las represiones de carácter humano en una sociedad pacata y controlada por los tópicos culturales de la modernidad.
Cartas de un Seductor es una observación que bajo lupa alude a cuestiones como el machismo, sexismo y discriminación sexual. En este sentido, la escritora escarba en las reproducciones machistas de la sociedad brasileña a través de relatos porno, de un lenguaje coloquial y claro, en tragicomedias de enredos sexuales. Ejemplo de esto es la historia contada en relatos antropófagos, número III: la pareja discute. El hombre no quiere que su mujer vaya sin corpiño a la heladería y, discusión de por medio, deciden ir igual. Ya en el comercio, el hombre le arranca con los dientes el pezón izquierdo a su mujer y lo escupe en el helado de crema.
La historia fue inmortalizada en el nombre de la heladería, que luego se llamó Bar del Pezón. “Hay helados nuevos. Con una frutillita en la punta. ¿Helado, doña? ¿Con o sin pezón, señora?”, finaliza el cuento, dejando en evidencia la naturalización de una situación violenta y trágica. La sociedad ya no se asusta, no se asombra y tampoco protesta frente a reproducciones machistas. Por el contrario, las publicita y festeja.
Según la editorial Gallimard, esta escritora convirtió la pornografìa en arte porque mantuvo una coherencia estética y ética con su tiempo, con su època. La misma tuvo el coraje, desde su arte, de denunciar problemáticas sociales, como la violencia de género, en todos sus aspectos, desde un lugar distinto y que molesta mucho a la moral burguesa. Lo hizo desde el lodo, lo mundano, lo reprimido, de lo no dicho por las mujeres y hombres, desde el sexo, desde la pornografia.
A mi criterio, Cartas de un seductor es un canto a la libertad, como expresión genuina de desarrollo de la humanidad de todo ser humano. Desde los burdeles de la palabra, esta mujer nos trae el reflejo de vuestros pensamientos. Bienvenida y gracias por sacar las caretas. Por último, estimada Hilda Hilst, tené muy presente que por este libro “te chupo la cajeta hasta el final de los tiempos” (frase incluida en el libro), en respuesta al abuso del cuerpo y mente, a la degradación, a la doble moral, a la hipocrecía, a la miseria y maldad y por cada vez que apuñalaron el pecho de una mujer al callar su palabra. Pero también, en defensa de la verdad, de la evolución, de la apertura, del cambio y la revolución.
Cartas de un seductor
Hilda Hilst / Cuenco del Plata 2014
Traducido por Teresa Arijón y Bárbara Belloc
Narrativa Brasileña
120 pags.
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