Por Lucho Scarrone*.
A días del regreso de A.N.I.M.A.L. a la escena metalera local. La banda más importante del género en los años ’90 agitará el Teatro Vorterix el próximo 29 de mayo.
Hay momentos, personas, situaciones de nuestras vidas, que al mirarlas y analizarlas en retrospectiva se nos presentan fuertemente atravesadas por un filtro de nostalgia. Eso es lo que me pasa al referirme a A.N.I.M.A.L.
No creo que sea algo que deba evitar o enmascarar; tiene que ver con nuestras pasiones, es parte de mi historia personal como seguidor/público de la música pesada argentina. Son casi diez los años que pasaron desde la última vez que presencié un recital de la banda (30 de Septiembre de 2005, en el Estadio Obras Sanitarias, como banda soporte de Slipknot). Antes de eso, mucha historia para contar. Después de eso, muchas polémicas y muchos proyectos. Pero la actualidad nos trae un regreso, y uno de esos regresos que dan mucho para decir, para criticar y para celebrar.
Desde sus comienzos, a principios de la década de los `90, A.N.I.M.A.L. se movió siempre en un terreno bastante “áspero”, por denominarlo de alguna manera. En sus inicios, y luego con más fuerza en la época de su consolidación en la escena local, la banda ha sido atacada desde diversos frentes, especialmente desde dentro de la misma movida metalera de aquellos años que, creo yo, era aún muy intolerante de recibir con buenos ojos algunas propuestas.
Por supuesto que era un doble juego el que se presentaba en aquellos años, porque mientras algunos gastaban energías en discutir si el power-trío era “verdadero o falso metal”, la banda liderada por Andrés Giménez avanzaba con pasos gigantes en Argentina y América Latina. Y no fueron en vano esas aparentemente superficiales discusiones, y no fue en vano tampoco esa persistencia. La escena metalera en nuestro país se inició en los años ochenta pero fue en esos primeros años noventa que el heavy metal argentino pasó a ser algo más que guitarras distorsionadas y un agresivo mensaje de resistencia. Y fue ahí donde A.N.I.M.A.L. apareció, con un estilo y una estética que amenazaba o rompía (siempre en términos estéticos, pues hablamos de arte) la breve tradición de lo que “debía ser” el metal y el metalero en nuestro país.
En lo que refiere al heavy metal argentino, entonces, se puede decir que la década de 1990 se convirtió en un espacio/tiempo de batallas simbólicas internas. Bajo esta premisa, también se puede pensar que algunos resultados de aquello se materializaron a partir del año 2000 y aún hoy siguen sucediéndose. Por mencionar algunos que considero destacables: se erigen fuertemente los referentes locales, se derriban prejuicios y tabúes, se amplía la escena y el mercado. Todo esto y mucho más, claramente, se presenta como algo dinámico, en constante cambio, ya que así entiendo que se presentan los fenómenos culturales.
En ese contexto, en esa época de disputas y construcción de identidades, A.N.I.M.A.L. supo ser grande entre los grandes. Si, de la mano de Guillermo Bonfil Batalla, podemos decir que el heavy metal argentino es un “producto cultural apropiado”, el caso de A.N.I.M.A.L. cuadra a la perfección para analizar cómo un grupo remite a un género (o sub-géneros) de origen foráneo como ser el thrash-hardcore-new metal; les añade el valor de lo local a través de la imagen del indio, del barrio, de la amistad; y vuelve a lanzarlo al país y al mundo como un producto cultural con un claro mensaje de pertenencia territorial (Argentina/América Latina).
Luego, lo que en muchos casos aparece como inevitable en la historia de la música: peleas internas, intereses contrapuestos que no consiguen remediarse y cientos de excusas más. Algún tiempo de idas y venidas, de diferentes músicos, de declaraciones cruzadas, que generalmente lo único que logran es ensuciar la historia. Pero de eso también estamos hechos los seres humanos (por eso no somos a.n.i.m.a.l.e.s.). Así, en Febrero de 2006, Andrés Giménez da por finalizada una etapa en su vida personal, y con ella, la actividad de una de las bandas más importantes de nuestra música pesada.
En los estadios de fútbol suele cantarse desde las tribunas una canción que sintéticamente reza “pasan los años, los jugadores y los dirigentes, pero lo que no pasa es el aliento de la gente”. Pasaron casi diez años y este regreso de A.N.I.M.A.L. ha levantado algunas controversias con respecto a la formación que el líder del grupo ha decidido reunir (Cristian “Titi” Lapolla en bajo y Marcelo Castro en batería). Y aunque una figura, en principio autorizada para hablar del tema, como lo es Alejandro Taranto (ex–manager del grupo) estuvo haciendo algunas declaraciones radiales bastante fuertes (algunos chistes muy graciosos y unas críticas más graciosas aún), la verdad, si es que debe haber una, la tendrá cada uno de nosotros luego de ver nuevamente en vivo a un grupo que marcó en su momento, un camino muy importante para el heavy metal argentino. Retomando la canción de las tribunas futboleras, y esa nostalgia que a veces nos invade a los seres que tenemos pasiones, creo que A.N.I.M.A.L. como conjunto, puede darse el lujo de estar más allá de los nombres propios. No quiero ser tan taxativo en este punto porque empecé a escuchar a la banda en la época de “El nuevo camino del hombre” y desde hace muchos años mantengo la esperanza de un día volver a ver a Marcelo Corvalán y Martín Carrizo (y a Andrés Vilanova) junto con Andrés Giménez en un mismo escenario. Pero al mismo tiempo creo que es muy importante para la continuidad de la escena que el público más joven pueda ver y escuchar en vivo un concierto de A.N.I.M.A.L., con músicos que fueron A.N.I.M.A.L., y con temas que son y van a ser siempre A.N.I.M.A.L.
*Luciano Scarrone (UNTREF) es investigador del GIIHMA (Grupo de Investigación Interdisciplinaria sobre el Heavy Metal Argentino). Actualmente, se encuentra dictando el curso de extensión universitaria de la UBA “Evitando el ablande: una aproximación al heavy metal argentino como objeto de cruces”.