Por Mauricio Polchi/ Fotos por Cosecha Roja
Roberto Claudio Autero era el menor de cuatro hermanos. Vivía en situación de calle, al igual que su mamá, quien falleció en 2010. Tenía 16 años, y estaba con otros tres pibes cuando en la madrugada del 7 de febrero recibió un balazo en la nuca. Lo asesinó el oficial de la Metropolitana Sebastián Ezequiel Torres.
El colegio
A Isauro Arancibia lo acribillaron a balazos en el local del gremio docente tucumano, el 24 de marzo de 1976, el mismo día del terrorífico golpe militar en la Argentina. Estaba con su hermano Arturo, cuando un grupo de tareas reventó el local de la ATEP, la Agremiación Tucumana de Educadores Provinciales. Maestro desde muy joven, es recordado por su participación en las huelgas de 1958 y en las peleas sindicales por el Estatuto del Docente. Tenía 49 años cuando lo asesinaron. Al otro día, el 25, hubiera cumplido los 50.
El centro educativo que lo recuerda y evoca en la Ciudad de Buenos Aires queda en los bordes de San Telmo y La Boca, en la zona del bajo, “la Isauro Arancibia es una escuela de adolescentes y adultos, inclusiva, vienen chicas y chicos en situación de calle, en su mayoría. En total, habrá 280 pibes”, explicó la Directora Susana Reyes.
Desde hace varios meses, la comunidad educativa del “Isauro” viene alertando que el gobierno de Mauricio Macri analiza demoler el establecimiento de Av. Paseo Colón 1318, para extender el Metrobus. “Acá vienen los que han cortado todo lazo social, los chicos de la calle que andan como nómades por distintos barrios porteños, van a la escuela, vienen todos los días. Ellos, que son los estigmatizados por la sociedad, como los peligrosos, los que asustan a los transeúntes, son pibes que pasan noches muy crueles, se levantan y vienen acá. Vienen y estudian porque quieren saber”, remarca Reyes.
El Robertito
Roberto Claudio Autero tenía 10 años cuando llegó al Arancibia. “Anduvo por diferentes institutos, hogares, paraba en la villa Zabaleta, un pibe con una vida muy difícil”, cuenta Pablo Garacotch, uno de sus últimos maestros. “A los 14 años ya entró a un segundo ciclo, porque en la nivelación aprendió a leer y escribir, y entonces pasó, para que se entienda, a un 4° o 5° grado”, amplía el docente. Autero era el menor de cuatro hermanos. Su mamá, que también estaba en situación de calle, falleció en 2010.
“Robertito” estaba junto a tres jóvenes más en Parque Rivadavia, la madrugada del 7 de febrero, cuando lo asesinó el oficial de la Metropolitana, Sebastián Ezequiel Torres. De la versión judicial se desprende que el agente los encontró tratando abrir un auto estacionado y dio la voz de alto. Ellos corrieron, y él disparó. El cuerpo de Robertito quedó tirado en la vereda de Rosario al 300. Otro muchacho fue detenido por un policía de la Federal, y los otros dos lograron escapar. La causa fue caratulada como “robo con arma no apta para disparo”. La violencia institucional se desmarcó del crimen.
El metropolitano
Según consta en el expediente, Torres le comentó al otro uniformado de la Federal que Robertito había recibido el balazo de frente porque intentó atacarlo y se habría detenido para apuntarle con un arma. Ese relato es una marcada registrada en los casos de gatillo fácil. El policía metropolitano, que antes fue parte de la bonaerense, hoy está bajo tratamiento psiquiátrico. En la autopsia se pudo comprobar que la trayectoria de la bala fue de atrás hacia adelante y que salió por la frente.
La memoria
“No se tapa la felicidad ni el dolor
no se tapa la tristeza, la amargura
no se tapa el amor
ni la voluntad de hacer cosas
no se tapa la traición
no se tapa la crueldad”
(Roberto Autero)
Cuando trabajaron sobre el Día de la Memoria, los alumnos vieron Las AAA son las tres Armas, el cortometraje del desaparecido Raymundo Gleizer, con fragmentos de la “Carta Abierta a la junta militar” escrita por Rodolfo Walsh. Al repasar su cuaderno, los maestros destacan la claridad de Robertito. “A pesar de los métodos que utilizó la Dictadura, él se quedó con el otro concepto, que era la planificación de la miseria. Y eso está en sus hojas, como también esta que la memoria no se tapa”.
Sobre lo ocurrido, Garacotch sentencia que “es una injusticia; una cobardía total”. Y sobre los que ocurre diariamente, reflexiona, “el mensaje que lamentablemente cae en un sector de la sociedad es que estos pibes son peligrosos, cuando en realidad estos pibes están en peligro. La vienen remando por tratar de cambiar su realidad y cuando es asesinado por parte del Estado es horrible, muy injusto”.