Por Francisco J Cantamutto
Con clima de festejo, se cerró una serie de 17 acuerdos entre nuestro país y Rusia, en el marco de negociaciones iniciadas en 2003 por el entonces presidente Néstor Kirchner. Cristina Fernández y Vladimir Putin celebraron los acuerdos: no es para menos, a ambos dirigentes les significó un éxito en sus propios términos. Varios de los acuerdos se mantuvieron en secreto, y estas líneas analizan los que tomaron estado público.
¿Qué persigue Rusia?
Es necesario partir de un hecho clave: Rusia es una potencia en ascenso. Junto con China, representan verdaderas maquinarias de expansión. China ya es la primera economía del mundo en diversas mediciones, y logró desplazar a Estados Unidos. Ambos países, repletos de recursos naturales y fuerza de trabajo –calificada y no calificada– tienen las condiciones para desplegar procesos autocentrados de desarrollo. Sin embargo, desde fines de la década de 1970, China, y mediados de los años ochenta, Rusia, optaron por la expansión de sus economías, integrándose al mercado mundial.
En este sentido, además del intercambio comercial, las economías adquieren un comportamiento típico de los centros medianos de acumulación, exportando capitales a zonas de influencia. China en Asia, Rusia en Europa del Este y Medio Oriente, ambas en África, histórico territorio de saqueo de las potencias. Las inversiones y los préstamos se combinan para establecer relaciones de dependencia más profundas que complementan el intercambio comercial desigual. Esto no implica que no reciban capitales de países centrales, como Estados Unidos, Alemania o Francia; pero en ambos casos este proceso se amalgama con una expansión hacia afuera de los propios capitales. Similar a lo que hace en nuestra región Brasil.
De esta forma, se garantizan flujos futuros de capital, en concepto de ganancias, regalías, dividendos, intereses. Además, permite desplegar una estrategia de geopolítica que les garantice acceso a recursos, o a ubicaciones comerciales o militares clave. Ambos países tienen gobiernos altamente centralizados, con capacidad de disciplinar a la población y las huestes internas, desplegando estas estrategias de modo consistente. Una diferencia entre ambas es la mayor disposición de Rusia a demostrar su poderío militar, como históricamente ha hecho. China también tiene fuerzas militares fuertes, pero Rusia tiene mayores roces históricos con las potencias occidentales, que la llevan a poner a prueba su eficacia. El campo de batalla, como siempre, es ajeno: tal es el lugar de Ucrania desde hace más de un año a esta parte. La absorción de países eslavos a la órbita de la Unión Europea finalmente se encontró con un límite.
Estados Unidos, aunque sigue siendo la potencia hegemónica en el mundo, encuentra crecientes dificultades para sostener su posición. Desde 2001 a esta parte se apoyó cada vez más en su fuerza militar, tratando –sin éxito– de compensar su declive económico, cultural y diplomático. Recientemente, intentó reconstruir su influencia en América Latina, con los diálogos con Cuba, la rehabilitación de la Cumbre de las Américas, y la amenaza a Venezuela. Rusia apoyó al país del Caribe, movilizando incluso tropas para asegurar que el imperialismo yanqui lo piense dos veces antes de entrometerse.
¿Qué busca la Argentina?
La gestión económica kirchnerista logra llegar al final de su mandato con problemas, pero sin crisis. La agenda de problemas está priorizada por la falta de dólares, en el contexto de dificultades para tomar deuda a tasas razonables (la última emisión debió pagar casi 9 por ciento de interés). La necesidad de evitar la salida de dólares requiere, además, solucionar el problema de la restricción energética para moderar la salida e impulsar el comercio para elevar el ingreso de divisas. También, con la industria en recesión por la falta de demanda de Brasil, necesita impulsar la inversión para evitar una caída de la ocupación.
Los acuerdos con Rusia son plenamente coherentes en el marco de estas necesidades. Las inversiones prometidas por la potencia se orientan principalmente a infraestructura energética: acuerdos de exploración entre Gazprom e YPF, y la construcción de una sexta central nuclear, acordada entre Rosatem Overseas y Nucleoeléctrica Argentina S.A. (NA-SA). En ambos casos, significa el ingreso de divisas, para aliviar la falta de energía, el impulso a la inversión, y de ello, la creación de empleos. Se esperan unos 6000 puestos de trabajo directos por la central nuclear. Todo indica ganancias para el gobierno: dólares, inversión, energía, puestos de trabajo.
Además, estos megaproyectos –que incluyen también participación en represas en el Sur– favorecerán en particular al capital ligado a la construcción, una de las fracciones más kirchnerista de las clases dominantes (incluso mucho más allá de los amigotes del poder que se denuncian en los grandes medios). A pesar de ello, debe señalarse que los acuerdos se establecieron entre empresas estatales, mostrando las fuertes limitaciones del empresariado argentino para liderar cualquier proceso de desarrollo en áreas sofisticadas. A pesar de que, tal como ocurriera con el ARSAT-1, todo lo avanzado lo aporta el Estado, el gobierno no deja de buscar impulsar a la burguesía “nacional” que llamó al proyecto en mayo de 2003. Los acuerdos buscan maximizar los componentes nacionales, justamente para movilizar a estos capitalistas, más dinámicos en reclamar que en invertir. De hecho, se incluyó también el desarrollo aeroespacial.
Por lo pronto, en esta cruzada, ambos gobiernos se anotaron favores en la diplomacia externa. Rusia se comprometió a apoyar a la Argentina en la cuestión de Malvinas, en el conflicto con los fondos buitres y en la iniciativa ante la ONU de regular reestructuraciones de deuda pública. La Argentina, a cambio, apoyará a Rusia en la cuestión ucraniana, pidiendo a la coalición occidental levantar las sanciones.
De conjunto, el Gobierno busca sacar lo mejor que puede de un acuerdo subordinado a una potencia en ascenso. Tal como se establecen las relaciones de dependencia, el intercambio comercial entre ambos países que se impulsa por estos acuerdos resulta deficitario para Argentina, especializado en vender bienes de bajo contenido tecnológico. Las inversiones en infraestructura con tecnología rusa –como ocurrió con China hace poco– le garantizan a futuro tanto ventas tanto como flujos de pagos de intereses, utilidades, regalías. Argentina queda así asociada a las dos potencias en ascenso, pero en ambos casos en una relación de abierta subordinación, desplazando a futuro el conflicto político. Ciertamente, una fuerte diferencia respecto de la estrategia de resistencia ante el ascenso de la hegemonía estadounidense en el siglo XX.