Por Ayelen Ford
La Máquina idiota, una sátira sobre la muerte que puede presenciarse todos los viernes y sábados a las 22hs en el Sportivo teatral.
La obra transcurre en el Cementerio de La Chacarita, en un Anexo del panteón de la Asociación Argentina de Actores, en donde se encuentran los restos de actores menores, cómicos, vedettes y contadores de chistes que en vida no lograron tener reconocimiento suficiente como para pertenecer al panteón oficial y por eso han sido archivados y olvidados allí.
Estos patéticos personajes no están conformes con su condición de marginales y se pasan el día y la noche observando tras el muro que los divide del panteón oficial la “vida” de los que fueron estrellas. La trama se desencadena cuando la Asociación les pide que armen un espectáculo para los “festejos de octubre” y deciden poner en escena nada más y nada menos que Hamlet, de William Shakespeare. La intención del fenecido grupo es realizar una obra que desborde de talento y que cause una impresión tal a la Asociación, que no le quede más remedio que incorporarlos al Panteón Oficial, en donde se legitimarían como verdaderos artistas.
En el afán por recrear Hamlet, estos simpáticos espectros se topan con diversas trabas burocráticas que les impiden comenzar con los ensayos: no llegan los vestuarios y el presupuesto no alcanza para la escenografía. Pero lo más importante es que no llega el texto, sólo tienen una traducción en hebreo que nadie comprende.
Esto es un verdadero guiño del director Ricardo Bartis, que, como es sabido, critica las obras de teatro que se erigen partiendo de un texto dramático preexistente. Estos trabajos repiten viejas estructuras sin generar nuevas rupturas que produzcan espectáculos con dramaturgias que resulten del fruto del trabajo de los actores en el espacio. También se cuestiona el rol del autor, ya que si un hecho artístico se forma a partir de improvisaciones de los actores guiados por el director, este último no sería el autor de esa obra sino una especie de director de orquesta que va indicando qué instrumento tiene que sonar en cada momento. Esto lo hace Bartis de manera extraordinaria dirigiendo a 17 actores, hecho nada menor en el teatro independiente de CABA, ya que en la mayoría, los elencos son reducidos.
Bartis no hace teatro de representación sino “teatro de estados”, un teatro de cuerpos afectados por el acontecimiento teatral y en el que los actores –en su dinámica con el director– constituyen el centro de la materia poética y la fuente de imaginario. Un relato cuyo centro es el relato de actuación.
La Máquina Idiota tiene una fuerza poética avasalladora, un tratamiento plástico muy bello, logrado entre la escenografía, el vestuario y la composición de los cuerpos enérgicos de los actores que nos dan la sensación, por momentos, de estar presenciando una pintura barroca en movimiento. La temática superficial sobre los preparativos de la obra sirve como sostén para dar luz a temáticas variadas: el “ser argentino”, los mitos fundantes de nuestra identidad nacional y la selección de acontecimientos históricos que elegimos como sociedad para recordar y olvidar. Aparece la figura de Eva Perón (actriz y política) para poner en juego la relación entre política y tragedia, y el peronismo es traído como síntesis de esta dualidad, ya que el armado de la obra que los consagrará tiene que estar listo para los festejos de octubre, como si hubiera una evocación recurrente de cierta nostalgia de pasión argentina espontánea, de pueblo unido.
De esta manera se conjugan muy bien la tragedia y la comedia en una farsa delirante que de manera nada ingenua elige Hamlet para poner en escena. Ésta trata sobre la representación y sobre la metateatralidad (teatro dentro del teatro). El joven Hamlet logra desenmascarar a su tío Claudio (devenido Rey de Dinamarca luego de matar a su hermano) mediante el montaje de una pequeña obra en donde un hombre vierte veneno en el oído de su hermano y consigue tras su muerte el trono. Al ver esto, Claudio se descompone y debe retirarse y así es como Hamlet puede dar crédito a las palabras del fantasma de su padre y comenzar a planear su venganza. En La Maquina Idiota vemos el teatro dentro de sí mismo: actores muertos que quieren actuar eternamente, una obra que muestra los preparativos de otra obra. Es interesante la idea de llegar a la verdad a través de la ficción: el loco Hamlet creó una pequeña representación para descubrir la verdad, y este grupo de actores dirigido por Bartis creó una máquina idiota y repetitiva que repiensa el rol del actor en la sociedad y se pregunta si aporta algo a ésta o si acaso es lo mismo estar vivos o muertos, una máquina artística que no debería estar atrapada en lo administrativo y formal pero que no puede escapar a la burocracia, una máquina que no avanza, que esta inmóvil y estática como la muerte.
Pero, sin embargo, esta Máquina que se repiensa una y otra vez está más viva que nunca y nos recuerda a la frase de Peter Brook: “El teatro es vida. Vida concentrada en un pequeño espacio y durante un corto período de tiempo. El teatro permite mirar la vida a través de un microscopio, por eso es tan revelador. La realidad en general se manifiesta diluida y el teatro lo que hace es condensarla para observarla con más detalle”.
FICHA TÉCNICA:
Actúan: Fabián Carrasco, Facundo Cardosi, Flor Dyszel, Gustavo Sacconi, Hernán Melazzi, Dana Basso, Luciana Lamoglia, Mariano González, Matías Scarvaci, Martín Kahan, Nicolás Goldschmidt, Lucía Rosso, Pablo Navarro, Rosario Alfaro, Darío Levy, Sebastián Mogordoy y Sol Titiunik.
Fotografía: Vanesa Trosch. Registro audiovisual: Adrián Jaime. Sonido: Fabricio Rotella. Dirección Musical: Manuel Llosa. Realización Escenografía y Vestuario: Paola Delgado. Utilero: Walace. Producción Internacional: Ignacio Fumero Ayo. Producción Ejecutiva: Lorena Regueiro. Asistencia de Dirección: Mariano Saba y Clara Seckel. Dramaturgia, Espacio y Dirección: Ricardo Bartís.
Otras Notas de la autora: