Por Ricardo Frascara.
Con visiones amargas y recuerdos dulces, el cronista mezcla los tiempos y construye un comentario desilusionado y, a la vez, optimista, porque el fútbol sigue existiendo, hoy guiado por las deslumbrantes camisetas de los multicampeones River y Boca.
No sé cómo soporté la, para mí, inédita maratón futbolística del domingo. ¡Cuatro al hilo! La hazaña me la enrostró la TV, el fútbol para todos se transformó en todo el fútbol para mí. Racing, San Lorenzo, River y Boca, en ese orden, me ocuparon durante ocho horas consecutivas. Todavía no sé cómo sobreviví. Esto ya no es pasión por la pelotita, ni siquiera un pasatista enamoramiento. Esto es un amor masoquista. En los dos primeros partidos, comiendo queso y dulce, como buen vigilante de la pantalla, me aterré. Las demostraciones de inhabilidad a las que me someten nuestros jugadores alcanzan niveles descomunales. Ya lo he dicho en otras oportunidades, pero como tengo harta a mi mujer, voy a repartir un poco de hartazgo con ustedes. Díganme, ¿a qué jugaron Racing y San Lorenzo? Al fútbol no. Salieron a trabajar de rompe pelotas, directamente. Me extraña en Cocca; del Patón Bauza no me sorprende nada. Racing empató en cero con Chicago un partido en el que sus atacantes desperdiciaron siete goles –pero goles ¿eh?– al pie del arco de Alejandro Sánchez. Milito, Bou, Castillón y Fernández se ingeniaron para errar sus tiros frente a los tres palos –como diría Fioravanti–, y San Lorenzo cayó ante Aldosivi, aunque nada más que con 5 tantos hechos trizas, a cargo de Blanco, Barrientos, Cauteruccio, Verón… Ni los títeres de Vittorio Podrecca patearían tan mal.
¿Nadie los cuestiona? ¿Nadie les enseña a estos tipos principios fundamentales para patear? ¿No los corren a almohadonazos? Lo elemental: al patear, el cuerpo tiene que volcarse hacia adelante y no para atrás, ni tirarse al suelo; a la pelota hay que darle con el empeine o con la parte externa del pie y no con la interna, como hoy hace la mayoría. No me acuerdo en qué momento de la historia cambió esa técnica. Pues fue un minuto malhadado. Como se patea hoy se pierde potencia y puntería. La bola se eleva como un globo… y no es culpa de ella. Con mirar al cielo implorando y tirarse del pelo puteando, no alcanza. Claro, ya sé, es difícil cambiar a tipos pelotudamente grandes, como decía un tío de mi infancia. Pero alguien que se ocupe de los chicos, por favor. Cuando desaparezcamos los veteranos, ya nadie recordará cómo se jugaba al fútbol. Buscarán en los archivos de la TV y encontrarán esto que vi el domingo y las próximas generaciones seguirán alejándose de la matriz del mejor espectáculo del mundo.
Afortunadamente no estoy solo; la semana pasada leí en estas páginas la proclama del Colectivo Antifa Medallo, de Medellín, Colombia: “Ya no juegan con la pasión de nuestros viejos ídolos. Ellos, que con su magia y esfuerzo, hicieron grande nuestro equipo (Independiente): el argentino José Manuel ‘El Charro’ Moreno, ese que muchos consideraban el mejor del mundo (por encima de Diego Maradona o de Pelé); nuestro gran goleador, el máximo anotador en la historia de este hermoso equipo, José Vicente Greco; Hernando ‘Canino’ Caicedo; Héctor ‘Canocho’ Echeverri; y ese loco llegado del sur del continente, el jugador del cual nuestros padres hablan y les brillan los ojos, ‘el dueño de la raya’, Omar Oreste Corbatta”.
¡Ah! ¡Qué bueno! Qué felicidad que nuestro Charro Moreno (1916-1978), temperamental artista de la fabulosa Máquina, de River, sea considerado un ídolo máximo del fútbol colombiano. ¡Qué jugadorazo! Calidad, temple, potencia, simpatía. El indiscutible príncipe de la pelotita, adorado por las mujeres de toda Sudamérica, anotó 243 goles en 523 partidos entre 1935 y 1961. Fue campeón en River (1936/37/41/42/47), en el España, de México (1946), donde le echaron su seudónimo; en Universidad Católica, de Chile (1949), e Independiente Medellín de Colombia (1955/57). Y el otro astro recordado por su fútbol endiablado, bordador de la línea, Omar Oreste Corbatta (1936-1991), que en los años ’50 deslumbró con las camisetas de Racing y del seleccionado. Fue protagonista del sudamericano de 1957, componiendo una delantera sin época, junto a Humberto “Bocha” Maschio, Antonio Valentín Angelillo, Enrique Omar Sívori y Osvaldo Cruz. Luego jugó dos temporadas en Boca, y el Independiente de Medellín lo exhibió entre 1965 y 1969 y lo mantiene imborrable en sus recuerdos.
Con aquellos nombres en mi paladar, regreso de esas épocas a nuestros escenarios: el domingo, tras debatirme con la realidad, tuve la templanza como para irme recuperando gracias al resurgimiento de entre las cenizas de River Plate y Boca Juniors. Los dos más grandes, más lindos, más populares, más ricos, encabezan la tabla 2015, la de los 30 equipos, la que los exhibe como lo que son: máximas atracciones. River, con la delantera más goleadora del campeonato, 24 tantos en 10 fechas (promedio 2,40 por partido), y Boca, luciendo la valla menos vencida, con 5 goles en 10 fechas (promedio 0,50 por match). Los números cantan ante el brillo de sus colores, las tribunas rugen, el fútbol sigue existiendo pintado de rojo y blanco o de azul y amarillo… Como en los viejos tiempos.