Por Noelia Leiva* / Fotos: Lulu G Kaplun y Nadia Sur
Las prácticas patriarcales legitiman que los varones pueden referirse al cuerpo de las mujeres en la calle, aunque nadie les haya preguntado. Hasta cuando se disfraza de “piropo”, es el poder del macho que alza la voz contra el silencio de las mujeres. La campaña Acción Respeto lo denuncia y plantea actividades para generar un cambio.
Chaco, Santa Fe, Corrientes, Tucumán y varios puntos del Conurbano bonaerense y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se convirtieron en barricadas de resistencia a la cultura de la violación que se oculta en la máscara del piropo. Es que, en el marco de la Semana Internacional contra el Acoso Callejero, activistas organizan propuestas de concientización para dejar en claro que la única potestad sobre el cuerpo de las mujeres es la propia voluntad: ningún varón es quien para evaluar la fealdad o la belleza de lo que ve -según los estereotipos- ni para vociferar cuánto apetece a esa persona que convierte en objeto de consumo.
Como en todo entramado cultural, el sostén de las prácticas son las creencias. Que las identidades percibidas socialmente como mujeres deben vestir para agradar, que deben callar ante la presencia del varón, que deben sentirse halagadas si su imagen es aprobada por los otros son imposiciones patriarcales que legitiman el comportamiento abusivo de las personas, en general muchachos, que se sienten en la libertad de expresar su pulsión de poseer la corporidad ajena, sin que nada medie ni importe. Que es un piropo, que no es lo mismo ‘algo lindo’ que una expresión soez, que levanta la autoestima la mirada libidinosa en las curvas hacen al discurso que se pretende naturalizar.
Ese hábito que da por hecho que lo masculino puede opinar sobre lo femenino por el mero hecho de su acumulación de poder es denunciado en Argentina por la campaña “Acción Respeto: por una calle libre de acoso”, una iniciativa que surgió en las redes sociales a partir de recolectar testimonios de las atrocidades que las mujeres soportan en el espacio público. Fue tan contundente su aporte que este año, entre el 12 y el 19 de abril, varias lectoras decidieron traspasar la pantalla y organizar en su zona actividades para denunciar que ‘piropear’ es violencia.
“Es claro que este tipo de prácticas no son un intento de interacción sino que buscan amedrentar, intimidar y, en muchos casos, humillar a la mujer. Incluso cuando se habla de ‘piropos lindos’, el consentimiento de ella y toda su subjetividad son eliminados de la ecuación. Lo único que se tiene en cuenta es la voluntad del hombre y su opinión”, le explicaban a Marcha desde Acción Respeto en ocasión de la anterior Semana de lucha contra el acoso. En definitiva, el debate vuelve al lugar del poder: quien lo acumula por designio histórico lo ejerce tanto en lo privado como en lo público.
‘Cosificar’ es, entonces, lo que realizan los varones que se creen buenos ‘machos’ al no ocultar sus impulsos sexuales. A veces funciona solamente el mandato, siquiera tal deseo está presente. El patriarcado les enseñó desde niños que ser hombre era poder decir, evaluar, juzgar y, sobre todo, poseer a ‘la mujer’ porque, no importa quién llenara el envase de lo femenino: si era femenino, podía ejercer su dominio en ese territorio.
Autoacción
Los testimonios que reúne la página sintetizan la violencia. Muchos aberrantes, pero no sorprenden. Son parte del lenguaje cotidiano de la calle que precisa ser inmediatamente desnaturalizado. “¡Vení, morocha, que te violamos!”, “Haría tantas cosas con ustedes dos”, “Venite por acá y te hago mujercita” son sólo unas pocas de las frases dichas por los varones. ¿Será que le proponen lo mismo a sus madres, hermanas, hijas o compañeras?
Entre las denunciantes, siempre con identidad preservada, hay adolescentes, adultas que plasman lo que viven cada día o recuerdan lo que les pasaba cuando niñas, embarazadas, profesionales, amas de casa, residentes de sectores populares o de los centros de las ciudades. No hay edad ni zona geográfica que esté exenta de la mirada babeante de los varones. Por eso, un amplio grupo de mujeres decidió salir del padecimiento y pasar a la acción.
“Los grupos se van formando en cada localidad. Así nos organizamos en Rosario, ¡éramos 3, ahora somos 13 y vamos por más!”, aportó una de las mujeres autoconvocadas en el perfil de Facebook que asciende a 125.600 Me Gusta. La campaña instó desde su lema en las redes sociales a participar, bajo la consigna “si te incomoda leerlo, imaginate escucharlo”. Además, reunió cientos de adhesiones de personas que todos los géneros que enviaron su foto con un afiche de apoyo a la propuesta. “Porque acosar no me hace más hombre”, explica en su texto uno de los varones que envió su imagen. Se trata de un cambio de conciencia colectivo.
Para exponer que el fin de la violencia es necesario y urgente, habrá puntos de encuentro en cinco provincias en los que será posible hablar sobre lo que pasa. Es que para las mujeres, históricamente confinadas al padecimiento privado, el acto de decir libera, y ver que son muchas las que se animan a denunciar da la pauta de que no hay pecado en la queja, de que no hay por qué callar.
*El presente artículo se desprende de la columna sobre géneros que la autora mantiene en el programa Troyanos del Sistema, por FM La Tribu. http://troyanosdelsistema.blogspot.com.ar/