Por Yamila Blanco
Porque una noche de poesía en Palermo puede dejar, felizmente, graves consecuencias neuronales.
“¡No estoy de pepa!”, grita la Morocha* en el medio del bar. Es bajita, de pelo decidido y ojos bien abiertos. Se para frente a las mesas, estira los brazos, abre las piernas y despotrica contra las nuevas modas, los viejos vicios y el puto sistema. La Morocha está furiosa y se descarga escupiendo poesía que le chorrea por el cuerpo, inunda el piso, llega hasta mis pies, sube por mi espalda en un escalofrío y hace remolinos en mi cerebro. La Morocha me cuenta que sólo sigue la luz de un pequeño velador, que se toca seguido pero no acaba y que le molesta escuchar a esa mujer, sí a esa. “¿De qué querés hablar?”, me pregunta. “De sexo”, le respondo. “Bueno pero yo no”, me asegura y minutos más tarde reconoce que le encantaría morir en un orgasmo. “¿Y a vos cómo te gustaría morir?”. Lanza la pregunta en el aire y no espera mi respuesta. La Morocha no recita, incita. La Morocha no escribe, te pincha con su pluma descarnada y te cachetea con cada verbo. La Morocha te besa con palabras agrias, provocadoras y te deja con sed de más. La Morocha no tiene memoria, pero es inolvidable.
*La Morocha se presentó en Noche de F.U.R.I.A. Vol. III en Birmania, Palermo, el miércoles 8/04/15. Escuchala acá o seguila en su Facebook.