Foto: Oski Rodríguez
A continuación, ofrecemos a nuestros lectores algunas miradas de Eduardo Galeano sobre la política continental y el lugar de la escritura, brindadas en diversos momentos en valiosos reportajes otorgados a los compañeros de la revista Sudestada.
“Referente ineludible del presente americano y cronista en tiempos de fuego y de ceniza”, dicen de él en la introducción del reportaje publicado en Sudestada N° 26, allá por marzo de 2004. “Nadie mejor, entonces, que el escritor uruguayo Eduardo Galeano para relatar los compases de la respiración de todo un continente”, continúan.
Más de siete años después, ambos, Galeano y los miembros de Sudestada, continuaban firmes en el mismo puesto de lucha que habían decidido ocupar, por lo que no fue extraño que se vuelvan a encontrar. En esos momentos, leemos: “Pareciera que ya casi todo está dicho sobre Galeano. A lo largo de estos años ha charlado con miles de personas, ha dado entrevistas a medios conocidos y no tantos, ha viajado para estar presente, en cuerpo y palabra, a lugares donde los oprimidos dicen basta y el poder se siente incomodado. También a otras regiones en las que los poderosos son los que parecen ganar la partida. En cada injusticia, en cada historia silenciada, en cada dignidad pisoteada está Galeano dispuesto a ponerle voz a aquellos que no la tienen (o, mejor, que la tienen pero no pueden gritarla)”, propondrán en la entrevista que se publicó en el N° 100, en julio de 2011.
Hoy, a tan poco de su partida, Marcha repone para sus lectores algunos fragmentos de esas charlas.
De la Entrevista “Soy un hereje de larga data”, 2004:
-Dentro de tus libros, siempre marcados por la temática de lo político y lo histórico, ¿encontrás alguno que te haya marcado más?
Uno que se parece bastante a éste que acabo de terminar, que es El libro de los abrazos. El que acabo de terminar se llama Bocas del tiempo, y de algún modo, aunque son diferentes porque tienen una estructura distinta, se parecen bastante. Ahora, eso de los temas que vos mencionás, el tema político, yo siempre soy muy cuidadoso con eso, me parece que es una expresión que hay que tomar con pinzas. Cuáles son los temas políticos, y cuáles son los temas no políticos. Está todo impregnado de política, y a la inversa, también se puede decir que los que creen que en literatura es válido politizar todos los temas, los deshumanizan, los acartonan, los convierten en palabras vacías que no transmiten electricidad de vida.
La política está implícita en todo, es el conjunto de relaciones entre el poder y la gente, y por lo tanto está en cada uno de los pequeños actos de la vida cotidiana de cada una de las personas. Hacemos política sin saberlo, como hablaba en prosa ese personaje de Moliére, sin saber que hablaba prosa. Para mí todo es y no es política, hay una carga evidente de política en cada cosa que ocurre. Y por lo tanto, también en la literatura que transmite cada cosa que ocurre, o que las revela.
No hay ningún acto de la vida de nadie que pueda estar enteramente divorciado de la política, ni siquiera un sueño. Todos los sueños tienen algún parentesco, aunque sea remotísimo, con lo que es el poder, con lo que son las estructuras del poder, con las relaciones entre la realidad y el deseo, entre la libertad y el miedo. Todo eso es político también.
-Dentro de tu trabajo periodístico tomaste más de una vez la problemática de Bolivia y de su pueblo. A la vista de los últimos acontecimientos (NOTA: la pregunta se refiere a los hechos de 2003 conocidos como “La guerra del gas”), ¿cuál es tu opinión?
Lo que veo es que en el caso concreto de Bolivia es que hay una elevación notoria del nivel de conciencia. Hay un pueblo que está mucho más alerta sobre lo que pasa con su país y los recursos de su país. Es una experiencia sangrante, se trata de uno de los países más pobres del hemisferio occidental y supo ser la fuente de las más opulentas riquezas, desde los tiempos de la plata de Potosí hasta ahora con el gas. Lamentablemente los medios te recompensan en función de la cantidad de muertos, o sea salís o no salís en los diarios, ocupás o no un espacio en televisión, depende de la cantidad de muertos que pongas sobre la mesa. Entonces, Bolivia es un país trágico que lamentablemente ocupa cada tanto el primer plano de la atención mundial por la cantidad de bolivianos que mueren por esta reivindicación de la dignidad nacional.
Pero lo importante no es eso, esa es la parte trágica, la peor acusación que se puede formular contra estos gobiernos presuntamente democráticos que se dedican a masacrar gente. Lo más importante del otro lado, del lado popular, del lado de la gente misma, es que hay una voluntad de afirmación de la dignidad nacional. Ese es el dato más importante para el mundo de hoy, que es un mundo muy humillado y que además convierte la humillación en valor. (…)
¿Te parece que ese crecimiento en el nivel de conciencia se da a nivel continental, o se trata de hechos aislados?
Tengo la impresión de que hay una elevación del nivel de conciencia, que la gente presiona cada vez más sobre los gobiernos y que para los gobernantes resulta cada vez más difícil hacerse los otarios, silbar, mirar para otro lado.
Como se vio en la reunión de Monterrey, donde hubo por lo menos un tono general que no es el de siempre. Son signos de que las cosas empiezan a cambiar un poco. Dependerá de que consigan ponerse de acuerdo lo que quieren que cambien, y ahí es donde la cosa se pone un poquito complicada. Pero ese acuerdo es imprescindible, si no, de a uno estamos fritos. La soledad es un buen tema para los boleros y para las novelas trágicas, pero en la política concreta la soledad es una aventura imposible. Termina mal.
De la Entrevista: “La realidad es más poderosa que las voces que la interpretan”, 2011.
-¿Para qué creés que sirve la escritura en estos tiempos de guerra y negocios?
-Supongo que para algo sirve, porque guerra y negocios ha habido en la historia del mundo desde hace siglos y milenios; sin embargo, la escritura sobrevivió. Quiere decir que algún sentido tiene dejar por escrito ciertas impresiones o ideas. Una vez descubrí en la Biblioteca Nacional en Madrid, hace algunos años ya, cuando estaba trabajando en la trilogía Memoria del Fuego, que implicó un trabajo de horas y horas en distintas bibliotecas del mundo. En aquellos años no existía Internet y a veces me tenía que comer un libro entero para saber una información puntual; pero esas búsquedas eran al mismo tiempo muy gratificantes porque había libros gordos y antiguos y a veces buscando a alguien, más allá de si lo encontraba o no, aparecían otras cosas inesperadas, las que no estaba buscando pero me encontraban a mí.
Y en unos de esos andares, encontré un libro de un sacerdote jesuita sobre la lengua guaraní, con la historia de los primeros contactos de los conquistadores con esa lengua y con las culturas que expresaba; y entonces en ese libro encontré que la escritura contaba una historia que valía un relato, que era digna de ser escrita realmente. En aquel libro había un diccionario y consulté algunas palabras guaraníes que él había recogido hacía ya como un siglo y medio; no sé por qué busqué la palabra “papel”, estaba pero en castellano y remitía a una página y ahí encontré la historia sobre que unos sacerdotes habían llegado a la zona donde vivían los chiriguanos, los guaraníes. Estos, en busca de la tierra sin mal y sin muerte, habían llegado hasta la espalda del imperio de los incas, venían emigrando desde las costas del Brasil o de Paraguay, cada vez más hacia el oeste y allí se habían quedado. Y entonces, vienen los sacerdotes, en unas mulas con alforjas donde había entre otras cosas libros, supongo por el relato que eran biblias, libros de catecismo, y los indios estos nunca habían visto libros y nunca habían visto el papel tampoco, entonces con mucha curiosidad se acercaron a esos extraños objetos que estos curas habían traído y tocaron el papel y preguntaron: ¿para qué sirve esto? Los curas habían traído un intérprete guaraní, de modo que pudieron entender lo que ellos querían saber. Los curas les dijeron: “sirve para enviar mensajes a los amigos que están lejos” y entonces los indios bautizaron el papel, porque uno sólo sabe los nombres de las cosas que conoce o de las cosas que imagina que quisiera uno que existieran. Y entonces le pusieron de nombre “piel de dios”.
Me pareció muy hermosa la historia y digna de ser escrita pero, al mismo tiempo, es un homenaje a la literatura en cierto modo, porque hay palabras que merecen ser escritas en la piel de dios y en todo caso esa es una responsabilidad de todos los que escribimos, al menos los que todavía creemos que vale la pena escribir y leer en papel, yo necesito que el libro esté impreso, que el libro tenga textura, que tenga olor, color, que pueda apretarlo contra el pecho o contra el oído, sino conmigo no cuenten, con esas innovaciones tecnológicas no cuenten.
-Con respecto a los sucesos que han ocurrido en Medio Oriente y en los países del norte africano (NOTA: La pregunta se refiere a los inicios de la denominada “Primavera árabe”), ¿qué te genera que sigan existiendo este tipo de rebeliones y que el poder se sienta, cada tanto, un poco amenazado?
-Me dio mucha alegría comprobar que los especialistas se pueden equivocar, o sea, que la realidad es más poderosa que las voces que la interpretan o que la anuncian, porque ningún profeta anunció que esto iba a ocurrir y ningún especialista pensó que eso era posible; y sin embargo, ocurrió. Por suerte la realidad conserva esa capacidad de asombro que te permite continuar viviendo sin confundir la realidad presente con un inevitable destino, como una fatalidad escrita en los astros; y que te permite creer que mañana no es otro nombre de hoy, que todo puede cambiar, más allá de lo que uno espera o sabe.
Y en eso me parece que, pase lo que pase con este proceso, que sigue vivo, que está cambiando, alterando la realidad, en países donde la realidad parecía inalterable es una fuente de esperanza para el mundo, y una lección de humildad para los intelectuales también, que por favor se bajen del caballo y entiendan que a la realidad para poder interpretarla hay que empezar por respetarla; y para respetarla, hay que saber esperarla, a su ritmo, y no al ritmo que a veces los intelectuales exigimos que tenga, a partir de la certeza de que si la realidad no se me parece, no me merece… y bueno, si no te merece, jodete porque ella es mucho mejor que vos…
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