Por Camila Parodi, Jesica Farías y Laura Salomé Canteros / Foto: Nadia Sur
Mañana se cumple un mes de la liberación política y de la absolución judicial de Yanina González, privada de su libertad por un año y siete meses acusada de ser la responsable de la muerte de su hija. Cómo transcurren sus días, cómo se recupera de las violencias y un legado que se repite: la importancia de la organización para la fuerza de la lucha.
En ocasiones, el compromiso político y la búsqueda contagiada por reparar los efectos de las violencias machistas nos guían hacia historias compartidas que trascienden la finalidad meramente periodística. Desde el momento en que comenzamos a informarnos sobre la historia de Yanina González para relatársela a nuestras lectoras y lectores, supimos que en cada uno de los obstáculos que le tocó atravesar podíamos escribirnos y leernos todas o algunas de nosotras.
Sin embargo, la soberbia combinación entre violencia, indiferencia y vulneraciones, y el grosero accionar institucional que se desencadenó desde la mañana del 17 de agosto de 2013, día en que Alejandro Fernández habría golpeado de muerte a Ludmila, la hija de Yanina, también nos dieron la pauta de que nos sería imposible ponernos en las zapatillas de esa joven a quien nos acercamos gracias a la obstinada labor militante de mujeres organizadas.
Con la sensibilidad que nos otorgó el ser hacedoras de la comunicación popular transitamos los días en que la imputación se transformó en absolución en el juicio en su contra. Los tribunales de San Isidro se vistieron durante los últimos días de febrero y los primeros de marzo de ruido a escrache y lucha, a cantos y batucadas, que, ingobernables, denunciaron la paradoja de que un presunto femicidio vinculado fuera ignorado por una fiscal especializada en género.
¿Por qué Yanina González está presa? nos preguntábamos en agosto pasado en la necesidad de instalar la problemática de que la violencia institucional y las cárceles también se llevan -de a poco- la vida de las mujeres. A un mes de su absolución judicial elegimos preguntarnos por qué está libre.
El desafío de reconstruirse
Desde el momento del asesinato de su hija fue acusada bajo la figura legal de abandono de persona e inmediatamente privada de su libertad –y de su derecho a defensa- por las instituciones que debían protegerla. Hoy, más de un año y medio después, quienes estuvieron junto a ella y la red que se armó para su liberación accionan para revertir el impacto que una cadena de revictimizaciones aun mellan su subjetividad.
“Sus primeros pasos en libertad fueron desde reencontrarse con personas que no había visto en todo este proceso en fiestas, brindis, mates, hasta ir al cementerio a despedirse y llorar a su hija”, relata Cecilia Raspeño, educadora comunitaria e integrante del Centro Gallo Rojo del Barrio Obligado de San Miguel, al noroeste del conurbano bonaerense. “Hoy seguimos buscando un lugar donde pueda estar y un trabajo (para ella)”, añade. A Yanina no le es fácil avanzar, sigue con acompañamiento psicológico y en la búsqueda de reoganizarse y sostener relaciones sanas.
El relato de la historia de Yanina llegó a su momento clave durante el juicio. Quienes ejercemos la comunicación con enfoque de género enseguida centramos el análisis sobre el accionar de la fiscal Carolina Carballido Calatayud -titular de la Unidad Funcional Especializada (UFE) en Violencia de Género del Departamento Judicial de San Isidro-, quien acusó a la joven por un delito de omisión en detrimento de la investigación del de acción sobre el principal sospechoso del asesinato de su hija, Alejandro Fernández, su ex pareja.
“Me generó mucho malestar la carencia de enfoque de género de los magistrados, sobre todo la fiscal que supuestamente se capacitó en la materia”, sostiene Verónica González, periodista de la TV Pública y presidenta de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI). Durante el juicio, la estrategia de la fiscal fue desacreditar al entorno de Yanina y legitimar al de Fernández.
La periodista analiza que “es importantísimo para Yanina reconocerse como una persona con discapacidad como una característica que no constituye un disvalor y asumir que su falta de formación y oportunidades no devienen de su discapacidad como una cuestión patológica, sino de la falta de estímulo que tuvo por parte de su familia. Si sumamos a la situación de discapacidad, la violencia familiar e institucional que vivió toda su vida, es innegable que se encuentra en una situación de vulnerabilidad muy marcada. Por eso debe quedar claro que ella está libre, que el Estado le debe otorgar su certificado de discapacidad, pensión y los medios necesarios para que pueda vivir y desarrollarse de forma autónoma en la comunidad”.
La cobertura mediática y el enfoque género- discapacidad
La periodista especializada en discapacidad declaró en el juicio aportando una mirada necesaria, sin embargo sus palabras fueron desestimadas por la fiscal acusatoria, Carballido Calatayud, “mi testimonio fue completamente descartado por la fiscal porque no soy médica, como si la discapacidad fuese algo netamente médico. (…) Yo creo que en realidad me descalificó por haber hecho críticas a su accionar”.
“Yanina no es la única, hay muchas chicas en situaciones similares por eso me pareció importante visibilizarlo desde los medios de comunicación y un deber hacerlo desde la TV Pública, que le dio muchísimo espacio al tema para que podamos darle seguimiento”, examina. Y agrega: “En general en los medios cuesta vincular género y discapacidad y muchas veces la discapacidad termina relacionándose con algo estrictamente patológico que condiciona y estigmatiza. La historia de Yanina González “aportó materializando una alianza de las organizaciones que trabajan cuestiones de género y las de discapacidad que habitualmente trabajan por carriles que no confluyen”.
La importancia de la solidaridad y el feminismo organizado
“Cuando sucedió el femicidio de Lulú estábamos participando de la organización del Encuentro Regional de Mujeres en José C. Paz. Ese mismo día la conocemos a la Chiqui (Gabriela Conder, actual abogada de Yanina González) y así nos contactamos con la Gremial de Abogados de Argentina para pedir su intervención formalmente”, rememora Raspeño. Fue la letrada la que las conectó con Raquel Disenfeld y Carina Leguizamón (psicóloga y quien le prestó su casa para el arresto domiciliario a Yanina, respectivamente).
A partir de allí comienza una estrategia aprehendida “Carina se contacta con otras organizaciones con las que ya había articulado por lo de las hermanas Jara y con independientes para que se sumen a esta lucha conformándose así la Comisión por la Libertad de Yanina González”, detalla.
“Las articulaciones horizontales hacen que todas nos sintamos comprometidas porque no hay nadie capitalizando ningún logro”, sostiene Rosario Castelli, integrante de esa comisión, al ser consultada sobre qué aportó el caso de Yanina González para el feminismo organizado y la lucha antirrepresiva. “Cada presencia de todas las que nos sumamos –continúa- fue fundamental: las que visitaban en el penal, la psicóloga, las abogadas, la que puso la casa, las que pusieron el cuerpo a gritar hasta quedarse sin voz, las que bombardearon de información desde todos los enfoques posibles, las que laburan en el Estado y se acercaron a ofrecer recursos, las que no tienen recursos y los pusieron igual, las del sonido”.
“La comisión se formó porque solas no podemos pero sobre todo porque juntas si podemos”, dice Castelli. Y agrega que la estructura de la organización “se debe entera a las luchas antirrepresivas que vienen de la anarquía y las luchas libertarias que se plantan contra esa parte del Estado con la que nadie se mete”, como por ejemplo “contra la impunidad de las fuerzas armadas y del poder judicial a la hora de juzgar a los/as pobres, a las mujeres, a las personas trans”. Y sentencia, “está todo junto; la lucha de clases, es feminista y antirracista o no es lucha”.
El legado de la historia de Yanina: “Si tocan a una respondemos todas”
“Todas y todos sentimos que esa frase de ´la unión hace la fuerza´ se nos hizo carne. Reafirmamos que es desde la organización que se puede dar pelea. Yani está libre por el conjunto de gente que se fue sumando, desde lo profesional como desde la fuerza de la organización para presionar, gritar lo que otros/as quieren callar, lo que Yani no puede decir”, razona Raspeño.
La experiencia como legado y los logros de la conformación de la Comisión por la Libertad de Yanina González fueron también primordiales al momento de analizar los motivos que llevaron a la absolución judicial de la joven. “La sensación fue que realmente lo que estábamos haciendo tenía incidencia en lo que iba pasando adentro del tribunal”, sostiene Castelli. “El plantarse frente a la policía; el no callarse frente a las agresiones racistas y discriminatorias por parte de trabajadoras/es de los tribunales; el no ceder al ninguneo y la misoginia de la fiscal y los jueces cómplices; el enfrentarse de manera firme y sostenida bajo sol o lluvia a la corporación judicial esperando lo mejor pero preparándonos para lo peor. Ahí se resaltaron los consensos, el cuidado entre nosotras, la forma de tomar decisiones, el cómo comunicar el caso, el qué contar”, recuerda.
“La liberó el feminismo”, señala Castelli. Y culmina, “los penales están llenos de Yaninas y sabemos que hay cuerpos que importan y cuerpos que no. Lo vemos todos los días, condenadas por pobres, por mujeres, por madres. La justicia patriarcal manteniendo intacto el régimen heterocapitalista”.
Y así también lo entendimos nosotras…