Por Belén Spinetta*. Fotos: Gentileza Bachillerato Mocha Celis.
Se creó en 2012 para garantizar el derecho a la educación al colectivo trans. Hoy recibe a afroindígenas y personas de construcciones identitarias diversas. El objetivo es el mismo: que el heteropatriarcado blanco no le quite a nadie una oportunidad.
¿Quién hubiera pensado alguna vez que Sarmiento se calzara una peluca rubia y se pintara los labios? Con este trastrocamiento del prócer como ícono, y con ello el cuestionamiento a la escuela tradicional, en el barrio de Chacarita funciona desde 2012 una propuesta educativa que apuesta a la inclusión. El 40% de las personas que estudian en el Mocha Celis son trans; el resto está integrado, entre otros grupos, por descendientes de afroindígenas, integrantes de asentamientos urbanos cercanos y en general personas con construcciones identitarias diversas.
“Nunca pensé que podía volver a estudiar porque ya había tratado varias veces y no había podido, ni acá, ni en Salta que es de dónde vengo. Estaba en la calle y pensé que se habían cerrado todas las puertas….hasta que llegué al Mocha”. La que habla es Virginia Fernández, pone el cuerpo y las palabras a lo que para muchos de nosotros/as parece una obviedad: poder estudiar.
Para la comunidad trans, el acceso a la educación es uno de los tantos obstáculos que les toca sortear en sus trayectorias de vida. Virginia llegó al Mocha porque lo vio en Facebook, se contactó con Marlene Wayar y hoy es una de las flamantes egresadas de la primera promoción. Lo hizo con honores, cómo abanderada y hoy sueña con que las puertas se sigan abriendo: “Mi sueño siempre fue ser abogada, pensé que no lo iba a cumplir nunca y este año voy a empezar la carrera de Derecho en la Universidad de Avellaneda”.
Mocha Celis no es un nombre elegido al azar. “Mocha” era una travesti tucumana que trabajaba en la zona del bajo Flores, en la ciudad de Buenos Aires, una luchadora que siempre enfrentó el abuso y el maltrato policial. Apareció muerta con tres tiros en su cuerpo. Mocha no sabía leer, ni escribir. Un justo homenaje, quizás no sea la palabra más correcta, para nombrar todo lo que significa este bachillerato en la vida de las personas trans.
Esta es una experiencia corta, pero intensa. Vida Morant, activista trans y coordinadora académica nos comenta los primeros pasos, los frutos del trabajo y los planes a futuro.
-¿Cómo surge esta propuesta educativa?
-Este proyecto socioeducativo surge en el año 2011 para dar respuesta a la demanda de inclusión en el sistema educativo especialmente de la comunidad trans. En 2014 egresó la primera camada, es un plan de estudio de tres años que depende de la Dirección de Adultos y Adolescentes del Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, se reciben de Bachiller Perito Auxiliar en Desarrollo de las comunidades. Siempre aclaramos que nunca fue concebido como excluyente, exclusivo, sino como un espacio que incluya a la diversidad total. Un espacio libre de discriminación, libre de sexismo, libre de estigmatización. Se ha dicho que es una escuela para “chicas travestis”, pero decimos que es mucho más; primero porque identidades trans no somos solamente “chicas travestis”, hay varones trans, mujeres transgénero, transexuales, hay maneras muy diversa de nominarse y autopercibirse.
-¿Cómo se expresa esto?
-Lo tangible de nuestro quehacer cotidiano no es un Bachillerato exclusivo para el colectivo trans, de hecho en la matricula las identidades trans alcanzan un 40%, son menos de la mitad. Tenemos personas de otros colectivos como afroindígenas descendientes, personas con distintas construcciones identitarias y de género, que provienen de distintos sectores sociales, mucha gente de los asentamientos urbanos cercanos y todas estas incorporaciones enriquecieron la idea, el concepto y la manera de pensar el proyecto en su gesta.
-¿Qué indicadores tenían originalmente para abordar este proyecto?
-Los últimos datos estadísticos que había son los ya conocidos por todo el mundo, los que se pusieron en conocimiento en la cocina de la Ley de Identidad de Género y en la investigación de Lohana Berkins La gesta del nombre propio: que el promedio de vida no superaba los 35 años y que sólo un 20% había accedido a la escuela secundaria.
-¿Cómo fue evolucionando el Bachillerato?
-Algo muy interesante que no teníamos pensado en el proyecto original es incorporar en la currícula una materia troncal que se llama Proyecto Formativo Ocupacional que se ocupara de asistir y brindar todas las herramientas necesarias para descubrir, reconocer y fortalecer el perfil formativo y ocupacional en vistas de un ingreso al mercado de trabajo. Entendemos este proyecto formativo como el pilar, el portal más importante que pueda brindar la posibilidad de un salto a mejorar las condiciones de trabajo, acceder a puestos mejores calificados o para acceder por primera vez a un trabajo. De hecho para muchas de las identidades trans que conforman el equipo de la escuela es su primera experiencia en trabajo formal.
-¿Cómo se sumaron esas personas a ser parte del equipo de trabajo?
-Salimos a buscarlas, no se les ocurría a ninguna de ellas que podían trabajar y mucho menos en un espacio educativo reconocido por el Estado. No aparece como horizonte de posibilidad y te estoy hablando de profesionales…por ejemplo dos de nuestras profesoras de matemáticas son trans y son ingenieras. Algunas de las integrantes de nuestro equipo de trabajo nunca habían tenido un recibo de sueldo en la mano.
-¿Qué balance hace luego de que se egresó la primera camada?
-Estamos con mucha satisfacción en vistas también de mejorar un montón de cosas. Nos proponemos constantemente repensar cotidianamente el saber sociopedagógico dentro del aula… en términos generales la escuela se propone ofrecer una revisión a este sistema educativo que históricamente resultó excluyente y donde aún está muy vivida la experiencia de la discriminación.
*Periodista de la Agencia Comunicar Igualdad, donde se publicó originalmente este artículo.