Por Gabriel Casas
A horas del partido de la Selección Argentina contra Ecuador, en la gira que realiza por Estados Unidos, seguimos penando la ausencia de Lío contra El Salvador, y esperando el milagro…
Se ve claro que el Tata Martino por ahora anda probando. Ante un débil equipo como El Salvador, puso cuatro atacantes de categoría –Ezequiel Lavezzi, Carlos Tévez, Gonzalo Higuaín y Ángel Di María–, pero la Argentina hizo poco en ofensiva ante una muralla casi china de defensores. Y claro, faltó generación de juego, ya que a Javier Pastore lo hizo entrar cuando apenas faltaba un cuarto de hora.
Entonces, la multitud que vio el partido y se aburría empezó a pedir con insistencia por Lio Messi que, por una lesión no bien aclarada, calentaba ese frío banco de suplentes en Estados Unidos. Había en la platea una chica con un cartel que decía: “Yo vine a ver a Messi”. Y claro, todos querían ver a Messi. Estaba Tévez en la cancha, pero el imán sigue siendo Messi.
Quizás Martino lo haya cuidado, por eso de su molestia, para un rival más calificado como lo será hoy Ecuador, aunque todo indica que no jugará (de acuerdo al entrenamiento diferenciado). Quizás tampoco lo utilizará –si sigue tocado–, para no crearse un posible problema con el Barcelona. Y otra vez se congelaría Messi en el banco. Quizás otra vez, ojalá que no, se congele el fútbol de la Selección.
Es que Messi se torna imprescindible. Argentina tiene un poder ofensivo como pocos en el planeta, pero con él todo es distinto. Puede ser puntero derecho -como lo quiere de arranque Martino–, centrodelantero, enganche, falso nueve o –como exageró su entrenador catalán Luis Enrique– con eso de que jugaría bien así lo pusiera en la defensa. Es que La Pulga es goleador, asistidor y gambeteador en un mismo combo.
Ver a una Selección sin Messi –por más que estén Tevez, Aguero, Higuaín y Di María– es como ver a los Rolling Stones sin Mick Jagger o a Los Beatles sin John Lennon. Messi es insustituible. Y por eso así lo pidió un estadio copado ampliamente por salvadoreños que viven en Estados Unidos. Ellos compraron su entrada con esa esperanza. Y, claro, se deben haber marchado más insatisfechos por eso que por la lógica y esperable derrota.