Por Gabriel Casas. Inauguramos una serie de tres notas sobre el fútbol, los barras y la violencia. En esta primera entrega, el abrazo de los capos de “La doce” le dispara al cronista una serie de reflexiones y broncas contra quienes menos quieren a sus equipos.
Ese crack del periodismo deportivo que es Gustavo Grabbia, mostró en el programa Estudio Fútbol una foto de un abrazo entre los capos barrabravas de Boca, Rafael Di Zeo y Mauro Martín, nada menos que en una tribuna de un estadio en Venezuela. Ambos deberían estar celebrando su regreso al negocio grande y olvidando que hace un par de años atrás se enfrentaron a los tiros por ese mismo sitial que ahora comparten.
Es que no se engañe: los barrabravas no son hinchas de los clubes. Ellos no lloran las derrotas subidos a un paravalancha. La mayoría ni siquiera ve los partidos, de espaldas al mismo campo de juego. Ellos negocian con todo lo que le pueda sacar jugo al club con el que se embanderan. Y así, los jerarcas viven una vida acomodada. Con contactos con el poder político (sea del partido que fuere), con reuniones con los jefes de la policía, extorsionando o haciéndose amigos de dirigentes, entrenadores, futbolistas y hasta periodistas.
Si quienes leen estas líneas nunca en su vida pudieron ir a Venezuela, ni lo harán, todavía no se indignen. Ellos ya estuvieron en Japón con Boca. Como también toda la plana de La Butteller estuvo en Marruecos en el Mundial de Clubes que disputó San Lorenzo. Y así, se puede hablar de que también estuvieron barras de todos los colores en los mundiales de Brasil, Sudáfrica, Alemania, Francia, Italia, México, etc.
Mientras tanto, ahora que no hay más hinchas visitantes en las gradas, los violentos dirimen sus asuntos en internas de su propio equipo. En las tribunas, o en las calles con emboscadas, se suelen ver luchas cuerpo a cuerpo (o peor, balazo a balazo) de este tipo.
Hace poco me tocó ver a Alan Schlenker (ex jefe de la barra de River) en un programa de televisión decir que él no era violento, sino “peleador”. Como si fuéramos todos unos perejiles. Para ser capo de una barra, seguramente habrá que tener algún muerto en el placard. Así se asciende más rápido.
Mientras, en el mismo programa, Estudio Fútbol, los hinchas comunes de Boca enviaban mensajes para que salieran al aire: decían que menos mal que estaba La Doce en Venezuela para defenderlos, porque los bravos locales fueron a agredirlos.
No nos confundamos más, por favor. Con un fútbol sin violentos (en cualquier lado del mapa que sea), no habrá necesidad de tener miedo, ni de compartir tribunas copadas por una banda de mercenarios.