Por Cristian Dellocchio. Tanto en Estados Unidos, sobre todo en la NBA, como en partes de Europa los clubes pertenecientes al socio ya son parte del pasado. Un recorrido por algunos casos resonantes.
Al regreso del corte algo había cambiado. El sudor se había transformado en restos de champán y las musculosas, en remeras que parecían saber de antemano el resultado del partido. Emergieron gorras y banderas nacionales que cubrían las espaldas o rodeaban la cintura de los jugadores extranjeros. Las sonrisas y los abrazos todavía estaban ahí. El entrenador y su cuerpo técnico se movieron a un costado. Apareció un periodista de la señal de cable transmisora que, micrófono en mano, se preparaba para realizar algunas entrevistas de protocolo. También llegó el “Comisionado”, ese rótulo que parece encantar en Estados Unidos (exagerando una generalización basada en las películas del superhéroe murciélago), dispuesto a entregar el tan ansiado trofeo a los ganadores. Pero entre este gentío de caras familiares, aparece un rostro, para la gran mayoría de los televidentes, ignoto. Hombre mayor, de tez entre bronceada y colorada, de camisa, saco, y un pañuelo que, seguramente a la moda, se asomaba por el bolsillo para ver qué pasaba. Dice algunas palabras y se apresta a recibir el trofeo. Los jugadores observan a sus espaldas.
No es el capitán del equipo, ni el presidente del club, ni el “coach”. Es el dueño. Los que se ubican detrás, sus empleados. Peter Holt es quien tenía el trofeo en sus manos. Empresario relacionado a la gigante Caterpillar, ex combatiente en Vietnam, asiduo aportante al Partido Republicano y dueño de equipos de hockey sobre hielo, básquet femenino y de los San Antonio Spurs. Holt es uno de los treinta magnates propietarios de franquicias en la NBA, un sistema que se reproduce en cada uno de los deportes estadounidenses. (Entre ellos está Michael Jordan, único afroamericano de los 30). Estos dueños, generalmente pertenecen al pago donde se ubican sus equipos. El querido Peter es, por ejemplo, criado en San Antonio y una de las formas de “devolverle” algo a la comunidad fue la de invertir en los Spurs. En 1996, depositó 76 millones de dólares junto a un grupo inversor, hoy los Spurs se valúan en mil millones. “Ganamos todos”.
La franquicia tejana es uno de los casos “felices” o, en términos empresariales, exitosos, de este sistema organizativo. Las alegrías de Manu Ginóbili y Fabricio Oberto fueron consecuencia de estos dólares; como también lo es la construcción de un complejo deportivo en la ciudad, por ejemplo. Sin embargo, tener dueño, obliga a seguir con atención las inquietudes de este “buen señor”, que de un día para el otro puede cambiar el nombre del equipo, su escudo, o en situaciones más extremas: venderlo y mudarlo de ciudad. Ese es el caso de los desaparecidos Seattle SuperSonics, donde el chaqueño Ruben Wolkowyski alguna vez supo ser parte. Los muchachos de camiseta verde participaron de la liga durante 41 años, e incluso ganaron un campeonato, hasta que en 2006 el entonces propietario decidió vender la franquicia. El flamante comprador, un grupo inversor que tenía y tiene como presidente a un tal Clay Bennett. Dos años luego de la venta, el equipo se mudó a Oklahoma City, tierra natal de Bennett. Los fanáticos supersonicos, engañados. El también querido Clay, cuenta entre sus laureles el haber sido parte de los propietarios de los Spurs, estar casado con la heredera de un billonario empresario dueño, entre otras cosas, de un emporio mediático, una aerolínea quebrada y un equipo de béisbol que luego vendería a… George W. Bush. Ellos también son republicanos.
Mientras tanto, en Seattle, paradójica ciudad que, entre sus curiosidades, tiene una estatua de cinco metros de Lenin y donde en 2013 ganó como concejal Kshama Sawant (de Alternativa Socialista, “un grupo de izquierda norteamericano de tradición trotskista” –sí, en Estados Unidos–), nada logró impedir la mudanza de “su” equipo. Aunque se rumoreó con la compra de otra franquicia, por ahora, los fanáticos se tuvieron que conformar con atesorar los hitos históricos del equipo, que no pasaron a ser “propiedad” de los Oklahoma City Thunder (generalmente, los títulos, récords estadísticos, inclusive ídolos, pasan a ser parte de la nueva franquicia; como interesante combo de mercado).
Sin embargo, esto de grandes magnates jugando a tener propiedades deportivos no es exclusividad yankee ni del básquet, en Europa también pasa: el reciente duelo de Liga de Campeones entre Chelsea y PSG, sirve para exponer dos de los casos más resonantes. El mediático ruso Roman Abramovich y un grupo inversor qatarí se hicieron cargo de estos equipos respectivamente, poblándolos de figuras mundiales de renombre (Juan Sebastián Verón, Hernán Crespo, Javier Pastore, entre otros) y catapultándolos a las principales competencias europeas. Por otro lado, en España, la crisis a la que llegaron los clubes hizo que sólo cuatro sigan manejados por sus socios: entre ellos, Barcelona y Real Madrid. Identidad fuera, títulos (y billetes) adentro; parecería ser la fórmula. Del amateurismo y espíritu original deportivo, no quedan más que algunos enganches.
Tal vez el asombro por estos formatos deportivos sea una cuestión de latitudes. Aunque hasta por estos lares, tampoco somos tan ajenos. En Brasil, fue resonante el caso del olvidado Kia Joorabchian, un iraní-británico que, liderando un grupo económico, compró Corinthinas y llevó a Carlos Tévez y a Javier Mascherano, para luego pasearlos por Londres hasta “liberarlos”, con algunos problemas legales de por medio, para que puedan venderse ellos mismos en el mercado. En la actualidad, no es casual la presencia de grandes estrellas en clubes brasileros que podemos observar vía Copa Libertadores. ¿De dónde sale ese dinero? Hasta en la Argentina tuvimos renombrados (y, por suerte, temporales) gerenciamientos pasados que se llevaron titulares periodísticos y algunos actuales que no son tan mencionados. En tiempos de Fútbol para Todos, balances, déficit e instalación mediática de la rentabilidad del deporte como “meta”, el formato social de nuestros clubes de fútbol es bastante similar a lo que podría considerarse una utopía en otras partes del mundo.