Por Francisco J. Cantamutto. El sábado pasado sesionó la convención del partido radical en Gualeguaychú, y resolvió aliarse con el PRO de Mauricio Macri, lo que desató la controversia. Las tensiones históricas de la UCR repercuten en las alianzas de 2015.
La convención nacional del radicalismo el año pasado terminó con incidentes y golpes, que salieron a la luz expresando el nivel de desacuerdo interno de la centenaria Unión Cívica Radical. Esta vez dejaron literalmente afuera a la mayoría de sus militantes: mientras los congresales sesionaban a puertas cerradas, afuera la Juventud Radical clamaba por ser escuchada. El resultado fue fatídico: por 186 votos a favor y 130 en contra, se aprobó la alianza electoral con el PRO de Mauricio Macri, con el presidente del partido, Ernesto Sanz, como precandidato a las primarias abiertas de agosto.
El PRO, en permanente ascenso desde las manifestaciones del 18F, festejó el anuncio: lo coloca como el principal referente de la renovación conservadora de cara a las elecciones de octubre, polarizando con el gobierno. La derecha que gana elecciones y gobierna se ve ahora apadrinada por el partido heredero de aquel movimiento que le arrebató el gobierno a la oligarquía hace un siglo atrás. El PRO ya había logrado atraer a figuras convocantes del peronismo más conservador –como el siempre esquivo Carlos Reutemann– y recientemente había soldado su alianza con Ia Coalición Cívica de Elisa Carrió. Sin embargo, tenía un severo problema: la falta de un aparato nacional, que le permita proyectar gobernabilidad hacia el interior del país, donde no cuenta con intendentes ni gobernadores. Esto es lo que le ofreció Sanz en bandeja.
A pesar de que el ex presidente Fernando De la Rúa salió a apoyar el acuerdo, alegando un extraño ejemplo de diálogo, esto no repite la Alianza que ganó en 1999. En aquel entonces, el FREPASO se había formado con los sectores de centroizquierda peronista críticos de las reformas menemistas. A esa centroizquierda, tibia, que quería gobernar, el radicalismo también proveyó del aparato político. Y en la interna, la conservadora línea delarruísta se impuso, y todo su programa con ello. Ahora, la tendencia interna más conservadora –Sanz– encuentra su socio en el espacio de centroderecha ante un gobierno populista. El arco empresarial más liberal (Sociedad Rural a la cabeza) ha saludado esta reunión, gustosa de saberse con chances de tener revancha en el gobierno.
Así perdió la propuesta de Julio Cobos, de darle al partido un programa y un candidato, y luego salir a negociar con quien fuera. Aunque su prioridad era el moribundo FAUNEN –con la mitad de sus fuerzas ya en la diáspora– no descartaba alianzas con Sergio Massa. Su argumento no era ilógico: reforzar cierta coherencia ideológica con fuerzas más cercanas (PS y GEN a la cabeza). Figuras fuertes del partido como Gerardo Morales y Ricardo Alfonsín apoyaban la estrategia de Cobos. Pero el electoralismo de Sanz tuvo más fuerza: ganar elecciones, aunque sea bajo programa ajeno.
Una parte del radicalismo se sintió defraudado por la estrategia, y no debe olvidarse esto. La Juventud que puertas afuera abucheó a Enrique Coti Nosiglia, alegando que se estaba entregando el partido en bandeja a la derecha. Nito Artaza ya renunció a la Mesa de conducción nacional, y dejó en claro que su opción sería entonces seguir a Margarita Stolbizer y el GEN, más cercanos ideológicamente. El líder del Movimiento Nacional Alfonsinista, Leopoldo Moreau, señaló también que habrá fractura del radicalismo.
Un largo camino de bifurcaciones
Si bien es cierto el derrotero del partido a perder todo rasgo popular, también lo es que conviven en el radicalismo (o en el “pan-radicalismo”) dos grandes tendencias ideológicas: una más socialdemócrata y una más liberal-conservadora. La tensión entre ambas ha sido motor de históricos conflictos y rupturas de la fuerza política, por supuesto, ligadas a coyunturas específicas de cada época. Se la conoció con los personalistas y antipersonalistas, se la volvió a ver con la UCR Intransigente y la del Pueblo.
Cuando la ALIANZA tomó la deriva neoliberal más excluyente, uno de los primeros apoyos en retirarse fue el de una parte del propio radicalismo: fue Alfonsín uno de los líderes de la retirada del gobierno –aunque lo hizo sin dinamitar desde el inicio la relación–. El ARI inicial se conformó como una salida de centroizquierda de la UCR. Cuando estalló la Convertibilidad, fue la tendencia más conservadora la que colapsó sin rumbo. Alfonsín, promotor de Eduardo Duhalde a la presidencia desde el Congreso, ordenó las huestes durante un tiempo. Incluso apoyó a Néstor Kirchner en el primer año de gobierno, mientras se produjo una escisión por derecha: Recrear, el partido de López Murphy, ¡acusaba de populismo a la UCR!
Una vez producida la ruptura, el alfonsinismo perdió fuerza en la estrategia de acompañamiento crítico al kirchnerismo. El ARI empezó a expulsar a figuras más progresistas (Antonio Cafiero, Eduardo Macaluse, Marta Maffei), y giró a la derecha. Al interior de la UCR creció el sector que leía al gobierno como una continuidad populista del menemismo. Ángel Rozas, Gerardo Morales y Roberto Iglesias lideraron este cambio, alegando que no había que confundir a la juventud: la UCR es progresista, no es el PC. Cuando esta deriva ganó control del partido, los radicales no liberales optaron por dos caminos: unos formaron una nueva escisión (el GEN), otros se integraron al gobierno a través de cargos o alianzas (Julio Cobos, Ricardo Colombi, Eduardo Brizuela del Moral, Ernesto Sanz). El pan-radicalismo quedó así desplegado en múltiples órdenes: desde la derecha más reaccionaria (Recrear), una más republicana (ARI), tendencia liberal (UCR oficial), socialdemócrata (GEN), y en el gobierno kirchnerista (radicales K).
Cuando ocurrió el “voto no positivo” de Cobos en el conflicto de 2008, una parte de las huestes regresó al partido, y se abrió la oportunidad de unificar fuerzas. Así se fue construyendo el FAP, y luego UNEN, juntando al pan-radicalismo con otras fuerzas: GEN, ARI y UCR con el PS y Libres del Sur. Por este camino fue que lograron ser la segunda fuerza en las elecciones de 2011, aunque muy por detrás del gobierno.
Ahora bien, al reafirmar el kirchnerismo su fuerza propia, el radicalismo volvería sus pasos atrás: si la distinción progresista no le resultaba, había que insistir con la salida conservadora. A nadie engaña que hubo sectores dinamitando el FA-UNEN desde adentro. La salida de Carrió hacia Macri no era la primera corrida a la derecha del pan-radicalismo. Ahora se sumó la conducción de la UCR, dejando nuevamente huérfanos a los sectores socialdemócratas, que otra vez deberán buscar dónde cobijarse. La tensión entre ambas tendencias no es nueva. Quizás la cita de Alfonsín sobre que el partido no debe seguir a la sociedad si esta gira a la derecha aplique mejor diciendo que no todo el partido ha de seguirla: otra parte lo sentirá como el canto del cisne.