Por Santago Giraldo*
¿Los últimos días de Cataluña en España? Una pera que se vuelve manzana.
Las redes sociales arden. Todos condenamos la violencia, desproporcionada e ininteligible, con la cual el gobierno de España intentó, infructuosamente y con muchas víctimas, detener la celebración de un referéndum de autodeterminación en Cataluña que había aprobado por el Parlamento de Cataluña y declarado ilegal por los tribunales españoles. Precisamente es eso, el complejo juego de institucionalidades, legalidades y legitimidades. De bando y bando. Propongo cinco reflexiones que pueden servir de marco para observar el caso catalán en la actualidad. No soy catalán, ni español, ni siquiera europeo. Pero en los diez años que hace que vivo en Barcelona he visto crecer la marea, año tras año. Miro con incredulidad cada día que pasa.
1. En mayo de 2011 la Plaza Cataluña en Barcelona estaba llena de indignados. El gobierno catalán había recortado y robado, tanto como el de España. La gente indignada salió a las calles y quería impedir la aprobación de un presupuesto neoliberal. Austeridad. Artur Mas, entonces presidente de la Generalitat de Cataluña y ahora uno de los símbolos del independentismo, tomó un helicóptero desde el cual pasó por encima de la protesta. Llegó al Parlament de Cataluña y pactó con el PP los presupuestos. Entonces no era independentista. Al menos no en materia presupuestal. A los pocos días, los indignados recibieron varias cargas policiales. En defensa de la institucionalidad y del pacto político, llegó a decir Mas.
2. Es prehistoria. La crisis económica gestionada con la mayoría absoluta del PP en el Congreso de España, pero también por el pacto entre Artur Mas y el PP en Cataluña, generó muchos problemas sociales. Ver pobreza, desempleo, desesperación, es algo extraño en una de las capitales turísticas más importantes del mundo. El gobierno catalán edificó entonces un culpable —como lo señaló Martín Caparrós en su artículo: “Cataluña: el viejo truco de la patria”— con mucha ayuda de Madrid. Desde el 2010, cuando se recortó el Estatuto de Autonomía de Cataluña, refrendado por los catalanes y por el Congreso de los Diputados, pero “cepillado” por el Tribunal Constitucional, con una mayoría de miembros afines al PP o conservadores, la puerta de diálogo se cerró. Desde entonces tuvo un protagonista especial que, como muchos analistas señalan, tendrá una estatua en la hipotética República Catalana: Mariano Rajoy. A partir de entonces, la culpa de todos los males de Cataluña era del gobierno del PP, con lo que, además, se alimentó la confusión entre un gobierno específico y el Estado. Las puertas cerradas, porque el PP no negocia nada que no esté en la Constitución —y en su particular interpretación— aumentaron día a día la tensión. A cada portazo, un pantallazo: una puerta cerrada. En la repetición de la escena simbólica una muy buena parte de los catalanes asumió el relato. Hay un gobierno que no nos quiere. La verdad, es que parece que así sea. Diálogo cerrado. Nadie habla. Nadie cede. Con un agravante. Rajoy impone retos que la sociedad catalana asume como desafíos. Año tras año, demostraciones de fuerza. Cada vez más grandes y la misma respuesta, puertas cerradas. Saltos cuantitativos durante siete años. La indignación en un marco creciente. Una bomba de tiempo en Europa.
3. El movimiento social independentista de Cataluña, porque lo es, tiene dos particularidades. La primera es que ha logrado copar las instituciones. Es interesante pues lo normal es que el movimiento social demande algo a las instituciones. En el caso catalán, el movimiento social domina ahora una gran parte de la institucionalidad, con lo cual genera una sinergia inédita. La institución hace llamados y una buena parte de la ciudadanía, que copia y entiende su narración, responde masivamente. La segunda es que es un movimiento burgués, con lo cual tiene un peligro mayor. Sus partidos mayoritarios, dentro de los que se encuentra el nuevo partido de Artur Mas (PdCAT), han defendido siempre un modelo de políticas neoliberales favorables a los intereses económicos de las élites catalanas. Una muestra de ello es que el paro nacional de hoy, 3 de octubre, ha sido convocado principalmente por instituciones, por empresas, por el mismo gobierno catalán. Los sindicatos han dudado en sumarse por el hecho de que no representa un interés ligado a la lucha obrera, aunque aquí es donde la pera se convierte en manzana.
4. El relato, sistemático y emotivo: miles de catalanes en las calles en busca de un derecho de autodeterminación, de un voto, y la puerta cerrada. Son dos cosas diferentes, en principio, pero el gobierno catalán ha sido hábil. Ha puesto, poco a poco, anzuelos en los que Rajoy ha picado. Uno tras otro, con su afán de legalidad, se los ha tragado todos. Qué dolor. Pero él traga orgulloso. Impávido. La lucha por el voto, por el ejercicio de la democracia se convierte en el relato. Los anzuelos cada vez son más grandes. Los dos últimos, las detenciones a funcionarios y, por supuesto, la acción represiva del Estado el día de la votación, por más justificación legal que pueda tener, desde un escritorio. Ya no importa que las fuerzas soberanistas del parlamento catalán se hayan saltado las reglas legislativas para tramitar una ley de referéndum, ni que hayan dividido a los catalanes casi por la mitad. Hay un cambio de paradigma que Rajoy no es capaz de leer. Ya no se defiende una idea ligada sólo al independentismo. Desde el lunes, se defiende y se persigue la democracia. Y la democracia se asocia al independentismo. El éxito simbólico del asociacionismo emotivo. Una buena parte de los medios internacionales denunciaron la violación de los derechos democráticos. Copiaron el slogan. La declaración de independencia, de repente, parece justa y legítima ante la acción policial, absolutamente desproporcionada, en contra de —¡cuidado!— una urna. La mitad de los catalanes tienen ahora, por la acción de Rajoy, lo que les podía hacer falta ayer, el respaldo de la opinión pública internacional. Para muchos catalanes, sin embargo, también fue violencia institucional que el Parlament se saltara la ley y los procedimientos parlamentarios y estuviera vacío a la mitad —también hay fotos de ello— cuando se aprobó la celebración del referéndum de autodeterminación.
5. La última. Un estado como el español no se puede permitir dar una respuesta preconvencional a un problema político postconvencional. El sistema de valores superior, como la defensa a la expresión y el derecho político de la manifestación pacífica, no pueden reemplazarse por la acción represiva. Perdieron. Hicieron el ridículo porque no impidieron nada y les regalaron la foto que circula por el mundo. El marco de solidaridad se extiende, aunque, curiosamente, no se extiende con los otros catalanes que se verán en medio de la disputa y que pueden también llegar a perder sus derechos al dejar de ser parte de España. Más si una decisión tan determinante se toma bajo la legitimidad de una votación-movilización sin ningún tipo de regularización normativa válida y, en el mismo plano de violación de la ley, sin ninguna garantía para el ejercicio de la expresión política opuesta al proyecto independentista. Pero ellos no están en la foto.
¿Qué nos queda? Temo que nadie ceda y hay dos anzuelos más a la vista. Un pulso entre la aplicación del Artículo 155 de la Constitución española por parte de Rajoy, que implica la obligación para el gobierno catalán de cumplir forzosamente las obligaciones legales, versus la Declaración Unilateral de la Independencia de Cataluña que, según algunos periodistas, puede llegar a ser discutida y aprobada en el Parlament el próximo fin de semana, así aún no sepan, los mismos catalanes, cuál es el proyecto de país del día siguiente.
Son ambas cartas muy peligrosas.
—
*Politólogo de Nacional de Colombia. Investigador posdoctoral y profesor del Departamento de Periodismo de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). Coordinador Académico del máster de Investigación en Comunicación y Periodismo.