Por Mariana Brito Olvera, Asamblea de Mexicanos en Argentina
El sábado 29 de julio se llevó a cabo el conversatorio “No se mata la verdad matando periodistas: Charla sobre la situación de la prensa en México”, organizado por la Asamblea de Mexicanxs en Argentina, en conjunto con los sindicatos SIPREBA y ARGRA. El evento se llevó a cabo en el marco de la 28º Muestra Anual de Fotoperiodismo Argentino que se realiza en el Palais de Glace, del 14 de julio al 12 de agosto de 2017. Desde el año 2000 a la fecha, han sido asesinados más de 100 periodistas en México, entre ellos, Javier Valdez, autor de libros como Narcoperiodismo, quien fuera asesinado el 15 de mayo de este año.
En la mesa se contó con la presencia de Nora Cortiñas, Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora, quien hizo énfasis en la importancia del periodismo crítico durante el periodo de la dictadura argentina. Asimismo, se solidarizó con el pueblo mexicano que sufre en la actualidad los embates de un terrorismo de Estado. También se contó con la presencia de Res, fotógrafo argentino, que vivió en México durante la década de los 80. En su intervención puso en contexto la situación socioeconómica en México a partir de la década de los 90 con el ajuste neoliberal que fue consolidado por el gobierno de Salinas. Por su parte, Tomás Eliaschev, de SIPREBA, habló de la situación del periodismo argentino en un contexto de creciente represión policial. Finalmente, Mariana Brito Olvera, de la Asamblea de Mexicanxs, contó sobre la situación en México, el peligro y persecución al que los periodistas y luchadorxs sociales se enfrentan. Entre los casos que Mariana destacó, se encuentra el de Rubén Espinosa, fotoperiodista, y Nadia Vera, activista, asesinados el 31 de julio del 2015, junto con otras tres mujeres en la Ciudad de México D.F.
En el texto que se presentó como parte de la Asamblea, se enfatizó en señalar el asesinato del periodista Rubén Espinosa y de la militante Nadia Vera, así como de Mile Virgina, Yesenia Quiroz y Alejandra Negrete.
El texto señala: “Javier Valdez, periodista asesinado en Sinaloa el 15 de mayo de este año, cuenta en su libro con una granada en la boca la historia de Carla Flores, madre de familia que fue agredida con una granada calibre 50 que se le incrustó en la boca, y que duró con ella nueve horas hasta que pudieron operarla sin que explotara. Javier cuenta esto como una historia de heroísmo y resistencia. Me pregunto si en nuestro país hacer periodismo no es siempre tener esa granada en la boca. El periodista a punto de hacer estallar todo con una nota, aunque eso le pueda costar la vida, pero asumiendo el compromiso del que habló Walsh, el compromiso de “dar testimonio en momentos difíciles”.
La granada en la lente
El 31 de julio de 2015 encontraron los cuerpos de Nadia Vera, Mile Virginia, Alejandra Negrete y Yesenia Quiroz en la colonia Narvarte, en la Ciudad de México. Junto con ellas fue hallado también el cuerpo del fotoperiodista Rubén Espinosa Becerril. A dos años de su asesinato, las autoridades siguen sin decir nada concreto, pero yo sé que a Rubén lo mataron por su oficio. Cuando pienso en Rubén no sólo pienso en su rostro, pienso también en esta fotografía tomada por él en 2014.
El poder de la imagen
Duarte haciendo berrinche porque no soportó haber salido retratado como realmente es. Si tuviéramos que ponerle un adjetivo a la imagen sería “grotesco”. Sus botones a punto de salir disparados de la camisa casi como un símbolo de los atracos desmedidos, de los excesos, los banquetes, las casas lujosas patrocinadas por el erario de lxs veracruzanxs. La gorra con la palabra “Policía”, acorde con la mirada rencorosa, vengativa, represora. Todo lo que implica estar al servicio del estado mexicano. En esta fotografía, el PRI tiene nombre y apellido: Javier Duarte, este güey que mira con los ojos desorbitados, sacado de sí mismo, rabioso y también, por una extraña razón, cómico, “cagado”, diríamos nosotros. “Ya viste al pinche gordo de Duarte, la pinche cara de loco que le sacaron al cabrón”, habrá dicho la gente entre risas. Tanto cuidado en ocultar la verdad con fotografías, pagando para que le fotoshopeen la papada, los movimientos ilícitos y la mirada, para que al final llegue un pendejito treintañero y le saque esa imagen en la portada de una revista.
Tal como si fueran cuerpos de subversivos que hay que reprimir, ese mismo día las revistas fueron “levantadas”, “secuestradas”, “desaparecidas”. Sin embargo, ya era tarde: el mensaje había sido enviado.
!Rubén, no!
Recuerdo un cuento del venezolano Luis Britto García titulado “Rubén”. El cuento está narrado a partir de imperativos: “Traga Rubén no brinques Rubén sóplate Rubén no te orines en la cama Rubén no toques Rubén no llores Rubén estate quieto Rubén no saltes en la cama Rubén”. Después, la voz mandona y preocupona, tal vez de su madre, comienza a pedirle otras cosas a este Rubén, ahora ya adulto:
Rubén no manifiestes, no cantes el Belachao Rubén, Rubén no protestes profesores, no dejes que te metan en la lista negra Rubén, Rubén quita esos afiches del cheguevara, no digas yankis go home Rubén, Rubén no repartas hojitas, no pintes los muros Rubén, no siembres la zozobra en las instituciones Rubén
Todo aquel que haya intentado hacer periodismo de pie y desde abajo en México ha sido advertido de esta misma forma del peligro que le depara. Al Rubén de a de veras también se lo dijeron: Rubén no tomes fotos No vayas en la madrugada a reportear la represión a los estudiantes No enfoques tanto la cámara No le tomes fotos a Duarte No denuncies Rubén. Pero siempre hizo lo contrario. En Xalapa documentó la represión de lxs profes de la CNTE, las agresiones a estudiantes de la universidad, la corrupción del estado. Cuando asesinaron a su compañera de trabajo, la periodista Regina Martínez, quien investigaba la relación entre el estado y el narco, no dudó en alzar la voz en defensa de su gremio. Supo la importancia de su oficio.
Comenzaron a amenazarlo, a decirle “Bájale de huevos cabrón o te va a pasar lo mismo que a Regina”. Rubén, no tomes fotos, le dijeron. Pero él sólo hacía click.
Con la conciencia de ser perseguido
Las primeras noticias que nos llegaron fueron confusas. Habían asesinado a Rubén Espinosa, a Nadia Vera (militante veracruzana) y a otras tres mujeres que en ese momento aún no se sabía bien a bien quiénes eran. En la colonia Narvarte. En la Ciudad de México. A veinte minutos de mi casa. Pensé en los cinco cuerpos ahí bien cerquita de mí. Y sentí miedo. A Rubén lo vinieron siguiendo desde Veracruz. Venía huyendo por las constantes amenazas del gobierno de Duarte, venía con la consciencia de ser perseguido. Se vino para el D.F. porque dentro de todo el cementerio que es México, ahí medio se podía vivir, sobrevivir. Pero hasta acá vinieron a matarlo. A Nadia también se la tenían cantada. En 2012 había formado parte del movimiento #YoSoy132, un movimiento en contra de la imposición presidencial de Enrique Peña Nieto. Desde esa época le dijeron que le bajara y hay videos de ella denunciando los hostigamientos y responsabilizando a Duarte de cualquier cosa que pudiera pasarle. Pero igual la mataron.
Los mataron a veinte minutos de aquí, decía desde mi departamento, a una cuadra de metro Balderas. Lo primero que sentí fue el peso del silencio. Luego, el peso de la verdad al desnudo: que si te quieren matar te van a matar, no importa dónde estés ni a dónde te vayas, puedes morir en cualquier colonia clasemediera en plena Ciudad de México, a la luz del sol de la una de la tarde, mientras la gente almuerza en las fonditas de al lado.
Pensé en el mensaje que nos estaban mandando a toda de mi generación.
En México reina la impunidad
Al llegar a la manifestación en repudio del multihomicidio busqué de inmediato los rostros conocidos de mis amigos. Recuerdo que nos abrazamos, con un abrazo lleno de dolor y de miedo, de la conciencia de que pudimos ser nosotros. Había conocido a la mayoría en el #YoSoy132.
Al terminar la manifestación decidimos ir a tomar una cerveza y por primera vez experimentamos lo que nos habían advertido los norteños, los veracruzanos, los guerrerenses, los oaxaqueños, desde hacía mucho tiempo: el sentimiento de persecución. ¿Y si alguien nos venía siguiendo desde la manifestación? Igual fuimos. Sólo tomamos una cerveza, queríamos tener bien agudos los sentidos al volver a nuestras casas. Nos tomamos en serio por primera vez el monitorearnos: avisarnos que llegamos con bien o reportar si vimos algo extraño en el camino. Al llegar a mi casa puse el seguro a la puerta y casi sentí que era inútil. Me metí a bañar y dejé la puerta del baño abierta, para poder escuchar bien si había algún ruido extraño. Pensé las veces que había hecho reuniones en mi casa y me pregunté si mi casa estaría fichada. Me fui a acostar con una sensación terrible de angustia. Dejé los tenis y los lentes preparados para una rápida huida y me dormí.
No pasó nada. Los días siguientes tampoco pasó nada. Pero sí creo que ese día fue un quiebre: nos cayó el veinte de que íbamos a tener que vivir con ese sentimiento de persecución constante, casi sicótico. En su libro Narcoperiodismo, Javier Valdez hace una serie de entrevistas a periodistas que por lo regular le piden mantener el anonimato, para no correr peligro. Me llamó la atención que justamente una de sus primeras preguntas fuera: ¿Con frecuencia sientes que te siguen? La periodista le contesta que sí. Javier seguramente también lo sentía y lo preguntó para sentirse acompañado en esa angustia.
Saberse perseguidos “pero aún así hacerlo, salir al terror y a la cerveza bajo el gruñido del sol, a tomar la foto incómoda y avanzar con la denuncia, a aferrarse de un pellejo de esperanza para crear un poco de conciencia, una arena de sensibilidad, en los ojos y en el alma”, dice Javier Valdez.
Javier Valdez, corresponsal del periódico La Jornada y fundador del diario Río Doce fue el sexto periodista asesinado en el año 2017 el 15 de mayo pasado. Mientras en la mayoría de los estados se impone un periodismo del silencio, del hacer como que no pasa nada, del abandonar la cámara fotográfica y la palabra, Javier siempre tecleó la palabra “denuncia” en su computadora. Recogió los testimonios de la gente que vive en medio de las balas, en medio del narco y del gobierno. Nos contó las historias de esos niños que sueñan con disparar una 9mm y conducir esas camionetas grandes e imponentes que usan los narcos; las historias de las mujeres que se quedaron sin sus hijas e hijos; las historias de otros periodistas que fueron asesinados por ejercer su oficio, como él. “A Miroslava la mataron por lengua larga. Que nos maten a todos, si esa es la condena de muerte por reportear este infierno. No al silencio.”, había tuiteado Javier desde su cuenta cuando el asesinato de la periodista Miroslava Breach, en marzo de este mismo año.
Miroslava, como Javier, investigaba no sólo los crímenes y movimientos de los carteles de droga, de los narcotraficantes, sino también los lazos que mantienen con el Estado mexicano. Y esto es fundamental, porque como dijo el mismo Javier “no sólo los narcos desaparecen y matan a los fotógrafos, los redactores, los periodistas. También hacen su tarea de exterminio los políticos, la policía, la delincuencia organizada coludida con agentes, ministerios públicos, funcionarios de gobierno y militares”. Por eso es necesario seguir diciendo que “Fue el Estado”, más cuando éste trata de lavarse las manos adjudicándole todos los muertos al narco. La “guerra contra el narcotráfico” es un disfraz de la represión, de la guerra que hace el gobierno en contra todos los mexicanos y mexicanas.
No puedo imaginarme qué pasaría si en medio de esa guerra no existiera gente como Rubén, como Mirolsava, como Javier, qué sería de nuestro país sin quienes agarran la cámara y la pluma con fuerza y se entregan a romper el cerco a toda costa, con la consciencia de que ganar el campo de la información es ganar la mitad de la batalla.
No al silencio
Pero, ¿qué hacer en medio de esa soledad, en medio de esa impunidad en la que parece que no se puede hacer nada? Me pregunto desde mi habitación en Balvanera, a miles y miles de kilómetros de mi país.
Son ya nueve los periodistas asesinados en México en lo que va del 2017. Del año 2000 hacia acá suman más de 100, cifras que se recrudecen en los últimos años, posicionando a México como el país más peligroso para ejercer el periodismo después de Siria y Afganistán.
¿Cómo acompañar a la distancia? Mientras me lo pregunto, curioseo un poco y voy mirando algunas fotografías.
Pienso en cómo la solidaridad internacional ha servido para poder denunciar las opresiones y represiones en otras regiones que también sentimos como propias. Pienso, por ejemplo, en la importancia que tuvo en la época de la dictadura militar argentina la denuncia realizada en otros países, el apoyo, las voces cruzando kilómetros.
En medio de la crisis humanitaria que vive México, el apoyo del pueblo argentino, de los pueblos de otras regiones de nuestra América y el mundo, es de vital importancia.