Por Lucas Peralta. Poema perteneciente al inédito libro Escombros, enviado especialmente por su autor para Marcha.
A Francisco Madariaga
Cúspide a tiento y tajo, o como el obrero que cruje en la cuantía del suplicio. Así va la poesía amontonada de tanta humanidad. En la andadura del todo labor quedan las páginas del silabario a cuestas, el silencio indómito de la desmadre y el cerrado nudo
rajado de la hechura.
Una mano en la tierra, como estuche en demasía, obra en palabras hacinadas de imposibilidad. Pacto o pieza repartida, labor que allana las luces de diecisiete
convergentes marjales en el paraíso de la barriada. Rusticidad bella, manera de esquina grabado en el vértice del hambre.
Un año más de contar el desaire en el tupido lomo macizo a cuestas, en la aradura tosca de un año más transeúnte a caña. Canto chueco de los cazadores, laúd para estos heridos, palabras para estos hombres.
Modo y hallazgo para escudarse, materia verbal de la tierra. Integración vocálica del mundo como repertorio léxico, como funcionamiento considerado a texto y razón de ser.
Interrupción a lonja y mostrador, o como cuando, elípticamente, te arrancas de un tirón el inventario de todo aquello posible en el lenguaje. Así va la palabra por medio del barullo en desnivel. El pelaje del modelo y el pellejo de sus materiales señalan modos que realizan el patrón sintáctico de palabrota raída, la dificultad como caracterización del poema, y el rumor al ras por el camposanto de los hombres del hambre.