Por Marcelo Righetti
Con la abstención del PSOE, finalmente Rajoy mantuvo la presidencia. Sin embargo, queda latente la crisis existencial del bipartidismo. Un pantallazo sobre el panorama político que se abre en España.
Finalmente, la etapa de crisis del sistema político español abierta hace casi un año con las elecciones generales del 20 de diciembre, que generó la situación de bloqueo que impedía la formación de gobierno, terminó siendo resuelta en los términos que los representantes de los poderes fácticos habían planteado apenas se conocieron los resultados electorales en la previa de la navidad de 2015: el PSOE se abstuvo y facilitó así un gobierno del Partido Popular (PP), que mantiene en la presidencia del país a Mariano Rajoy.
En enero de 2016, cuando se comenzaban a realizar las negociaciones para intentar conformar gobierno, el expresidente Felipe González -referencia ineludible dentro del PSOE y la figura más importante de la política española desde la muerte de Franco junto al otrora rey Juan Carlos de Borbón-, señalo sin tapujos que el PSOE no debía impedir que el PP se mantuviera en la presidencia. Las editoriales del diario El País recorrían continuamente el mismo camino.
Así como en Alemania, donde la Democracia Cristiana (CDU) de Angela Merkel gobierna en acuerdo con el histórico Partido Social Demócrata (SPD), la “derecha” debía acordar con la “izquierda” para resolver la crisis del sistema bipartidista. Los estrechos lazos entre el SPD y Felipe González son bien conocidos. El férreo control alemán sobre la periferia europea también. Que la situación se resolviera así era bastante esperable. Sin embargo, han tenido que sufrir un año de crisis y los costos han sido notorios. Sin dudas, la realidad política española se modificó de manera sustancial.
Se impuso la restauración, pero ¿es una victoria definitiva?
Finalmente, casi sin hacer nada, sólo manteniéndose firme en su lugar, esperando que los grupos de poder fácticos hicieran lo suyo y apelando a una fuerte tradición conservadora todavía reinante en España, Mariano Rajoy logró nuevamente ser investido como presidente. Los enormes escándalos de corrupción que involucran a todos los altos dirigentes del PP, incluido el mismo; la impopular gestión neoliberal de la crisis económica que recorta sin piedad y entrega soberanía frente a la Unión Europea de Merkel y los poderes financieros; y el inmovilismo absoluto de su españolismo rancio y franquista que niega la condición de naciones a Euskadi, Catalunya, etc., no han podido con Rajoy. “Resistir es triunfar” pareció ser su lema.
Los desafíos que se le avecinan le exigirán tomar decisiones que, si pretende tener un éxito duradero, le implicarán dejar el quietismo, aunque esto no signifique cambiar demasiado. Uno de los primeros dilemas a los que se enfrenta será intentar reflotar el bipartidismo o polarizar con Unidos Podemos. Algunos analistas plantean que la apuesta de las elites dominantes es reconstruir el sistema de partidos del “turnismo” entre el PP y el PSOE, buscando aplastar cualquier alternativa discordante con las lógicas y dinámicas políticas que se impusieron desde la Transición.
Hasta ahora, el PP no se preocupó demasiado por el descalabro del PSOE como para pensar que ahora dedicará esfuerzos en su reconstrucción. Sin embargo, los poderes que definen pero nadie elige pueden condicionar a que Rajoy cambie de parecer.
La polarización con Unidos Podemos, en un esquema de “gobierno responsable” vs “populismo”, sin duda, sirve mejor a los intereses de la fuerza que lidera Pablo Iglesias, al colocarla como la única expresión de oposición a un gobierno que, a pesar haberse impuesto nuevamente, cosecha muchos descontentos. En los hechos, esta definición implicaría la aceptación del fin del bipartidismo que tanto declama la formación morada.
A dos desafíos más tendrá que hacer frente Rajoy. Por un lado, la situación catalana que amenaza con agravarse, ante la cual no parece que vaya a modificar demasiado su posición de no hacer nada más que apelar a que el tiempo le dé la razón. Por el otro, el enorme descrédito y descontento que manifiesta gran parte de la población española contra su persona, su partido y sus políticas. No hay que olvidar de que es un gobierno que cuenta con el apoyo de los sectores dominantes pero que aun siendo quien más votos obtuvo es un gobierno de minoría en términos de apoyos sociales en el conjunto de la población. Su desafío será entonces volver a construir legitimidad social.
¿La “pasokización” del PSOE?
La restauración se erigió victoriosa, pero al costo de hacer estallar al partido ordenador del sistema político español nacido de la Transición, el que más tiempo gobernó desde la muerte de Franco, el que fue capaz de contener y canalizar las demandas sociales en términos de justicia social, Estado de Bienestar, progreso y modernización y el que tuvo la capacidad de articular territorialmente las distintas nacionalidades que conviven en España.
No es la primera vez que la UE busca resolver crisis de este tipo en países del sur europeo con la fórmula de la “Gran Coalición” entre las fuerzas conservadoras-liberales y los partidos socialdemócratas (quizás más justo sería llamarlos social liberales). En Grecia lo hicieron y parecieron no escarmentar, aunque el pueblo griego finalmente sí. Se impuso un acuerdo entre el socialdemócrata PASOK y el derechista Nueva Democracia, lo que llevó al descalabro total del PASOK hasta llegar a la intrascendencia política y a la emergencia de Syriza ocupando el lugar que anteriormente ocupaba simbólicamente la socialdemocracia. Vista esta experiencia, no resulta descabellado entonces que el PSOE pueda sufrir un proceso de “pasokización”.
El golpe de Estado que sufrió Pedro Sánchez, a manos de los representantes de las clases dominantes en su partido (Felipe González, José Luis Cebrián y su diario El País, Susana Díaz, etc.) cuando se negó a que el bloque socialista se abstuviera y facilitara el gobierno al PP, hizo evidente la terrible crisis que desgarra al PSOE.
Pedro Sánchez se resiste y planea dar batalla en el próximo Congreso partidario, buscando apoyarse en las bases que rechazan entregarle el gobierno a Rajoy. Decidió renunciar como diputado para no tener que abstenerse y romper la disciplina del voto que impusieron los órganos directivos que lo obligaron a renunciar como secretario general. Se muestra contrario a quienes hoy por hoy dirigen el PSOE, pero no se plantea la posibilidad de romper la orgánica. La crisis se mantiene, pero la posibilidad de ruptura todavía no está madura ni en perspectiva.
UNIDOS PODEMOS ante la nueva etapa política
El balance que debe hacer la fuerza política que lidera Pablo Iglesias desde su nacimiento en enero de 2014 hasta este nuevo gobierno de Rajoy, es positivo. Si bien su discurso altisonante de buscar “tomar el cielo por asalto” queriendo ser primera fuerza y armar gobierno, quedó por debajo de las expectativas, en poco más de dos años y medio, han constituido la mayor bancada de diputados por fuera del PP y el PSOE en la historia de la España democrática, han obtenido representación en todas los parlamentos autonómicos, convirtiéndose en primera fuerza electoral en Catalunya y Euskadi en las últimas elecciones generales y gobiernan, en el marco de plataformas ciudadanas, en las principales ciudades (Madrid y Barcelona).
El objetivo estratégico no se alcanzó, pero se mostró a la altura de las batallas electorales que tuvo que enfrentar y al continuo juego de presiones y contradicciones que impone la dinámica de disputa de las instituciones. Ahora le toca asumir una nueva etapa política y se han hecho visibles las tensiones sobre la definición que deberá asumir en el futuro.
El eje central del debate que atraviesa a Podemos y a Unidos Podemos es la dialéctica instituciones/movimientos sociales. Por un lado, quienes pretende apoyarse más en la pata institucional. Por el otro, quienes apuestan a regenerar y reforzar los movimientos sociales poniendo su lugar en las instituciones para alcanzar este fin. Por un lado, quienes buscan ampliar la base social apelando a los socialistas descontentos. Por otro, quienes pretenden continuar con la hipótesis populista y buscar el crecimiento con los sectores que no se sienten representados por las opciones políticas existentes. Por un lado, quienes buscan articular un partido en donde los que tienen cargos institucionales ejerzan la dirección. Por otro, quienes pretenden que Unidos Podemos se constituya como un instrumento de los movimientos sociales.
La síntesis que se construya de esta contradicción determinará el rol de oposición que asuma Podemos y la capacidad de establecerse como alternativa de gobierno en una España que sufre una continua pérdida de soberanía popular, en donde la crisis de la socialdemocracia europea encuentra el capítulo más rutilante de este momento y donde las consecuencias de las políticas neoliberales empobrecen, expulsan y oprimen a grandes porciones de la población.