Por Gerardo Leclercq
Consumados dos de los tres debates presidenciales de los Estados Unidos, la carrera hacia la Casa Blanca parece estar más allanada para la candidata demócrata Hillary Clinton. Por su parte, el republicano Donald Trump, repudiado por sus misóginas declaraciones reveladas recientemente luego de conocerse un audio, parece encontrarse en el ocaso de su breve pero intensa carrera política.
En el primero de los tres encuentros previstos, el 26 de septiembre, el público presenció un fuerte intercambio de acusaciones cruzadas, dando la prensa y la opinión pública en general a Hillary como la ganadora de la noche. En ese momento, la elección se encontraba virtualmente empatada, y el resultado que arrojó el primero de los encuentros fue una luz de ventaja a favor de la demócrata.
Este esperado “segundo round” se llevó a cabo el domingo pasado en la Universidad de Washington en el estado de Missouri. El encuentro estuvo marcado por el escándalo generado a raíz un audio de 2005 que dio a conocer el periódico “The Washington Post”, en el cual se escucha al multimillonario Trump jactarse de su condición de “estrella o figura pública” para conseguir lo que quiere de una mujer, incluso sin pedir permiso.
La estrategia que mantuvo Trump fue mucho más agresiva respecto del primer encuentro. Horas antes del debate se presentó en distintos medios junto a un grupo de mujeres que decían haber sido acosadas sexualmente por el ex presidente Bill Clinton y amedrentadas psicológicamente por su esposa Hillary, en un claro intento de desviar la atención del bochornoso audio conocido días atrás. En este segundo debate, el gran perdedor fue el Partido Republicano.
Desde el comienzo de su carrera hacia la Casa Blanca, Trump sacudió las bases de la política norteamericana y más puntualmente las del Partido Republicano, ya que es un multimillonario que ganó la escena política a base de su fortuna y su imagen como presentador de TV, no pertenece a la clase política y por lo tanto no responde a ninguna estructura o partido. Además es racista, xenófobo, machista y, lo que es más peligroso, totalmente ignorante y torpe sobre cuestiones políticas tanto las domesticas como las exteriores.
Que una de las máximas figuras del republicanismo, como Paul Ryan, haga explicito el retiro de su apoyo en las elecciones presidenciales al candidato de su espacio deja en claro que hay una gran fractura hacia dentro del partido. El temor de Ryan se basa en la posibilidad de perder el control del Parlamento que ostenta el republicanismo desde las elecciones del 2012.
El tercer y último debate se realizará el 19 de octubre en la Universidad de Nevada en Las Vegas, y seguramente terminará de definir una elección que hasta el momento parece encausarse hacia una victoria de Hillary.
¿Por qué son tan relevantes los debates en las elecciones Norteamericanas? Por un lado, el electorado está bien segmentado (afros, latinos, mujeres, etc), y los debates no son sólo un punto de encuentro entre los aspirantes a la presidencia, sino que estos los utilizan para hablarle específicamente a cada segmento de la población. Además, en este tipo de eventos el “ciudadano promedio” no partidario de uno u otro espacio, lo que se conoce como “indeciso”, puede conocer en profundidad las propuestas de ambos.
Otro aspecto importante es la masividad de este tipo de instancias. Son eventos masivos transmitidos por TV y radio y que cuentan con un enorme marketing. También hay que tener en cuenta que en los Estados Unidos el voto no es obligatorio; y desde 1845 los comicios se desarrollan el martes después del primer lunes del mes de noviembre. ¿Por qué? La respuesta la encontramos en la página web de la Comisión Federal Electoral y está íntimamente ligada con la historia de la sociedad estadounidense. La ocupación de la mayor parte de su población era agraria y noviembre era uno de los meses más “llevaderos” en cuanto a carga de trabajo. Pero… ¿por qué un martes? Los electores, asentados en zonas rurales, debían llevar a cabo largos viajes para poder votar por lo que en la mayoría de los casos se veían obligados a partir el día anterior. Según la Comisión, “el lunes no se consideraba razonable dado que muchas personas tendrían que iniciar su viaje el domingo” lo que “entraría en conflicto con los servicios de la Iglesia y el culto dominical”.
No son lo mismo, pero se parecen
Sabido es que en Estados Unidos el sistema bipartidista actúa como mera formalidad. El verdadero poder nunca se somete a elecciones y está más allá de la dicotomía demócratas–republicanos. El complejo militar industrial, el encargado de fabricar armas, es quien dictamina las líneas madres de la política interior y exterior de los Estados Unidos.
Ahora bien, planteado cuál es el verdadero poder en Norteamérica, ¿son lo mismo Clinton y Trump? ¿Da igual quién gane? La respuesta no resulta tan sencilla. Por un lado, tenemos a Trump y todo lo que representa su figura, además qué se puede decir de un candidato que sostiene que el calentamiento climático es un invento de los chinos.
Y por el otro tenemos a Hillary Clinton, quien junto al ex presidente Bill Clinton en la década de 1990 diseñó el Plan Colombia. En 2002, mientras ocupaba una banca como senadora, respaldó el fallido golpe contra Hugo Chávez en Venezuela y, en 2009, ya como Secretaria de Estado, apoyó el golpe de Estado que derrocó a Manuel Zelaya en Honduras, y que entre otras cuestiones es apoyada por todo el establishment norteamericano, desde Wall Street pasando por el complejo militar industrial y otros grupos de poder concentrados.
Su victoria en las elecciones le daría una “legitimidad ilimitada” por haber derrotado al “monstruoso Trump”, al tiempo que las derechas golpistas de Latinoamérica ganarían legitimidad o credibilidad democrática. El escenario no es para nada alentador: sólo resta esperar la recta final de la campaña.