Por Maro Skliar* / Collage: Nadia Sur
Desde las reivindicaciones justas hasta los reclamos de una burocracia sindical en abierta disputa con el oficialismo, la medida de fuerza de este miércoles cuenta con intereses en pugna. Mientras tanto, las y los laburantes reclaman por su trabajo digno en la forma de siempre: saliendo a la calle.
Estamos ante un paro de características similares al ocurrido el año pasado. Impulsado en principio por los gremios del transporte, luego se sumó la CGT de Hugo Moyano, la CGT de Luis Barrionuevo y la CTA de Pablo Micheli. Como principal reivindicación para el sector, figura la eliminación del impuesto a las ganancias que afecta significativamente el salario de más de un millón de trabajadores y trabajadoras en blanco. En segundo lugar (y en función del actor que enuncie las razones de la huelga) aparecen reclamos tan peligrosos como el de “más seguridad” o tremendamente justos como el 82 por ciento móvil para los jubilados o el fin de la precarización laboral.
No hay duda de que existen razones objetivas para hacer esta huelga y también para luchar: el 35 por ciento de los trabajadores y trabajadoras argentinos sufre la más extrema precariedad laboral (siendo los gobiernos de todos los signos políticos los que están dando el ejemplo de empleador precarizador a las patronales privadas), la enorme mayoría de la clase trabajadora no alcanza ni de cerca la canasta familiar que ronda hoy los 12.000 pesos, mientras que aquellos incluidos en convenios colectivos ven como cada año las paritarias se firman en baja con respecto a la inflación y casi todos los jubilados perciben miserables 3.882 pesos mensuales.
Podríamos enumerar más razones que son indiscutibles y que contrastan con la ganancia extraordinaria de los empresarios que la vienen levantando “en pala”, según una frase –muy significativa, por cierto– de la propia presidenta de la Nación, Cristina Fernández.
De igual manera, es innegable que los convocantes al paro no son justamente la solución a los dramas de los trabajadores, sino más bien parte del problema. El lugar de los grandes sindicatos en la conservación del status quo no requiere mayores explicaciones, pues sus direcciones coinciden con los representantes de la clase capitalista en la estrategia de la conciliación y el entendimiento entre clases sociales cuyos intereses son finalmente irreconciliables. El florecimiento desde los años noventa de un sindicalismo empresario, mercenario e incluso asesino cuando hizo falta (José Pedraza es su más pulido ejemplo, ex titular de la Unión Ferroviaria, hoy preso por ser el instigador del asesinato del militante social Mariano Ferreyra), y la subordinación de las organizaciones gremiales a la política partidaria de las distintas expresiones de la clase dominante explican por qué ninguna acción en manos de este sindicalismo puede ser verdaderamente transformadora en favor de nuestros legítimos intereses como laburantes. Estas direcciones sindicales están para otra cosa, lo sabemos.
Corriéndose a la izquierda, por favor
Quienes militamos y construimos en el campo sindical desde una perspectiva antiburocrática, participativa y de lucha, vemos con alegría que nuestros espacios hayan crecido en los últimos años. Pero sabemos que, aun tomando todas las corrientes, agrupaciones y fuerzas en su conjunto, somos un actor minoritario en el mapa sindical general, con mayor desarrollo en el sector público que en el sector privado e industrial. Pero también sabemos que somos una expresión que se viene instalando socialmente a través de conflictos gremiales que adquieren notoriedad pública, a partir de la recuperación de seccionales y de juntas internas en sindicatos dirigidos por diversas burocracias, y también –en forma complementaria– por las buenas performances electorales del Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT).
Es necesario pensar este paro (y hacerlo) desde el lugar de la construcción de poder popular cotidiano en los lugares de trabajo y desde la proyección de nuestras prácticas de base hacia la disputa para que las herramientas sindicales estén al servicio de los genuinos intereses de los y las trabajadoras. Vale aclarar que la disputa por otra forma de sindicalismo –necesariamente desde abajo– es todos los días, en cada rincón y momento de nuestro trabajo. En un paro de estas características, puede haber una oportunidad para sumar en el marco de una estrategia que trascienda el acontecimiento puntual. El debate de este paro y su complejidad, la justeza de los reclamos y su inconexión con quienes los promueven, el rol del gobierno y los empresarios, etc., son una posibilidad para ampliar el debate con nuestros compañeros y compañeras. Pero ese debate no es únicamente teórico, sino que nos incluye en tanto actores de la arena político-gremial.
Esta huelga es llamada desde la televisión y sin ningún ámbito democrático de decisión de sus supuestos protagonistas. La tremenda ajenidad y externalidad a la vida de los laburantes de estos dirigentes más televisivos que de carne y hueso abre a debatir, por ejemplo, el modelo sindical dominante y la necesidad de cambiarlo totalmente. Porque nosotros y nosotras sí organizamos asambleas y elegimos a nuestros delegados y delegadas, y allí hay uno de los tantos contrastes que hacen a la pelea de fondo.
En esa línea argumental, es correcto entonces hacer el esfuerzo de tratar de darle un carácter activo al paro. Las dirigencias burocráticas prefieren la pasividad y la quietud del simple quite de tareas, nosotros y nosotras –por el contrario– bregamos por la disputa en la calle, por el carácter público de las protestas. En la calle pelearon Carlos Fuentealba y Mariano Ferreyra, en la calle pelearon también Darío Santillán y Maximiliano Kosteki. Nuestro lugar de manifestación son las calles y los lugares de laburo, no los estudios de televisión.
Si cada día buscamos disputarles a los patrones y a las dirigencias burocráticas, el día del paro no tiene por qué ser la de excepción. Tratar de hacer visibles nuestras banderas y razones, estar movilizados con nuestros compañeros y compañeras diferenciándonos de las direcciones burocráticas, militar el protagonismo de las construcciones de base resulta el principal desafío.
Habrá que cuidarse de quedar encandilados por el paro, de no forzar análisis extemporáneos que, por el lado de su llamamiento oficial, lo hagan parecer un avance en la lucha de clases. El paro será o no un avance en función de la capacidad que tengamos desde abajo y a la izquierda para hacer del evento un mojón en la experiencia de la lucha de clases que nos tiene como protagonistas.
* Delegado general de ATE-Promoción Social en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.