Por Mariano Pacheco/ @Pachecoenmarcha
III: Un poco de aire ante tanto agobio
Publicada en 1980, en su primera novela (Respiración artificial) Ricardo Piglia trabaja de un modo magistral el vínculo literatura-historia-crítica-política.
La operación que realiza Piglia en este texto, leído a la distancia, resulta clara. O clara parece ser la posible lectura política que puede hacerse de ella. En su permanente digresión, en el cruce de cartas entre el siglo XIX y el XX, en las charlas donde se aborda la historia del país y la de otros sitios del mundo, donde política se cruza con literatura, allí, el autor logra plantear una serie de temáticas que nada parecen tener que ver con la realidad política de la Argentina de 1980, y sin embargo, hoy no pueden leerse sino como modos de sortear la censura, de aportar con la ficción una bocana de aire ante el agobio que produce el terrorismo de Estado. La “violencia oligárquica” es presentada aquí como “invariante” de la historia argentina.
“Los conozco bien, le dije, a éstos los conozco bien: vinieron para quedarse. No creas una palabra de lo que dicen. Son cínicos: mienten. Son hijos y nietos y bisnietos de asesinos. Están orgullosos de pertenecer a esa estirpe de criminales”.
En el libro, los paralelismos y los cruces que pueden realizarse con el Proceso de Reorganización Nacional, son numerosos. Sea en la relación siglo XIX-siglo XX argentinos, sea en relación Argentina-nazismo en Europa, sea en la relación política-literatura.
Veamos algunos ejemplos:
“Marcelo podrá adivinar, a pesar de los muertos que boyan en las aguas de la historia…”.
“… he tenido algunos contratiempos (linda palabra esa, tan metafórica). Me parece que otra vez voy a tener que moverme. La verdad, estaba tranquilo acá en Concordia, pueblo elegido (entre otras cosas) por su nombre tan pacífico. Estaba bien acá, asentado, como quien dice, pero ya sé que no soy un hombre que pueda vivir mucho tiempo en un sitio, la época por otro lado no nos ayuda a volvernos sedentarios…”
“Veo bien el trágico destino que nos espera, sobre todo a usted Juan Bautista, sobre todo a usted porque lo conozco bien y sé que jamás llegará a transigir. Es de la clase de hombres que no transigen y esa clase de hombre, en los tiempos que se avecinan, tendrán dos caminos: el exilio o la muerte”.
“¿Qué es el exilio sino una situación que nos obliga a sustituir con palabras escritas la relación entre amigos más queridos, que están lejos, ausentes, diseminados cada uno en lugares y ciudades distintas?”.
“Se extraña la tierra natal; las noticias que llegan son confusas y más bien sombrías…”.
“Los muertos y los amigos se me aparecen en los sueños. Así son las cosas en esta época: para encontrarse con la gente que uno quiere hay que dormir”.
Y, como para rematar, Piglia surfea sobre las responsabilidades civiles de lo que está pasando:
“En cuanto a Rudholf Von Maier ha sido, casi con seguridad, un nazi. Por supuesto, como todos los nazis, entró al partido obligado y no se debe olvidar además, según se dice, que todos los alemanes simpatizaban al principio con el Fuhrer… Sobre los campos de concentración, como todos los alemanes, nunca supo nada hasta el momento de los procesos de Nuremberg…”.
Eso sí: si en un primer momento la historia aparece como el lugar al cual acudir para conjurar las pesadillas presentes, luego, la historia misma se torna una pesadilla.
Dice el profesor Marcelo Maggi, en una carta dirigida a su sobrino Emilio Renzi:
“La historia es el único lugar donde consigo aliviarme de esta pesadilla de la que trato de despertar”.
Y más adelante, en el ya clásico diálogo que Renzi entabla con Tardewski durante toda la madrugada, mientras esperan la llegada del profesor Maggi, en una pieza de Concordia, sostiene Tardewski, refiriéndose a Kafka: “…sabía oír. Estaba atento al murmullo enfermizo de la historia”.
En esta discusión, podríamos decir, sobre lo racional o irracional de la historia, del nazismo como momento de esa historia y de los cruces con las filosofías racionalistas y las denominadas “irracionalistas”, el personaje de Piglia toma posición, polemizando con las líneas hegemónicas dentro del pensamiento de izquierda (las tesis de El asalto a la razón, de Geog Lukacs, por ejemplo, son mencionadas de manera directa, y puestas en cuestión).
Tardewski establece un vínculo íntimo entre El discurso del método, de René Descartes, y Mi lucha, de Adolf Hitler. “Los dos eran monólogos de un sujeto más o menos alucinado”, comienza diciendo, para correrse luego del lugar común de lo irracional del exterminio considerado como una flexión final en la evolución del subjetivismo racionalista inaugurado por Descartes. Tardewski remata: “Mi lucha es la razón burguesa llevada hasta su límite más extremo y coherente… la razón burguesa concluye de un modo triunfal en Mein Kampf. Ese libro es la realización de la filosofía burguesa”.
Líneas que pueden leerse en relación directa con los campos de concentración de la última dictadura argentina, y el exterminio de la guerrilla, la “armada” y la “fabril”, como la denominó en 1975 el radical Ricardo Balbín. También puede leerse del mismo modo el diálogo que sostienen ambos personajes en torno a la literatura y la figura de Franz Kafka, quien supuestamente se conoció con Hitler en un bar de Praga, en 1910.
“La utopía atroz de un mundo convertido en una inmensa colonia penitenciaria, de eso le habla Adolf, el desertor grotesco e insignificante… la máquina del mal que graba un mensaje en la carne de las víctimas… las palabras preparan el camino, son precursoras de los actos venideros, la chispa de los incendios futuros. ¿O no estaba sentado ya encima del barril de pólvora que convirtió en hecho su deseo?”. Como vemos, aparece una idea no representativa de la literatura; una idea más bien performativa.
Agrega Tardewski líneas más adelante:
“Kafka hace en su ficción, antes que Hitler, lo que Hitler le dijo que iba a hacer. Sus textos son la anticipación de lo que veía como posible en las palabras perversas de Adolph…”.
La relación entre los campos de exterminio alemanes, y los argentinos, entre el Estado terrorista nazi y el Estado terrorista de la Junta Militar puede pensarse de un modo directo, literatura kafkiana mediante.
Escribe Piglia:
“Kafka o el artista que hace equilibrio sobre el alambre de púas de los campos de concentración. Usted leyó El proceso, me dice Tardewski. Kafka supo ver hasta el detalle más preciso cómo se acumula el horror. Esa novela presenta de un modo alucinante el modelo clásico del Estado convertido en instrumento de terror. Describe la maquinaria anónima de un mundo donde todos pueden ser acusados y culpables, y la siniestra inseguridad que el totalitarismo insinúa en la vida de los hombres, el aburrimiento sin rostro de los asesinos, el sadismo furtivo. Desde que Kafka escribió ese libro el golpe nocturno ha llegado a innumerables puertas y el nombre de los que fueron arrastrados a morir como un perro, igual que Joseph K., es legión”.
Eso, Piglia, lo publica en la Argentina de 1980.