Por Laura Cabrera/ @LauCab
La mística de Carlos Solari volvió a Tandil, esta vez con un show emotivo, de poco pogo y muchos clásicos ricoteros. Algunas líneas sobre el día en que el Indio decidió hablar con su público sobre aquella “enfermedad malvada”.
Pasó mucho tiempo ya desde aquella nota radial en donde Carlos “el Indio” Solari relató sus “buenas y malas noticias”, la de la “enfermedad malvada” y la del “último show” que, aunque no confirmó cuándo sería, fue un golpe directo al corazón de sus seguidores. Ya con estos datos, la misa del 12 de marzo no podía ser una más: fue la misa de la incertidumbre, de la alegría con mezcla de tristeza, la de la previa entre charlas que no pasaban tanto por temas musicales o anécdotas sino por la enfermedad del ídolo y los puntos de vista acerca del gran tema de conversación, ¿sería esa la última noche?
Indio fiel
El show estaba programado para 21.30 pero algo inesperado sucedió a las 21.15. Las pantallas led mostraron imágenes del escenario. Allí se lo pudo ver: el Indio salió sin la clásica mística de cada show. Salió pidiendo silencio y anunciando que tenía algo importante que decirle a sus seguidores y seguidoras. “Anda circulando una versión de que estoy enfermo y es verdad, `Mr. Parkinson´ me está pisando los talones, pero acá estoy”, relató a su público que entre llanto y sorpresa lo escuchó atentamente y lo aplaudió, ya sabiendo por boca de Solari que al menos ese no sería el último show.
El gesto no fue menor. El ex Redonditos de Ricota guardó durante tanto tiempo la verdad sobre su enfermedad no para crear misterio y circo para algún medio sino para que su público sea el primero en saberlo. Y ahí estaba, demostrándole respeto y fidelidad a quienes esperaron todo el año para escucharlo en vivo, llevándole tranquilidad a quienes tiempo después calificó de “locos” por estar ahí siempre en todo eso que el propio músico asegura no saber “de qué carajo se trata”.
“Damas y caballeros…”
Pasadas las 21.30, la intro del show comenzó a sonar mientras las primeras banderas flameaban en el Hipódromo de Tandil, donde los 12 grados se sentían en los cuerpos que le hicieron frente a las casi dos horas de show. Los gritos de la gente, la emoción y los aplausos en medio de la oscuridad, generaron un ambiente de fiesta que estalló al sonar “Nuestro amo juega al esclavo”, que, lejos de pensar que fue un primer tema seleccionado por lo musical, bien podría decirse que fue acorde al contexto sociopolítico actual.
Le siguieron a este “Pedía temas en la radio”, “Porco Rex”, Tatuaje” y “Charro chino”, que formaron parte de una lista por lo menos llamativa, sin mucho lugar para el pogo desenfrenado (salvo en casos como “La parabellium del buen psicópata” casi a mitad de show) pero muy cargada de mística ricotera (13 de 28 temas fueron de Los Redondos), con cortes como “salando las heridas”, “Cruz diablo”, “Ella baila con todos”, “Gran Lady” y “Las increíbles andanzas del Capitán Buscapina en Cybersiberia”, entre otros. Musicalmente sonó muy bien, con un Indio afinado y formación con nuevos integrantes que innovaron en algunos temas. También vale destacar que el sistema de sonido estuvo acorde a las dimensiones del show, algo que se cuestionó en los últimos recitales en donde desde algunos ángulos la música se escuchaba mal.
Fue una noche sin nada para criticarle a la banda, a su cantante o a la organización. Lo que sí resultó criticable fue la actitud de algunos seguidores, los “pelotudos”, según el Indio. A medio show, el cantante ya había pedido al público que deje de arrojar zapatillas al escenario. El pedido no fue escuchado y así fue como los acordes de “Barbazul versus el amor letal” quedaron inconclusos, entre los silbidos de repudio del grueso del público al grupo reducido.
Había una vez un músico…
Todo llegó al fin. Después de un show digno de ser contado a futuras generaciones rockeras, los acordes de “Jijiji” sonaron en un ambiente en donde, como siempre, el público comenzó a abrirse, dejando el centro listo para el ritual. El pogo más grande del mundo, de las experiencias más lindas que se viven en la escena del rock nacional, estalló entre sonrisas y cantos eufóricos.
Pero nada termina allí, porque es allí donde todo comienza. Es “Jijiji” el punto de partida, porque quien va siempre, ya sabe que ese es el final del show y que este da lugar a nuevos recuerdos y quien va por primera vez, sale del pogo más grande del mundo sabiendo que va a volver.
El Indio dejó a sus seguidores y seguidoras la promesa de un nuevo show, pero sobre todo los (nos) dejó con el corazón latiendo muy fuerte y con lágrimas en los ojos. Nos dejó allí, en ese predio en donde los fuegos artificiales y los abrazos interminables entre amigos y amigas era un retrato que se repetía cada dos pasos.
Nadie sabe cuándo habrá próximo show o disco. Nadie sabe hasta cuándo va a durar tanta locura. Lo que sí se sabe desde aquel sábado 12 de marzo a las 21.15, es que sobre el escenario habló un músico fiel a su público, dispuesto a dar batalla y a garantizar (nos) alguna noche más de felicidad. Y él sabe que cuando el fuego crezca, ese mismo público, el de locos y locas, va a estar allí.