Fotos y texto por Marina Carniglia, Vivi Coman, Benoist Antoine Gelin, Marta Polo y Lucas Simonazzi
“La vieja perra que alimentó a sus crías,
hoy apenas se mueve,
se acomoda con dolor
en los huesos y en el alma, se acomoda
en la oscuridad,
en la pasividad del vacío,
en las ruinas de su siembra”
Ella está flaca, algo añeja y cansada. Ella es hermética. Ella es negociado. Es poder. Es conveniencia. Es convivencia. Es confianza. Es desconfianza. Es territorio. Es lucha. Es ocupa. Es crudeza. Es realidad. Es protección. Es hogar.
Ella es Selsa, una fábrica textil que conoció el auge y la debacle. La crisis habitacional la convirtió en refugio de más de cien familias y hoy se halla en el centro de una pelea inmobiliaria y ética. Su entrada por la calle Santa Cruz en pleno corazón de Parque Patricios recibe diariamente a los integrantes de más de cien familias oriundas de Chaco, Tucumán, Salta, Perú, Bolivia y Paraguay que han llegado a Buenos Aires en busca de una mejora en cuestiones laborales o sistemas de salud menos hostiles.
Ella es Selsa, su eco gruñe en sus grandes escaleras, allí donde los perros ladran más que sus propios amos. Aquí, la lucha ya no equivale a recuperar un puesto de trabajo sino que ha dado un paso atrás para poder avanzar nuevamente y hoy reclama por el derecho impostergable de la vivienda. Hace algunos años, aquí comenzó a retumbar un ladrido de reacción, ese que rompe con el desalojo que vulnera la dignidad y la recupera en la lucha y organización.
Ella es Selsa, posiblemente sea el símbolo de una Argentina que se zambulle en el agua y toca fondo, que a veces no sale a flote y otras emerge con dolor y un dilatado aullido.
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