Por Mariana Fernández Camacho*
El 9% del total de las y los estudiantes universitarios de la ciudad de Buenos Aires, y el 13,5% de la población de CABA y Gran Buenos Aires manifestaron haber sufrido algún tipo de abuso sexual antes de los 19 años, las mujeres dos veces más que los varones; el 70% de estos abusos provinieron de personas conocidas; y en el 78% de los casos las víctimas no contaron con ayuda. Los datos provienen de una investigación realizada en tres etapas por el Programa de Investigación en Infancia Maltratada de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, a cargo de María Inés Bringiotti, a quien entrevistamos.
Hablar de abuso sexual infantil: única manera de visibilizar una realidad dolorosa que padecen demasiados chicos y chicas. Sólo a modo de ejemplo, el informe Ocultos a plena luz, que publicó Unicef en el año 2014, plantea que 120 millones de niñas de todo el mundo —algo más de una de cada 10— han sido víctimas de relaciones sexuales forzadas y otras agresiones sexuales en algún momento de sus vidas.
En Argentina no existen estadísticas que releven la magnitud del abuso sexual en la infancia, pero sí se tiene registro de un aumento año a año en el número de casos que llegan a los servicios hospitalarios y a los juzgados. También se vienen detectando más casos de abuso entre pares, con victimarios pocos años mayores que las víctimas. “No hay coincidencia en el ámbito profesional sobre las causas de este incremento. Puede deberse a la eficacia en la detección y la responsabilidad social en el tema de la protección de los niños, o bien a un real aumento de casos producto de factores contextuales”, plantean a coro la Dra. María Inés Bringiotti -directora del Programa de Investigación en Infancia Maltratada de la Universidad de Buenos Aires (UBA)- y el abogado especialista en derecho de familia, Pablo Ernesto Raffo.
Para arrojar, entonces, algo de luz y dejar de ir a tientas surgió el proyecto de investigación sobre Prevalencia y Características del Abuso Sexual Infantil (ASI), en el marco del Programa de Investigación en Infancia Maltratada que funciona desde 1995 en la sede de la facultad de Filosofía y Letras. El estudio tuvo tres etapas: una primera muestra representativa de universidades públicas y privadas de Capital Federal, otra de la población en general, y un tercer paso cualitativo basado en entrevistas a 40 mujeres víctimas de alguna forma de ASI en su infancia/ adolescencia antes de la mayoría de edad.
Entre las universidades públicas fueron relevadas la UBA —en todas sus facultades—, el Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA) y la Universidad de la Policía. Dentro de las privadas, se seleccionaron las universidades de Palermo, Maimónides, El Salvador, Argentina de la Empresa y Ciencias Sociales y Empresariales. Se contabilizaron 2750 casos, entre los que surgieron 247 historias de abuso: desde manoseos hasta sexo oral y coito. Es decir, el 9% del total de la población universitaria de la ciudad de Buenos Aires relevada sufrió algún tipo de abuso sexual antes de los 19 años. La cantidad de mujeres que respondieron afirmativamente duplica al de varones.
El complejo panorama se completa con un dato todavía más preocupante: el 62% de las víctimas no pidió ayuda, y un 16% manifestó haberla solicitado pero no recibirla o ser inadecuada —muchas veces por ser culpabilizadas o por no creer que “fuese para tanto”—. Recapitulando: el 78% de las víctimas de algún tipo de abuso sexual antes de los 19 años no contó con ayuda.
La segunda etapa cuantitativa amplió la investigación a la población general de CABA y Gran Bs. As., y los números resultaron bastante similares: el ASI alcanzó al 13,5% del total entrevistado. Al igual que en la muestra entre estudiantes universitarios, las mujeres abusadas duplicaron a los varones y el porcentaje cometido por extraños fue del 30%; el otro 70% denunciado en las encuestas como abusadores circula entre las familias y los conocidos.
Finalmente, el estudio se completó con extensas entrevistas a 40 mujeres que sufrieron algún tipo de abuso sexual durante su infancia y/o adolescencia. “En el transcurso del trabajo de campo pudimos observar la necesidad de muchas de las personas encuestadas de hablar de lo ocurrido. Así se planteó la importancia de una tercera etapa de tipo cualitativa, para la cual se revisaron modelos de entrevistas aplicables a esta temática y se elaboró una guía de preguntas, con el propósito de orientar a la entrevistadora sobre los temas que debía indagar, respetando los tiempos de la entrevistada, dejando fluir el diálogo y la manera de narración que se iba dando”, explica la Dra. Bringiotti.
De aquellas conversaciones surgieron diferentes ejes de análisis. Por ejemplo, se repitió la dificultad para entrevistar personas que padecieron abuso —esta situación se acentuó en casos de abuso intrafamiliar—, y cómo estos episodios en la infancia no son mencionados en muchos tratamientos psicológicos, incluso de duración prolongada. También quedaron de manifiesto los efectos a corto, mediano y largo plazo.
-¿Por qué investigar específicamente la prevalencia y características del abuso en estudiantes universitarios de la ciudad de Buenos Aires?
MARÍA INÉS BRINGIOTTI (MIB): El estudio tuvo tres etapas. La primera en una muestra representativa de estudiantes de universidades públicas y privadas, y se realizó con el fin de comparar las tasas con estudios similares realizados en otros países que también entrevistaban a estudiantes. Los datos obtenidos muestran similitud con los estudios mencionados, un poco menor en nuestro país pero acá se trata de un tema del que aún cuesta hablar. Esto lo confirmamos con lo expresado por los entrevistados, que no tenían problema de hablar de malos tratos, abandonos, desapariciones, Malvinas, enfermedades, fallecimientos en la familia, pero no del abuso sufrido.
– Surge de las investigaciones que entre el 60% y el 65% de las personas que sufrieron ASI en su infancia/adolescencia no pidieron ayuda ni hablaron del tema. ¿Hubo posibilidad de que explicaran por qué?
MIB: Sí, la mayoría dio sus motivos: “No me iban a creer; me iban a culpar a mí; porque era muy conocido; me amenazó; no me di cuenta bien porque era muy chica; de eso no se hablaba en casa; me paralicé; lo bloqueé y lo recordé años más tarde”, entre otros.
– A diferencia de las mujeres que dieron su testimonio, los varones que habían sufrido abuso no dejaron ningún dato de contacto que permitiera ubicarlos para la entrevista cualitativa. ¿Con qué cree que tiene que ver esta situación?
MIB: Algunos varones dejaron datos en la primera y segunda etapa y tuvimos conversaciones con ellos, pero no estaban predispuestos a una serie de entrevistas como requería la etapa cualitativa. De todas formas, pocas de las mujeres entrevistadas eran las que respondieron la encuesta de las primeras dos etapas. La mayoría de las 40 entrevistadas fueron derivadas por colegas terapeutas que las estaban atendiendo o las habían atendido. Lo que muestra que no es fácil hablar del tema y hay que estar preparado, por eso no insistimos.
– ¿Encuentran relación entre la violencia de género y el abuso sexual infantil?
MIB: Todas las formas de violencia en la familia están conectadas —estamos hablando del abuso intrafamiliar—. La mujer como objeto se da en todos los sectores y edades. Hay casos de violencia hacia las mujeres y, en menor medida, de mujeres a hombres —más verbal y psicológica que física—, y casos de abusos a niñas y niños —mayormente hacia las niñas—. Sin embargo, hay que tener en cuenta que así como sabemos de la violencia hacia los hombres, también existe el abuso hacia los varones en la mayoría de los casos por parte de otros varones y minoritariamente de mujeres hacia varones menores. Nos cuesta pensarlo, pero conductas consideradas de cuidado maternal pueden tener un componente abusivo. El tema de género en el abuso está presente ya que los varones no suelen hablar y sus familias lo tapan mucho más que si hubiese sido abusada una hija mujer. Ser varón a la víctima le juega en contra. Pero los casos que llegan, con los años se visibilizan más, se animan a decirlo.
– Uno de los ítems de la investigación es el papel de la madre. ¿Qué diferentes efectos tienen las distintas reacciones de una mamá ante la revelación del abuso sexual de su hijo o hija?
MIB: La pregunta ya implica que la madre no es la abusiva. El papel de la madre es muy importante incluso antes del abuso, ya que el vínculo previo puede prevenir el abuso o tener una relación que permita que el hijo o la hija lo cuente. Muchas veces la madre no ve porque no puede ver, por sus propias experiencias de vida familiares o porque le cuesta pensar que algo tan terrible le haya pasado a su hija/o. Si la madre puede dar lugar a que sea contado, cree en la palabra del que lo cuenta, pide ayuda y acompaña, el impacto del ASI podrá manejarse más adecuadamente. La famosas “madres cómplices” no son tantas, ni es tan habitual. Las hay y en esos casos la desprotección deja más vulnerables a las víctimas.
– ¿Se sorprendieron ante alguno/s de los resultados que surgieron de las investigaciones?
MIB: En realidad no, esperábamos esas tasas de prevalencia y quizás un poco más. No hubo sorpresas, en tanto coinciden con los estudios llevados a cabo en otros países. Falta mucho por hacer aún: visibilización con propuestas —dónde ir, cómo hacer, mi derecho es defenderme—, mayor involucramiento de la escuela y de los profesionales que erróneamente se amparan en el secreto, y de la justicia para intervenir antes y sancionar a los abusadores con mayor firmeza teniendo en cuenta la baja probabilidad de recuperación que tienen.
*Periodista. Redactora de la agencia de noticias Comunicar Igualdad
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