Por Mariano Negro y Pablo D. Castro. Nominada a los premios Oscar como mejor película, Whiplash es el film independiente que sorprende a Hollywood por su intensidad y frescura. La historia narra la conflictiva relación entre un director de orquesta y su estudiante, envuelta en la mejor música de jazz.
“No hay dos palabras más dañinas en el idioma inglés que ‘good job’”, le dice Terace Fletcher (J.K. Simmons), director de la orquesta de la más importante escuela de música de los Estados Unidos, a su nuevo estudiante y baterista Andrew Neiman (Miles Teller). Esas dos palabras se referirían a realizar lo justo y necesario en una tarea, sin búsqueda de superarse. Para el profesor Fletcher la única forma de lograr que un estudiante rinda al máximo y alcance la perfección es llevándolo al límite, hacer que se quiebre para que resurja de sus cenizas con mayor fuerza e inspiración. Educar mediante el temor y la sanción parece ser la fórmula elegida para que un músico se transforme en el mejor: “presiono a la gente más allá de lo que se espera de ella”, dice en otra escena de la película. Por supuesto que no se refiere a “cualquier” músico, sino a aquél con el carácter necesario para lograrlo, aquel que tiene “pasta” para serlo. Sin embargo, como bien es sabido, toda acción violenta tarde o temprano termina generando una resistencia opuesta y del mismo calibre.
Whiplash -latigazo-, la segunda película del joven director Damien Chazelle, relata la sofocante relación entre un profesor autoritario y un estudiante obsesionado con quedar en los libros de Historia del Jazz. Una relación que oscila entre el amor y el odio y que saca de ambas interpretaciones lo mejor y lo peor de cada uno de los personajes, logrando complejizar un vínculo de lo más enfermizo.
La forma de enseñanza autoritaria que lleva a la práctica, y que reivindica como método para lograr que sus músicos alcancen la excelencia, emparenta a T. Fletcher más con el Sargento mayor Hartman de “Full Metal Jacket” que con John Keating de “Dead Poet Society”. ¿Debería ello sorprendernos dado que la escuela de música se inserta en una sociedad militarizada como la norteamericana? Antes de adelantar una respuesta, también tenemos que recordar a Dewey Finn en “School of Rock”, quien utiliza a los estudiantes de su clase poder tocar entrar en un concierto de rock. De todas maneras, los métodos estrictos que emplea parecen no haber tenido mucho éxito a lo largo de su carrera como profesor: Fletcher reconoce que nunca tuvo un alumno como Charlie Parker, y agregamos, un alumno que él pudiera convertir en Bird –tal el apodo del músico ya consagrado. ¿La historia reivindica o da por tierra con el autoritarismo? Querido lector, tendrá que esperar al último compás de la película para averiguarlo.
También el film presenta el orgullo de Fletcher de dirigir a los mejores músicos de jazz de Nueva York, lo que a su entender equivale a ser los mejores músicos de jazz del mundo. Quienes somos legos en la materia no contamos con elementos para negar tal afirmación, aquella que asegura que el lugar de creación de un arte otorga per se la máxima calidad. Sí podemos decir que no nos extraña oír en una película norteamericana la exaltación de su nacionalismo y de las cualidades (y potencialidades) individuales más que asociativas. Sin embargo, en los tiempos en donde el norteamericano más conocido es un dibujo animado, cabría preguntarse por el tipo ideal de cualidad estadounidense: ¿la mediocridad de Homero Simpson o la búsqueda de la excelencia de Andrew Neiman?
Quizás la respuesta sea algo compleja y no guste a quienes ven en Estados Unidos tan solo una sociedad de consumidores de comida chatarra, cerveza aguada, y fútbol jugado con la mano.
Por otro lado, el film logra sincronizar una excelente fotografía con los sonidos de ambiente y la banda sonora de una manera impecable. Sutiles pinceladas musicales, como si se tratara de un cuadro impresionista, adornan la historia a lo largo de todo el film. Los ruidos más recurrentes de un andar cotidiano están ubicados en la película con una sonoridad y armonía que escapan a cualquier improvisación, sumada a la perfecta elección de los temas de jazz que conforman la banda musical.
Fletcher le recomienda, o mejor dicho, le ordena a Andrew, escuchar a los mejores, entre ellos a Jo Jones. Si vemos a éste último en algún video tocando el solo de Caravan, no solo oímos una excelente interpretación, sino también una sonrisa plena y un disfrute similar. Algo bastante alejado del sudor y sangre que emanan de Andrew. Porque, contrariamente a lo que decía Sarmiento, la letra con sangre no siempre entra.
Ficha
Título: Whiplahsh
Director y guión: Damien Chazelle
Música: Justin Hurwitz
Fotografía: Sharone Meir
Duración: 103 minutos
Género: Drama, música
Idioma: Inglés