Por Damián Lamanna Guiñazú. Filiación de Lucila Quieto se exhibe en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti hasta el 2 de junio con entrada libre y gratuita, ofreciendo una nueva mirada a los lazos familiares recortados por la última Dictadura.
Un poeta puede descubrir los hilos invisibles que unen los objetos más distantes del mundo. Con esa premisa, Vicente Huidobro privilegió la metáfora como vehículo necesario para crear un nuevo orden para la naturaleza. “La horitaña de la montezonte”, uno de los regalos que Altazor le dejó a la literatura latinoamericana, es aquel espacio donde los límites se diluyen y el lenguaje se expande como una crisis. La multiplicidad constituye cada uno de los rincones que pisamos, incluida la supervivencia de nuestras huellas. Hacia allí, la mirada.
Pero también existen otros hilos, visibles en formas de manchas o constelaciones (de lunares y heridas) sobre la piel; una cadena entre los cuerpos que al romperse deja los eslabones clavados en el suelo. En este cruce, en la unión y ruptura es posible pensar Filiación, la muestra de Lucila Quieto que se exhibe hasta el 2 de junio en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti (ex ESMA).
Fusión de lenguajes para dimensionar un nuevo sentido, la muestra de Quieto –que contó con la curaduría de la fotógrafa Cristina Fraire- reúne, en primer lugar, una selección de Arqueología de la ausencia, obra que consiste en la superposición de imágenes de hijos de desaparecidos con fotos de sus padres en busca de la síntesis imposible (la imagen de una familia sobre la espalda desnuda); en segundo lugar, collages que juntan y reconstruyen como un grotesco los linajes truncos por la dictadura (especialmente pensados para este trabajo); en tercer lugar, fotos de centros clandestinos o lugares emblemáticos como el Río de la Plata: destino de muchos militantes víctimas de los vuelos de la muerte (del archivo personal y laboral de la autora); y, finalmente, una serie de videos documentales que abordan el proceso de recuperación de los restos de algunos detenidos-desaparecidos realizados por sus hijos: Leopoldo Tiseira, Juan Pablo Mantello, Mariana Corral y Eva, Sofía y Marina Arroyo. En este recorrido, la filiación se vuelve tan sanguínea (familiar) como experiencial-común.
A partir de estos cruces el arte se potencia como percepción, práctica y procedimiento. Permite, por un lado, crear un espacio-tiempo alternativo: una utopía/ucronía donde la violencia queda suspendida y las familias pueden unirse sobre el plano. Por otro, enuncia la pregunta sobre la correspondencia (y linaje) entre el presente y las disputas de los años 70´ que ha marcado gran parte de la agenda política del país en los últimos años: ¿hay continuidad entre padres e hijos, entre la coyuntura de aquel pasado´ y el presente y sus relatos? En este sentido, Quieto señala que “en cuanto a ideas, me parece que ésta es otra época. Que suceden otras historias y que venimos con el peso del genocidio y el neoliberalismo. Hoy vivimos en otro momento, con otras discusiones. Suceden un montón de cosas que son necesarias y por las cuales se luchó muchos años como los juicios a los genocidas. Hay muchos que fueron militantes en los 70 que hoy son parte del gobierno y, sin embargo, construyen ideas desde el hoy. No creo que sean las ideas que tenían en los 70: en esa época tenían ideas relativas a un montón de miles de personas que ya no están. Hoy es otro proyecto, otro momento. Estamos frente a la recomposición de historias y lazos sociales que se habían roto. Frente a discusiones que no se daban y la inclusión de un montón de sectores que estaban apartados y pisoteados.” La continuidad es el diálogo abierto, un círculo que todavía no se cierra.
Desde sus imágenes imposibles, Filiación se pregunta por la ausencia, expresada como marca que sobrevive en el cuerpo, ausencia que narra una historia común. Aunque ejercicio pleno sobre la subjetividad, el trabajo de Quieto también constituye una búsqueda colectiva del pasado. Imágenes de centros clandestinos (interiores y exteriores), el río como un cementerio, ventanas abiertas que podrían funcionar como autoreferencia del fotógrafo – aquel que abre resquicios para hallar lo imperceptible- o como señalamientos sobre la complicidad civil que elegía no ver durante la dictadura.
Los hijos indagan en un duelo pendiente: al final de la galería, en una sala pequeña con algunos bancos metálicos, una serie de videos en continuado materializan los fragmentos que faltan en la cadena. En el primero, reunidos alrededor de una camilla, Leopoldo Tiseira y su familia reconocen los restos de Francisco Tiseira para luego recorrer una ciudad inmutable –aún de espaldas dispuesta a invisibilizar sus historias de violencia- con la urna cerrada en brazos. En otro, se significa (y registra) el retorno de los restos de Juan Carlos Arroyo a Jujuy, su tierra de origen. Volver a casa también completa ciclos y el duelo se convierte en performance para la toma de conciencia. El recorrido continúa con la reivindicación de un linaje militante por parte de Juan Pablo Mantello y concluye con un ritual “psicomágico” en el cementerio de Flores, simulacro de velatorio donde Mariana Corral reconstruye, a través de cartas, historias y anécdotas, la historia de su padre.
Colores chillones y fotos recortados, el abrazo de una hija con sus padres que se besan con toda estética de los 70´, la sombra de Lucila Quieto escuchando las palabras de su madre. Un cuerpo también puede caber en una caja y la familia se reencuentra sobre las paredes de un ex centro clandestino. Filiación desafía la imposibilidad y mientras asume el deseo por una identidad vuelve la cámara fotográfica una aguja para unir los hilos que alguna vez fueran cortados. Se trata, en última instancia, de vivir el mundo con la fuerza de la imaginación. Huidobro diría, crear uno nuevo bajo las reglas de otra naturaleza poética.
Filiación – Lucila Quieto (Cristina Fraire, curadora)
Entrada libre y gratuita
Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti
Av. Del Libertador 8151 – ex ESMA