Por Martín Di Lisio.
“Alto Pogo editó Nadie extrañaba la luz, cuarto libro de cuentos de Sergio Gaiteri.”
Gaiteri tiene nuevo libro, y eso significa volver a su centro del universo. Es un viaje riesgoso, los barrios de Córdoba capital y poblados aledaños, el núcleo inamovible de sus relatos, se pueblan de personajes tan parecidos a nosotros que asustan. Se amalgaman con nuestra rutina doméstica, algo de todo eso puede pasarnos tarde o temprano: infidelidades, separaciones, tenencias compartidas, ex suegros, ex cuñados, ex esposas que aparecen y reaparecen en la trama.
En estos cuentos, la primera persona en un tono sosegado, sin estridencias, es un pequeño halo de luz que alumbra las tramas párrafo a párrafo y nos acerca a la intimidad de los personajes. Las páginas que dejamos atrás vuelven a la oscuridad, las certezas de recién ya no lo son tanto. Pienso en las secuencias nocturnas de Proyecto Blair Witch, esa mano temblorosa que sostiene una linterna, y busca alumbrar con desesperación la penumbra del bosque inabarcable lleno de peligros, reales y de los otros.
Le conté mi historia con Natalia un lunes a la mañana, a las siete y cuarto, la hora en que la dejo en el portón de entrada de su colegio. (Quince paladas de nieve)
La ilustración de tapa de Nadie extrañaba la luz, acertadísimo diseño de Mariana Uccello, es un resumen de los nueve cuentos: hendijas que solo dejan ver una parte de las imágenes, fragmentos que no alcanzan. Los personajes, aún cuando se confiesan, lo hacen a medias. Siempre ocultan algo, sus círculos íntimos desconocen ese pequeño horror cotidiano.
Yo me fui de casa a principios de marzo y cuando pasó lo que pasó estábamos en noviembre y la pileta seguía tal cual yo la había dejado:llena hasta el borde, claro que con el agua más oscura y, por lo que se olía desde la vereda cada vez que buscaba a Eric, cada día más podrida. (La pileta de lona)
Gaiteri nos pasea por Córdoba, se preocupa por la precisión de la geografía donde se mueven los hombres y mujeres de sus historias: Villa Allende, avenida Colón, barrio Müller, barrio Panamericano, Alta Córdoba, dique San Roque, Malagueño, La Calera, barrio Alberdi. Con el paso de los relatos, se vuelve nítido el mapa definitivo: dónde están los ricos, dónde están los pobres, dónde los comercios, las fábricas, los countries, las rutas y las autopistas.
Me impactó la historia de Juan Carlos, por supuesto, pero no para tanto, no para eliminar de mi vida el placer del humo saliendo de los labios entrecerrados, la sensación de tener algo caliente, vivo entre los dedos. (Tres etiquetas y media)
Nadie extrañaba la luz es una muralla compacta, sin cuentos ni párrafos de sobra. Cuando terminamos la lectura y cerramos el libro, debemos sobrellevar la parte que nos toca: soledad, pesimismo, y la pulsión de repasar aquello que nosotros ocultamos. ¿Qué nos queda por decir? ¿Qué nos oculta, qué secretos y miserias se guarda la persona que duerme al lado nuestro?
Esa pequeña euforia por el paisaje, para Renata, fue un hecho momentáneo, una rareza. El frío en pleno invierno, cierta soledad en las noches y los ochenta kilómetros que nos separaban de Córdoba forman parte del largo inventario de realidades a las cuales, según Renata, jamás me podría acostumbrar. (Marcianos)
Podemos dormir tranquilos con nuestros pequeños engaños: Gaiteri nos demuestra libro tras libro que no hay civilización ni familia posible sin secretos bien guardados.
Nadie extrañaba la luz,
Sergio Gaiteri,
(Alto Pogo, 2018)