Por Francisco J. Cantamutto / Foto por Julieta Lopresto
Primer balotaje de la historia argentina, y el resultado ya está definido. Por un margen reñido, ganó el candidato Mauricio Macri, de la alianza Cambiemos. La sorpresa es grande. Primera vez en la historia argentina que un candidato de centro-derecha es capaz de ganar en elecciones libres, primero también en ese sentido en poner fin al ciclo de gobiernos progresistas de la región.
La mayor parte del debate para explicar esta derrota popular se centra en la imagen de los contendientes o el diseño de campaña. Aunque sabemos que esos elementos tuvieron un rol, como ya hemos señalado, creemos que el proceso político que permitió que funcionase tiene raíces un poco menos coyunturales (propusimos esta posibilidad hace más de un año).
Tras el conflicto de 2008, el gobierno entendió que debía sustentar en políticas concretas su discurso de redistribución y defensa nacional. Tras perder en las elecciones legislativas, el período 2009-2011 sea posiblemente el más prolífico del kirchnerismo en materia de políticas progresistas: ante la amenaza conservadora, optó por “radicalizarse”, al menos, dentro de sus límites. No puede desestimarse este punto, porque ahí se aprobaron gran parte de las medidas que luego serán recuperadas en el decálogo del buen kirchnerista. Aunque sin dudas el fallecimiento de Néstor Kirchner fue un suceso que conmovió e impulsó a muchos a acercarse al gobierno, la victoria del contundente 54% de 2011, con más de 37 puntos de ventaja sobre su inmediato contendiente (Binner del FAP), no se explica sólo por empatía.
El kirchnerismo supo que necesitaba construir una fuerza propia, más firme que las alianzas coyunturales, pues el 2008 mostró que éstas tambaleaban en momentos clave (el voto de Cobos en el Senado como la expresión máxima de este límite). Llegó el tiempo de la afirmación propia, de construir la “mística”, conseguir la militancia propia, no prestada. Y sabiéndose mayoría, había un fuerte argumento para correr el riesgo de negociar menos. El gobierno, montado sobre la victoria, se negó a atender reclamos y demandas, que se fueron multiplicando, como ocurre en cualquier proceso de gobierno.
Las sucesivas protestas del 13 de septiembre y 8 de noviembre de 2012, la poco exitosa del 18 de abril de 2013, y la más multitudinaria del 18 de febrero de 2015, todas tenían algo en común: cansancio y ambigüedad. Contra la inflación, por las restricciones a la compra de dólares, contra inseguridad, la corrupción, el desempleo, por la manipulación de los datos del INDEC, los supuestos problemas de libertad de expresión, justicia, miedo, contra la reforma de la constitución, falta de respeto a las instituciones democráticas, las restricciones a las importaciones, la radicalización del relato y el tono de confrontación permanente del kirchnerismo. Una gran mezcolanza, donde no había nada que aglutinara, salvo el hastío con el gobierno. Frente a ellas, la respuesta fue el LTA, el “armen su propio partido y ganen elecciones”. Y como los propios memes macristas lo mostraron, escucharon el consejo. El gobierno bien podría haber atendido varias de estas demandas, pero eligió negarlas, y sembró su propio problema.
Cambiemos
Uno de los límites del campo en 2008 era que no podían superar sus estrechas demandas: bajar retenciones, bajar retenciones. Por eso el gobierno los pudo acusar de corporaciones sólo interesadas en sí mismas, poniéndose como defensor del pueblo, de la nación ante sus miembros díscolos. De nuevo: la oposición escuchó. No sin idas y vueltas, intentaron armar alguna coalición capaz de enfrentar exitosamente al gobierno: de Narváez como derecha revanchista en 2009, el FAP como socialdemocracia sin populismo en 2011, Massa como el justo equilibro entre mantener “lo bueno” y desandar “lo malo” en 2013. Macri y el PRO ensayaron otra distinta: menos definiciones, negar la ideología. Pero… ¿es puro engaño, pura demagogia?
Es indudable que el PRO se compone de liberales y conservadores (capitaneados por Michetti), es decir, tiene una ideología, una forma de ver el mundo. La insistencia en la “buena gestión” (gran mito del PRO) y la formación de “equipos” recuperó el discurso de los noventa, donde la política era la mancha que todo lo corrompía. Por supuesto, no puede haber gestión eficiente sino en relación a cierto resultado esperado, y ese resultado siempre es una disputa política. Pero en la medida en que ese resultado se difumina y se enfatiza en los medios apropiados, la ideología parece desaparecer. Por eso, el PRO se define como post-ideológico: no porque no tenga una visión del mundo (la tiene, y bien marcada), sino porque no politiza desde esa visión, sino que la esconde. Por eso, para muchos simpatizantes del PRO, acusar de derecha no parecía tener sentido, dado que ellos no defendían una ideología, mientras el gobierno sí lo hacía, explícitamente. Borrar la ideología del mapa público, en esta propuesta, era borrar el conflicto, pacificar el país.
En esta lógica, Macri fue capaz de eludir la existencia de contradicciones entre objetivos, como devaluar y prometer pobreza cero. Sin definiciones, todo era posible. Para ello, debió encontrar un discurso que permitiera la convivencia de demandas muy distintas entre sí. Y de tanto buscar, lo encontró: “revolución de la alegría” y otras consignas semejantes. El propio nombre de la alianza electoral, Cambiemos, expresa esta total ambigüedad: no se sabe cambiar qué, cómo ni para qué. Pero ese era el mérito: sin definiciones, todo cabe dentro del discurso, todos pueden poner su interpretación de ese cambio, volviéndolo así un argumento repetido por los votantes, sin desgarros. Macri se erigió en un líder capaz de representar esa consigna sin interpretación única, en el líder de ese movimiento inorgánico de las protestas.
El voto a Macri no fue necesariamente por su agenda de derecha: la escondió con relativo éxito. El intento permanente del kirchnerismo de que tomara definiciones fue infructuoso. Ese tiempo viene el 11 de diciembre, cuando haya que gobernar, y esto implique tomar decisiones, priorizar ciertos reclamos sobre otros. Si sus primeros anuncios seguirán el de declarar emergencia de seguridad, tenemos una pista de por dónde va a venir. Macri tiene algunos ases, con demandas como ir contra la corrupción o recuperar el INDEC, que pueden dilatar las definiciones. Pero cuando las definiciones empiecen, el voto se diluirá en apoyos menos claros: la extensión simbólica se reducirá en la intensidad de algunas partes.