Por Francisco J. Cantamutto
De cara al balotaje, se acumulan dudas sobre la economía que se viene, a inmediato y mediano plazo. Algunas pistas rodeadas de incertidumbre.
A poco más de una semana del balotaje que decidirá el próximo presidente de Argentina, uno de los ejes de debate es el estado y rumbo de la economía. Penosamente, la mayor parte de la discusión es pura demagogia: decir lo que se espera escuchar, en lugar de lo que es o puede ser. Los candidatos afirman y prometen lo que sea por ganar votos, y el debate acaba por ser una entelequia. Ofrecemos aquí algunas pistas, aceptando el elevado grado de incertidumbre respecto de qué se viene.
¿Qué sabemos que pasa y va a pasar?
El dato central de la economía actual y por venir es la crisis mundial. Los habladores a sueldo pretenden que el problema fue una simple burbuja financiera que estalló en 2008 y que ya se ha superado. Sostener esto es pura ignorancia o militancia ideológica. Uno de los aspectos relevantes de la crisis es el estancamiento global de los salarios y aumento sostenido de la desigualdad, que provocan dificultades de demanda para realizar ganancias; razón que vino a compensar el crédito, endeudando las ya empobrecidas familias. Desde el 2008 a esta parte, esta tendencia se sostuvo, e incluso incrementó, según los últimos informes disponibles. Las políticas aplicadas en las economías centrales se centraron en el rescate multimillonario de las mismas entidades financieras que participaron de este descalabro y, según la periodista Nomi Prins, esto no produjo ninguna mejora en sus balances: están igual de precarios que en 2008. Si los gobiernos quitasen el apoyo, enfrentaríamos una nueva ola de quiebras: por eso vivimos un creciente énfasis en los planes de austeridad para las mayorías, para sostener a los especuladores.
No es extraño entonces que todos los organismos multilaterales coincidan en que el 2015 cerrará en recesión, y con esa misma perspectiva para los años por venir. Esto implica una menor demanda para los países como Argentina, lo que se puede notar en la caída de precios internacionales de sus productos. Como las actividades primarias son las que sostienen el superávit comercial y financian así las importaciones de la industria, la mayor escasez de dólares aprieta al conjunto de la economía y refuerza las tendencias extractivistas del campo y la minería.
Hay que sumar además la crisis de Brasil, el principal socio comercial. Mientras el país vecino busca sobrevivir al ajuste conservador de Dilma, la cadena automotriz –integrada regionalmente- está virtualmente detenida. Por la tracción de esta cadena, la industria argentina lleva un año y medio estancada, lo que explica los conflictos laborales de los últimos meses, ligados a despidos, aumento de horas extra y ajuste de diverso tipo. Los dos fenómenos de origen externo continuarán presionando a la economía argentina, a menos que ésta revise su inserción internacional; algo que ninguno de los candidatos cuestiona. Volver a tomar deuda es el camino que para afirmar esta inserción.
Debemos agregar que el conjunto de la cadena agroalimentaria viene atesorando recursos para forzar medidas a su favor: evita liquidar exportaciones e iniciar inversiones, forzando una recesión mayor. Estos recursos están disponibles para invertirse desde diciembre, de ellos hablan ambos candidatos cuando apelan a “la confianza” y discuten quién reducirá más las retenciones.
¿Qué proponen?
Entrando en terreno más pantanoso, están las definiciones de política económica de ambos. Más allá de sus programas económicos de mediano plazo, el kirchnerismo apuesta a algunas definiciones, mientras que el macrismo habla por sus adláteres (Melconian, Espert, Broda, Sturzenegger) y luego se desdice, evitando precisiones.
Salido de boca de Prat Gay y Frigerio, Cambiemos afirmó que apenas asuman quitarán los controles de capitales (mal llamado “cepo”) y permitirán una flotación libre del dólar (el Banco Central no intervendría en el mercado). Esto tendrá dos impactos inmediatos: unificar el tipo de cambio y una fuerte devaluación, que seguramente aumentará más allá del nivel al que se estabilizará finalmente (lo que conocemos como overshooting). Aunque evitan ser claros, todo indica que esperan la estabilización en torno a los 15 pesos, es decir, una devaluación de cerca del 60%. En sus fantasías, afirman que esto no se trasladará a precios, porque el ajuste ya fue hecho, lo cual es falso porque el 90% del comercio se basa en el dólar formal y no en el ilegal o blue. Incluso con un pase parcial a precios, esto implica una muy fuerte caída salarial con la consecuente caída de la demanda interna. Los sectores exportadores se beneficiarían de esto, aunque dado que el problema viene de la demanda externa (en especial, la cadena automotriz) no es claro que el impulso sea suficiente para reanimar la actividad.
Hay que agregar a esto el aumento de tarifas anunciado. El objetivo de reducir la inflación es ulterior al reacomodamiento de precios, como ocurrió en todos los planes de ajuste típicos: una vez deteriorado el salario y aumentada la rentabilidad del capital, congelar precios. Está por verse que el macrismo sea capaz de controlar la convulsión social que esto implica. Sus únicos argumentos para reducir la inflación son “la confianza” y reducir la emisión monetaria, subiendo las tasas de interés. No hay ninguna pista de cómo entienden que esto se relaciona con su consigna de “pobreza cero”.
Por su parte, el equipo de Scioli (Batakis, Bein, Peirano, Laspina) afirma que los controles de capitales se sostendrán por un tiempo, escenario en el que necesitarían de poder de fuego del Banco Central, para lo cual Scioli ya negoció un nuevo préstamo de capitales chinos. Aunque con total seguridad el mercado espera una devaluación, lo cierto es que el golpe financiero ya lleva meses retirando dólares sin que las finanzas estallen. La devaluación que el oficialismo prevé es del orden del 12%, llevando el dólar oficial a 10,60 pesos según figura en el presupuesto. Lo más factible es que la devaluación final sea mayor a eso. La dinámica de inflación se verá alentada por esto, y por la suba de tarifas que también prevén realizar, según afirman, de modo segmentado. Esto mantendría la lógica actual de pequeñas devaluaciones, inflación y negociación salarial retrasada, un equilibrio difícil de sostener. Para ello, Scioli se sumó a Macri en la perspectiva represiva a la protesta social, aunque le agrega la promesa de un Ministerio de Economía Popular, para “refugiar” trabajadores/as en sectores no competitivos. Para Scioli, la reducción de la pobreza y el aumento de la actividad vendrían de la mano de las inversiones que busca captar en sus giras internacionales, orientadas en los sectores estratégicos definidos.
Contamos con pocas precisiones más, y en todo caso, persisten las dudas respecto de qué será capaz de sostener cada cual.