Por Noor Jimenez Abraham* – @noor_j_abraham / Foto por Rabia colectivo fotográfico
Las calles se poblaron de colores, canciones, pancartas, ellas son creativas, insumisas, inquietas, ponen el cuerpo al pedido, y desde la voz, los gestos y los bailes, exigen con seguridad lo que las instituciones y una cultura patriarcal que atraviesa todas las esferas de la vida, han pretendido acallar en tantos años de lágrimas.
No hay vuelta atrás
#NiUnaMenos número dos, rompió el mito de que esta vez el entusiasmo iba a disminuir porque no tenía el sabor de novedad que acompañó a la primera movilización, la del 2015, ni el reconocimiento generalizado de los medios masivos que esta vez habían dedicado menos tiempo en sus agendas para el tema en los días previo. El 3 de junio, el grito #VivasNosQueremos que esta vez se sumó a la consigna inicial, recorrió el país, con más plazas y puntos de encuentro, con compromiso genuino, con verdades y exigencias y convencimientos que se tendrán que oír aún aunque se pretenda mirar para otro lado.
Pelucas fucsias, pañuelos verdes, tacos altos, minifaldas y calzas, zapatillas, mochilas y polleras largas, tambores, carteles y fotos y también algunos negros enlutados. Una multitud comienza los cantos, otro tanto, los siguen, ellas conocen las letras, las repiten año tras año, en la cita de octubre, esa que también es autoconvocada y autogestionada, en distintos rincones de todo el país, a la que reiteradamente se pretendió ignorar, pero que ya va a cumplir los 31, y que son los Encuentros Nacionales de Mujeres (ENM).
“A la Iglesia Católica Apostólica y Romana, que se quiere meter en nuestras camas, le decimos que se nos da la gana, de ser putas, travestis y lesbianas” -se reconoce como un mantra en relación al sometimiento moral y condenatorio desde la religión mayoritaria en el país, con gran incidencia en la agenda de los gobiernos- sobre la libertad de vivir los cuerpos de las mujeres, desde el lugar que elijan.
Las consignas de los pedidos repiten lo que los gobiernos se niegan a debatir, como el aborto legal, seguro y gratuito, y lo que las legislaciones contemplan pero que quedan a mitad de camino en las políticas públicas porque en delitos como los de trata de personas, a las víctimas rescatadas no se les brindan los recursos necesarios para reinsertarse en la sociedad y llevar una vida digna.
“Somos las nietas de las brujas que no pudiste matar” sentencian los carteles, en alusión a las persecuciones que no son solo patrimonio de la inquisición, sino que se reproducen cada día cuando una mujer es desautorizada en sus opiniones, sus conocimientos, su jerarquía, y una y otra vez se subestima su pensamiento y su creatividad simplemente porque no se le da crédito a su inteligencia y se desconfía de su ingenio.
Allí van ellas gritando “basta” y cada vez son más los varones que las acompañan, esos que no golpean, que quieren respetar, que fueron enseñados desde esta cultura machista, al igual que toda la sociedad, pero que desde su raciocinio, sentido común y honor, deciden abandonar unos mandatos que también los someten. Ellos escuchan, miran, por momentos sienten la lejanía de su género, de los comportamientos que no comparten, y saben que tienen que dejar al macho que les impusieron desde chicos. Desaprender, de eso se trata.
Hubo radio abierta, abrazos, llantos e indignación. Alrededor de 100 puntos de encuentro que en todo el país se unieron en un grito federal para detener abusos, femicidios, violaciones, raptos y las otras violencias, las más naturalizadas, las que parecen que se vieran menos y que también duelen porque cotidianamente imposibilitan una vida libre y plena.
Por qué marchamos
La exigencia del presupuesto para que se pueda llevar a cabo en forma integral el Plan de Acción contemplado en la Ley 26.485 y que verdaderamente responda a su título, el que lleva desde su sanción, en 2009, “de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales”.
La violencia de las instituciones, la responsabilidad del estado, las 275 mujeres y niñas que fueron asesinadas en un año, “la justicia, ausente”, entre las afirmaciones que se escuchan en medio de los pasos que en la ciudad de Buenos Aires comenzaron en Congreso, a la luz de la tarde, y acabaron frente a la Casa Rosada, en una noche de junio en la que el frío no penetró el calor de las emociones intensas.
Y al principio de la columna estaban las familias, dolidas, seguras, exigentes, algunas con pedidos desde hace años, otras, que fueron sumando nombres; representaban a sus hijas, hermanas, nietas…, con distintas edades, desde diferentes contextos sociales, en diversas circunstancias, pero todas, todas, mujeres, violentadas, asesinadas, por una pareja, actual o previa o desaparecidas para ser comercializadas para la explotación sexual. “No me da la gana de ser asesinada porque dice que me ama”, se gritaba también entre las consignas.
Que los medios de comunicación no reproduzcan la violencia en sus coberturas, que integrantes del poder judicial y las fuerzas de seguridad reciban capacitación en género para trabajar desde esa perspectiva y no violentar a las víctimas a quienes deben asistir. Mayores penas para los femicidas, más controles cuando se dicta la exclusión perimetral. Subsidios para hijas e hijos de las víctimas. Por una Corte Suprema que muestre con hechos la paridad necesaria y que no sea mayormente masculina, como en la actualidad.
Los derechos de las personas trans, violentados, como ellas, que quieren trabajar, estudiar, disfrutar del amor y ser libres, poder transitar en la calle y por la vida sin tener que explicar sus nombres, su vestimenta, sus modos de amar. Y el recuerdo infinito a dos grandes que ya son íconos de la batalla, Lohana Berkins y Diana Sacayán.
Mismo salario por igual tarea, compartir el cuidado de los hijos y las hijas y de las personas adultas mayores de la familia. Más espacio en los sindicatos, educación sexual integral en las escuelas, una estética que no someta, porque “Mujer bonita es la que lucha”.
Ahora y siempre
El momento más emotivo, cuando se las mencionó a ellas, las que no pudieron marchar, las que ya no usarán los vestidos ni los zapatos que colgaban a través de las calles y en las pancartas, las de los nombres en los carteles, las de los relatos repetidos sobre sus vidas. En el mismo lugar donde marchan Las Madres de la Plaza, ante cada nombre un “Presente”, fuerte, conmovedor y sostenido.
El 3 de junio ya pertenece al calendario de las acciones por los derechos de las humanas, porque #VivasNosQueremos, ahora y siempre.
*Doctora en Ciencias de la Comunicación Social